Nadie podrá decir que River salió a la Bombonera “a ver qué pasa”. Esto debe quedar claro, en tiempos en los que cuesta tanto erradicar la absurda y falsa división del fútbol en “ofensivo” y “defensivo”. El planteo inicial de Gallardo fue el correcto, según uno pudo observar en la totalidad del primer tiempo del “Superclásico del Campeonato”. Sebastián Driussi fue una buena elección, porque Boca lastima mucho por los costados y había que evitarlo. La primera lectura de la formación de River fue la de un 4-4-2, un sistema demonizado por quienes “aman el buen fútbol”, pero que puede ser el más agresivo de los sistemas, si se lo hace con futbolistas de desborde y buen manejo. Los cuatro volantes de River fueron Sánchez, Kranevitter, Rojas y Driussi. El uruguayo y Driussi son espadas superofensivas. Rojas es un futbolista de asidua concurrencia al área rival. Kranevitter es un volante de recuperación, pero cuando la tiene, el primer pase suele ser el que corresponde. Mora y Teo, cada uno en su estilo, son otros dos jugadores de funciones atacantes. O sea, desde la formación, River salió a plantarse lo más arriba posible.
El primer tiempo fue raro. River tuvo una mejor circulación a partir del muy buen trabajo de Driussi, ese primer pase ya mencionado de Kranevitter y la ordenada pausa de Ariel Rojas, que actúa como contrapeso del vértigo que mete Carlitos Sánchez. El problema –gran problema– es que todo lo que River generaba en cuanto a tenencia de pelota y pulcritud, se deshilachaba llegando al área. Mora quedó muy aislado y esta versión discontínua de Teo Gutiérrez está afectando al equipo de la Banda Roja más de lo conveniente. Teo se convirtió en un jugador de jugadas. En la Bombonera hizo dos y fue el único par de llegadas de que disfrutó el cuadro de Gallardo. Dio un toque lleno de sutileza para la enjundiosa llegada de Carlos Sánchez y un posterior bombazo al travesaño de Orión y luchó y ganó una pelota importante al Cata Díaz que derivó en un buen pase a Mora. El uruguayo le dio al arco y Orión la sacó del ángulo. Mas allá de estos destellos, River necesita que el colombiano vuelva a ser un jugador de partidos.
Este comienzo de River sirve para explicar, en parte, por qué Boca tuvo que trabajar tanto para, primero, establecerse en campo rival y hacerse dueño de la pelota y, después, llegar hasta Barovero y convertir. Pero antes de todo eso, hubo un trámite extraño, que duró casi una hora de partido. River hizo circular la pelota con orden, prolijidad y sin perderla, pero Boca fue quien más fuerte pisó el área rival. ¿Siempre la cantidad de situaciones de gol indica quién juega mejor o simplemente es un medidor de contundencia? Me inclino más a pensar lo segundo. En ese primer tiempo de Kranevitter, Driussi y Rojas, Boca fue quien más y mejor llegó. Hay cierta estrategia del entrenador. No fue casual que Carrizo jugara como un viejo wing derecho, pegado a la raya, mano a mano con Vangioni. El lateral es el talón de Aquiles de la estructura defensiva de River. Arruabarrena estuvo correctamente obsesionado con el lado derecho del ataque de Boca. Sabe –como sabemos todos– que Vangioni no tiene a la marca como una de sus principales virtudes. El ex Newell’s es un insustituible para Gallardo, pero por lo que genera cuando va. Boca sabe que evitando que vaya, le provoca serias dificultades. Primero, Vangioni se equivocó cerrando hacia adentro un centro de Monzón y dejó la pelota a merced de Carrizo en la boca del arco. Después, el mismo Pachi lo desbordó y metió un tremendo centro que Chávez remató desviado de frente al arco, con Barovero resignado.
Pero, a pesar de esta contundencia, Boca no tuvo limpieza en la circulación. River le cortó las conexiones, aisló a Osvaldo y dejó a Lodeiro sin compañía. En cambio, como Cubas juega solo en la contención, padeció la posesión de River durante largos lapsos del primer tiempo sin poder recuperar la pelota pronto.
El complemento iba en la misma dirección. Sobre todo, porque en el primer cuarto de hora de ese segundo tiempo Teo Gutiérrez cobró un mayor protagonismo. Se tiró atrás para asociarse con Kranevitter y Rojas y ser el receptor de ese primer pase. Estaba haciéndolo bastante bien, cuando a los 25 minutos Gallardo decidió cambiarlo por Cavenaghi. Y, no contento con esto, también sacó a Driussi, figura en la primera mitad del partido. Puso a Pity Martínez. A todo esto, el Vasco ya había mandado a la cancha a Gago por Chávez (16 minutos del complemento). El partido cambió brutalmente su rumbo.
La victoria de Arruabarrena sobre Gallardo terminó de solidificarse cuando entró Pablo Pérez por el agotado Meli. Boca quedó armado para manejar la pelota en el tramo final y River se encontró partido al medio, con Cavenaghi devorado por la marca implacable del Cata Díaz y Pity Martínez pegado a la raya izquierda sin participar y sin bajar siguiendo a Peruzzi. Decir que a los 34 minutos del segundo tiempo –instante del cambio de Pablo Pérez por Meli– pensábamos que habría un ganador sería adjudicarnos un poder extrasensorial que no tenemos. Pero estaba claro que las cosas habían cambiado. Y las habían cambiado los entrenadores. Gallardo hizo una lectura errónea. Cuando sacó a Teo Gutiérrez, River estaba manejando la pelota y tenía cierto control del juego. Es cierto que todavía estaba lejos de Orión (nunca estuvo demasiado cerca, en realidad) y que Driussi no repetía la performance de la etapa inicial, pero Mora estaba picante y necesitaba de alguna pelota importante para soñar con un gol. Teo estaba trabajando en eso cuando el DT millonario decidió su inexplicable salida. River se quedó sin la pelota inmediatamente. Hubiese sido más lógico un ingreso de Ponzio, por ejemplo, para contrarrestar la entrada de Gago. Tal vez, estaríamos discutiendo otra cosa, pero la salida de Teo fue tan determinante como la entrada de Gago y Pérez en el curso del partido. El resultado llegó como consecuencia de ese profundo cambio en el juego.
Arruabarrena, a diferencia de su colega, vio exactamente la carencia de Boca. Hasta entonces, River había tenido un circuito de juego más prolijo. Sin profundidad, es cierto, pero a Boca lo desespera no tener la pelota. Había llegado hasta el arco de Barovero guapeando o a la salida de un córner, pero no por una jugada elaborada. Cubas, en lucha despareja, no pudo frenar la circulación de River y Meli es un torbellino que a veces se pasa de revoluciones y confunde. Lodeiro es una excelente segunda guitarra, pero flaquea cuando debe tomar el protagonismo de la orquesta. Este último punto es clave para entender lo que buscó el Vasco con los ingresos de Gago y Pérez. Entendió que la mala tarde de Lodeiro estaba referida a la orfandad en la que se debatía para organizar el juego y para tratar de ponerle aunque sea una pelota como la gente a Osvaldo.
Con Gago, Lodeiro, Pablo Pérez, más el vértigo maravilloso de Pavón, la inteligencia lujosa de Osvaldo y la cara de malo de Cata Díaz apretando en la mitad de la cancha y más allá, Boca se posó en el campo de River. Kranevitter, Sánchez y Rojas empezaron a ver como el agua les entraba por debajo de la puerta. Ya no tenían aquella suficiencia de antaño porque Lodeiro encontró socios y, fundamentalmente, porque los dos cambios de River no aguantaron una sola pelota.
El error de Barovero en el primer gol xeneize y el griterío enloquecido de los hinchas cuando Pablo Pérez metió el segundo quedan para la anécdota.
Boca empezó a torcerle el brazo a River desde el mismo momento en el que los entrenadores repasaron el juego en sus cabezas. Arruabarrena vio claramente lo que estaba pasando. Gallardo, en cambio, pensó un trámite que, en las condiciones en las que estaban su equipo y el partido, era más una quimera que una realidad.
Y ganó Boca. Por esa lógica que el fútbol tiene y que algunos, todavía y a pesar de los cachetazos que este juego les da, siguen negando.
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