Juan Carlos Yuliano –el Tano– era un pibe que, en los años 60, soñaba con jugar al fútbol. Era del barrio de Mataderos y alimentaba ese sueño rompiéndola en uno de esos clubes vecinales que dieron cientos de futbolistas profesionales. Alguien lo vio y lo llevó a la tercera de Ferro en 1966. Nunca pasó por las inferiores. Su vida, hasta allí, había transcurrido entre los partidos en el Parque Chacabuco –tremendos partidos– , la popular de Boca –el Tano solía decir “lloro cuando gana, lloro cuando pierde”– y el laburo en un taller.
Resulta que llegó a la Tercera de Ferro, la que jugaba los preliminares y le tocó ser titular nada menos que en su amada Bombonera. No quería mirar hacia las tribunas porque iba a ponerse a llorar y ahí tenía que jugar seriamente con la camiseta verde. Ni siquiera debía pensar que esa tarde, en Reserva, estaban Roma, Nicolau, El Tanque Rojas y El Pelado Grillo.
Yuliano jugaba muy bien, tenía una técnica aceptable, era marcador de punta derecho, era «4”. Hoy sería un lateral derecho. En ese tiempo, quienes marcaban a los costados no se iban mucho para arriba, salvo los de los equipos grandes y a veces. Tenia dos trabajos y a eso se había sumado el fútbol. Además del taller, lo contrataron en una compañía de seguros como ordenanza. Los horarios del fútbol fueron avanzando sobre su vida y en el taller le dijeron que sus retrasos y sus ausencias eran demasiados como para seguir en esos términos. Entonces, se quedó con el fútbol y la compañía de seguros. El 3 de julio de 1966, así de rápido, Yuliano debutó en la Primera de Ferro, junto con el arquero Roberto Larrubia, el central Norberto Etcheverry y el delantero Angel Paz. Luppo y el Chamaco Rodríguez hicieron los goles de Oeste esa tarde. Fue 2-1 porque para Chacarita, el primer rival profesional de Yuliano, descontó Conrado Rabbito. El Tano estaba feliz. Su vida era el fútbol. Esa rutina de jugador profesional que llevaba en Ferro lo apasionaba.
Pero en todas las épocas, cuando las cosas no van bien, se cambia de rumbo. Y eso le pasó al Tano. Ferro se fue al descenso a fines de 1968 y Yuliano, que había jugado muy en la temporada, decidió partir. Un ex arquero de Boca, Osvaldo Pérez, lo recomendó a Temperley, que estaba en Primera B y allí fue a comienzos de 1969. La vida seguía siendo sacrificada. A la mañana, tomaba el colectivo en Mataderos, su barrio, hasta Plaza Constitución. Y, desde allí, el Ferrocarril Roca lo dejaba en la estación de Temperley. Yuliano compartía el viaje en tren con Juan Carlos Merlo, delantero punzante y goleador del Celeste y avanzado estudiante de Derecho en la UBA. Este dato, el de la compañía de Merlo, será muy relevante en esta historia.
Seguramente porque vivía en Mataderos, la tarde del 5 de agosto de 1971 tocó el timbre de la casa de Yuliano un tal “José” (José Andrés Sabugueiro, según supimos después), hombre que dijo representar a Nueva Chicago (próximo rival de Temperley) y que, además, aseguró conocer al Tano “de Ferro”. Juan Carlos no estaba. Se había entrenado por la mañana y, por la tarde, cumplía con su laburo de maestranza. La mamá de Yuliano fue quien atendió al tal José y le dijo que volviera a la noche.
Eran tiempos sin WhatsApp ni celulares. No existía el tramite de comunicarse de otro modo que no fuera a través del teléfono de línea –que no todos tenían– y que, por aquel tiempo, era casi un artículo de lujo. O, directamente, caer en la casa, aún a riesgo de que la persona buscada no estuviera. El tal José debía tener algo importante para decir porque reapareció en la casa de Yuliano por la noche, cuando la cena estaba casi lista y el Tano estaba tirando sobre un sillón todo el cansancio del largo día.
El tal José y el Tano se reunieron bajo la tenue luz de la cocina. El hombre que dijo representar a Chicago no anduvo con vueltas:
“Yuliano, hay 200.000 pesos para que vayas para atrás en el partido con Chicago. Nos jugamos la vida por el ascenso. Vos sos del barrio, nos tenés que ayudar”.
Yuliano estaba asombrado, asqueado, pero, a la vez, debía mantener la calma.
“Quiero 350.000”, respondió el Tano, siguiendo el juego del dirigente corrupto.
¿Eran mucha plata 200.000 pesos? Para tener una idea aproximada, entre su contrato en Temperley y su trabajo de mantenimiento en la aseguradora, Juan Carlos Yuliano ganaba 100.000 pesos. O sea, le estaban ofreciendo ganar, en una tarde, lo que al Tano le llevaban dos meses de trabajo arduo.
La conversación terminó en un acuerdo en 250.000 pesos. El tal José se fue de la casa con la idea de la misión cumplida. Yuliano había aceptado el soborno, supuestamente. Casi no pegó un ojo en toda la noche. José y el Tano acordaron un encuentro al día siguiente en la esquina de Cobo y Curapaligüe, en el barrio de Flores, relativamente cerca del sitio donde hoy está la cancha de San Lorenzo. Allí, Yuliano recibiría la suma acordada por jugar a desgano contra Chicago.
A la mañana siguiente, viernes 6 de agosto, día anterior al partido en cuestión, Yuliano se encontró con su compañero Merlo en Constitución y, mientras viajaban a Temperley, el Tano le contó todo.
El presidente del club, Colón Fernández, sugirió seguir con la comedia. Bien entrada la tarde, y ya avisada la policía, Yuliano fue hasta la esquina convenida. El tal José llegó con dos acompañantes: José Lamas y Alfredo Tresols. Se saludaron, se presentaron y apuraron la ejecución de lo convenido. Invitaron a Yuliano a sentarse en el interior del Peugeot 404 en el que habían llegado. En el momento en el que Lamas sacó 200.000 pesos (50.000 menos de lo convenido) para darle al Tano, la policía se presentó y detuvo a los tres dirigentes. Quedaron presos en Tribunales, aunque los soltaron a los pocos días y la causa murió enterrada. Quedaron detenidos después de declarar por violación a la Ley del Deporte que regía entonces y el Tribunal de Disciplina de la AFA, por su parte, le descontó 14 puntos a Nueva Chicago por «intento de soborno«. Ese castigo a Chicago se cumplió religiosamente –algo impensado en la AFA de hoy– y no se fue a Primera C porque su gran campaña le permitió sumar todos los puntos que lo pusieron a cubierto.
El sábado 7 de agosto, era la fecha original del partido entre Chicago y Temperley en Mataderos, pero se suspendió y recién pudo jugarse el miércoles 18. Yuliano fue titular y capitán, como decidieron sus compañeros. Ganó Chicago 3-1. El partido fue normal, aunque envuelto en una atmósfera muy tensa. La vida y la carrera del Tano habían empezado a cambiar. Lo que para algunos era un acto de enorme nobleza, para otros era una botoneada. En este último ítem de pensamiento, entraban dirigentes, rivales y hasta árbitros.
Al Tano se hizo todo muy cuesta arriba, pese a que, inicialmente, Temperley lo premió con una medalla de oro y un aumento de sueldo. Juan Carlos Yuliano se ganó el respeto de sus compañeros y de su familia, pero su acto de honestidad en un mundo que ya por entonces estaba bañado por aguas muy turbias, le costó demasiado caro. Por ejemplo, en 1972, en los partidos con Chicago, Yuliano no jugó en el primer encuentro desde el intento de soborno y fue expulsado en Mataderos a los 13 minutos del primer tiempo sin que mediara razón alguna. El árbitro Oscar García lo trató muy mal, la gente le gritaba “botón” como si el Tano hubiese puesto al descubierto algo decente. Ese torneo de ascenso era apasionante, pero había mucho en juego y no se televisaba más que un partido y a veces. Esta situación era un atractivo caldo de cultivo para jugadores, árbitros y dirigentes corruptos
1973 fue el último año de Yuliano en Temperley. Quedó libre a fin de temporada y se fue a Colegiales, que jugaba en Primera C. En el equipo de Munro le pagaban poco y a los premios. Terminó último. Le habían hecho un lugar en Colegiales casi como un favor. Aquella denuncia le había hecho ganar mucho respeto, pero los dirigentes lo crucificaron. Yuliano lo sabía. Finalizó su vínculo con Colegiales y se fue a vivir a Mendoza con toda su familia. Estuvo varios años allí y, a su regreso, consiguió laburo en el Paseo La Plaza, en mantenimiento. Allí trabajó hasta el día de su muerte, el 24 de enero de 2007. Vivió muchos años en una casa de la calle Lescano, en Floresta, cerca de la cancha de All Boys, cuadro del que sus hijos (Diego, fallecido en diciembre de 2020, Miguel, Emanuel, Andrés e Ignacio) se hicieron hinchas, casi como un castigo divino a Chicago por aquel episodio de 1971. Un dia antes del su muerte, fue a ver a Nacho, su hijo menor, el que no lo vio jugar. Estaba jugando al futbol de arquero. Se paró atrás del arco, con sus canas y su panza y sonrió. Volvieron a casa felices. Juan Carlos Yuliano se fue a dormir como cualquier día, pero nunca se despertó. Un infarto lo sorprendió en pleno descanso y se lo llevó.
Las cosas pasan por algo, dicen desde siempre. Juan Carlos Yuliano fue un futbolista típico del ascenso, que compartía su pasión futbolera con un laburo normal. Amaba ser futbolista profesional y ese amor, es el que lo llevó a mandar a la cárcel a tres dirigentes corruptos. Hay cosas que se entienden desde la cabeza, pero no desde el sentido común. Es probable que esa denuncia le haya costado la carrera, pero Yuliano pudo mirar a todos a los ojos hasta el fin de sus días. Y esto, de verdad, no tiene precio.
AGRADECIMIENTOS
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Ignacio Yuliano
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