Ya en 1938 Independiente le había dado un gran disgusto a River. El 29 de mayo, el cuadro millonario, por primera vez, recibía a un rival de manera oficial en su flamante y maravilloso estadio Monumental. Y el Rojo le ganó 4-2, dando cátedra de fútbol bello y eficaz. Vicente de la Mata («Capote», rosarino, digno hijo de la escuela que Gabino Sosa formó en Central Córdoba) fue el autor del primer gol por lo puntos que se convirtió en el nuevo gran escenario del fútbol argentino. Iban 32 minutos del primer tiempo. Sobre el final de ese primer tiempo, empató el gran José Manuel Moreno y, en el segundo tiempo, el Rojo lo liquidó con dos goles de Emilio Moisés Reuben, un jugador canadiense de nacimiento que Independiente le había comprado a Vélez y que esa tarde reemplazó a Antonio Sastre, y otro del gran Arsenio Erico. Adolfo Pedernera, de penal, hizo el último descuento de River.
River esperaba a Independiente para vengarse. En el ya mencionado torneo de 1938, el Rojo había sido Campeón por primera vez en la era rentada con 115 goles a favor, en una encarnizada lucha con River, que terminó segundo a dos puntos y con la increíble suma de 105 goles convertidos. Mientras Boca –para no ser menos– estaba abocado a la construcción de lo que sería la Bombonera, Rojos y Millonarios pulseaban a ver quién era mejor. En 1937, River fue Campeón con uno de los mejores equipos de la historia y con dos chicos que –aún hoy– su sola mención hace que un silencio respetuoso se apodere de nosotros: José Manuel Moreno y Adolfo Pedernera.
Independiente llegó al 12 de octubre de 1939 sacando pecho, con sus estrellas brillando en lo alto y con un promedio de goles a favor que iba creciendo en la medida que avanzaban los partidos. Además, era un cuadro atípico. Estos años 30 eran la época de los cañoneros. River tenía (aunque cada vez menos) a Bernabé Ferreyra y se asomaba con chances de ocupar su lugar otro tanque llamado Luis María Rongo. Boca había perdido a Varallo prematuramente por una lesión en la rodilla, pero estaba en la búsqueda de otro. Racing tenía al «ómnibus» Evaristo Barrera, Tigre a Marvezzi, Estudiantes a Laferrara… Casi todos podían presentar a su delantero – tanque. Pero Independiente había apostado por la sutileza de Arsenio Erico. El paraguayo saltarín rompía el molde, era la antítesis de los cañoneros tradicionales. Y era una máquina de hacer goles. La llegada de Sarlanga a Boca en 1940 y la confirmación de Pedernera en el centro del ataque de River a partir de 1941 son producto de la tendencia marcada por Erico en el Independiente de fines de la década del 30.
Sin embargo, Independiente llegó al Monumental después de perder con Central en Avellaneda 1-3, con la ausencia de Erico por lesión. River, en cambio, se preparaba feliz. Le había ganado a Tigre 3-1 en Victoria. Como el año anterior, Reuben reemplazó a Sastre, víctima de algunos golpes que lo marginaron de este encuentro.
Pero el partido del 12 de octubre lo ganaba River, con un gol de cabeza del ya veterano Carlos Peucelle. Iban 32 minutos. El equipo millonario decidió, entonces, terminar con el pleito lo más rápido posible. Independiente no hacía pie y River tenía grandes jugadores en una buena tarde.
Fernando Bello, el mítico arquero del Rojo cortó un avance millonario cinco minutos más tarde y se la dio a Capote De la Mata, que estaba en el círculo central. Arrancó desde ahí y gambeteó en fila a Moreno, Minella, Vassini, Santamaria y al tucumano Cuello dos veces y otra vez a Santamaría. El resto, lo cuenta Vicente: «Cuando entré al área, otra vez amagué tocar hacia Erico, que venía por el medio, pero me abrí hacia la izquierda para dejar atrás a Cuello. Se me vino encima Santamaría, ya recuperado de la primera vez que lo pasé y tuve que eludirlo abriéndome aún más a mi lado zurdo. Después de esto, quedé en una posición muy difícil para tirar al arco y para darle con mi pierna hábil, que era la derecha. Como llegaba Erico, intenté darle el pase de zurda. Sirni (arquero de River) intuyó la maniobra y tiró su cuerpo hacia el medio. Pero como yo le dí con la de palo, salió un tiro corto y defectuoso que se metió entre Sirni y el primer palo. Los engañé a todos. Incluso a mí, que quise tirar el centro…»
El partido dejó sus consecuencias. Consecuencias gloriosas para Independiente, que siguió su marcha triunfal hacia el segundo título del profesionalismo, y para De la Mata, que se hizo aún más grande después de este gol. Y también para River. Esa tarde, River perdió 2-3. La gente se la tomó con Moreno (todavía no era Charro, apodo que recibió después de su etapa mexicana a mediados de los 40) y la Comisión Directiva resolvió suspenderlo. «Toda esa semana previa me había acostado temprano y no tomé más que leche porque los dirigentes me venían vigilando. Ese partido con Independiente debe ser uno de los peores de mi vida. Jugué muy mal, fui un desastre…», contaba el gran Charro años más tarde con mucha gracia. La cuestión fue que los compañeros de Moreno consideraron tan injusta la medida que se declararon en huelga y River debió afrontar los últimos diez partidos del torneo con juveniles y con los extranjeros que tenía el plantel, hecho que les quitó toda chance de pelear el torneo con posibilidades reales.
Capote De la Mata (apodo que le puso Sastre una noche de 1937, cuando ambos jugaban para la Selección Argentina) fue un gambeteador empedernido, un tipo cabrón al que sacarle la pelota era poco menos que un milagro. Capote De la Mata terminó su carrera en Newell’s, el cuadro del que era hincha desde chico y después fue técnico un tiempo. Murió en 1980 rodeado del afecto de su familia. Los hinchas de Independiente lo recuerdan con el amor que se le tiene a alguien que dejó la piel por la camiseta. Los hinchas del fútbol lo recordamos porque esos futbolistas explican muchas de las cosas que todos los días hacemos por este amado juego.
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