Carlos Bianchi maneja códigos que no encajan con estos tiempos de la comunicación.
A veces, esos códigos de la comunicación se dan de cabeza con los viejos códigos de vestuario. Siempre recuerdo un partido Argentina – Ecuador de 1983: el entonces cuadro de Bilardo jugó un partido por la Copa América en la cancha de River, cuando la copa no se jugaba en una sola sede, sino que era partido y revancha en tierra de los equipos protagonistas.
Argentina jugó muy mal. Empató de milagro a los 50 minutos del segundo tiempo, después de una zambullida fenomenal del Gordo Rinaldi que el árbitro convirtió en penal y que se cambió por gol con una ejecución impecable de Burruchaga. La gente se fue en llamas. Llegó el momento de bajar al vestuario. Salió Bilardo para hablar con los periodistas, que no éramos tantos como ahora, pero sumábamos un buen número. «Estoy conforme», dijo el Narigón. La repregunta no se hizo esperar. En esa conferencia de prensa –bastante menos pomposa que las que Bianchi protagoniza después de los partidos– no había gente de la «Peña fulanito» que le hiciera comentarios ni hinchas que le festejaran algún intento de humillación a un periodista. Ahí había periodistas ávidos de conocer por qué el equipo había jugado tan mal, por qué le había costado tanto empatarle a Ecuador en el Monumental… Y Bilardo salió y dijo «Estoy Conforme». Así, con mayúsculas. Y lo repitió varias veces en actuaciones de baja estatura en la etapa previa al Mundial 86.
Bianchi hace lo mismo. Siempre el rival acertó una contra, siempre Boca jugó mejor, siempre el árbitro hizo algo discutible. Es una pena. Carlos es un tipo valioso cuando debate, cuando opina con fundamento, cuando no se pone inútilmente irónico. Y es un tipo valioso cuando se abre aún más a que la gente lo escuche. Hablar sólo en conferencias de prensa, donde no hay repregunta y hay algunos hinchas que no permiten análisis muy profundos, es como vivir eternamente a la defensiva, como si Bianchi no tuviera la suficiente trayectoria y chapa como para bancarse un debate con un analista.
Volvió a Boca a comienzos de 2013, para dejar en el olvido el ciclo de Falcioni. Ya no lo acompañan Ischia ni Santella, sino que ahora está con José María Castro (ex DT de Ferro y ex «prensa» de Palermo) como ayudante de campo y con Juan Manuel Alfano (ex PF de equipos europeos dirigidos por Héctor Cúper) como preparador físico. Y su hijo Mauro cerca, acercando jugadores en su condición de representante. Este fue el primer error, en la nueva etapa: estoy seguro de que Carlos Bianchi no se llevó ni una moneda de ninguna transferencia, pero al haber permitido que su hijo llevara jugadores a un equipo dirigido por él cometió una falla ética. El otro inconveniente serio –del que tampoco nadie se hizo cargo debidamente– es que, tomando 2013 completo y lo que va del 2014, el plantel de Boca sufrió 70 (sí, 70) lesiones musculares. Y las lesiones musculares no son «una desgracia», sino que tienen un motivo. Están vinculados a sobre o sub entrenamiento, a entrenarse en lugares con un piso irregular (Boca fue varias veces a la Reserva Ecológica, lugar más apto para caminatas de señores de mi edad que buscan transpirar un poco que para deportistas de elite), a falta de cuidado personal, a una alimentación incorrecta o algunos ítems más.
Otra de las cuestiones que no están claras en este ciclo de Bianchi es quién toma las decisiones en cuanto a la política de incorporación de jugadores al plantel profesional. La estructura con la que Daniel Angelici llegó a la presidencia del club incluye una Secretaría Técnica. En cualquier club del mundo futbolero civilizado, la Secretaría Técnica es quien elige el DT y quien marca la pauta en incorporaciones. En algunos sitios, hasta define el sistema de juego que pretende la conducción del club y recién después contratan un entrenador que cumpla los requisitos para llevar adelante el sistema elegido.
En Boca, pusieron el carro delante del caballo. A Julio César Falcioni lo trajo Amor Ameal y lo heredó Angelici. Después de jugar la final de la Copa Libertadores, Angelici quedó conforme con Falcioni y resolvió, aún cuando quedaba por disputarse el segundo semestre de 2012, renovarle el contrato. De hecho, le ofreció la extensión del vínculo. Pero tras un pedido masivo de los hinchas de Boca, deshizo el ofrecimiento a Falcioni y salió a buscar a Bianchi. Es decir, contrató a un DT por aclamación y no por convicción. Y nunca esas decisiones son buenas. Tengo la idea de que en ciertas decisiones no hay que escuchar a la gente. Es claro que nada ni nadie garantiza el éxito en el fútbol, pero mucho menos lo garantiza ir contra lo que uno supone correcto. Angelici dispuso la creación de una Secretaría Técnica y esta Secretaría Técnica apenas pudo sugerir la contratación de Forlín (Bianchi quería a Goltz) y algunas minucias más. El resto, lo decide Bianchi, absolutamente divorciado de quienes componen la Secretaría. Podríamos sumar a este panorama aquella bochornosa conferencia de prensa improvisada de Ledesma, la otra conferencia no menos absurda que protagonizó Riquelme con Bianchi como mudo testigo, la pelea Orión – Ledesma, las internas del vestuario…
Después está el tema futbolero, del que ya habló todo el mundo. Mi compañero Daniel Retamozo intentó un diálogo conceptual sobre la actuación de Boca y Bianchi le contestó con números. Eso es contestar sin hacerlo. Se mostró inseguro, como tirando manotazos a alguna respuesta de ocasión que lo favoreciera. Pensándolo un poco mejor, y volviendo a ver y escuchar el diálogo entre Retamozo y Bianchi, caí en la cuenta de que el Gran DT Xeneize está más preocupado que lo que dice.
Lleva un año y medio al frente de Boca. El equipo no arrancó nunca. Los hinchas de Boca se aferran a la imagen inmaculada de Bianchi y creen que, con él, todo es posible. Incluso, que Boca se levante y ande.
De una buena vez.
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