Alejandro Sabella lo pensó muchas veces. “El equipo con los 4 de arriba suena lindo. Messi está contento, los demás también porque juegan. Mascherano y Gago se la bancan porque saben que los 4 de arriba podrían definir historias complicadas sólo con que les salga alguna jugada de loas muchas que intentan. Los defensores son acusados todo el tiempo por los mismos que llenaron páginas y páginas pidiendo a ‘los 4’ de no tener jerarquía. No es así, sufren porque el equipo va para arriba… Pero a mí (a mí, ¿eh?) me gusta otra cosa. Más equilibrada, con mayor capacidad de recuperación en el medio, con una mayor contracción a protegernos correctamente, aprovechando el ancho de la cancha para que no nos lastimen por los costados…”
Muchos queríamos esto. Hay debates televisivos grabados. Jamás me entusiasmó la idea de tirar jugadores en la cancha como con un salero. Nunca creí en la historia de los “4 fantásticos” porque jamás pensé que alguno de los de arriba –acaso Di María y no demasiado– podría cumplir la tácita promesa de “bajar a dar una mano”. No porque sean malos tipos o poco solidarios. Higuaín había hecho un trabajo de obstrucción por la banda en su primer año del Real Madrid y después ya no jugó por ahí. Es más, en la Argentina es el “9”, con todo lo que el número y la definición significa. Messi no entra en esta consideración. El Kun Agüero tampoco.
El técnico nacional nunca desaprovechó la ocasión para equilibrar el equipo cuando uno no podía estar o bien, cuando arrancaba con los 4 y el partido ya estaba cerrado. Siempre había un “Biglia por Higuaín” o un “Maxi Rodríguez por Agüero”. Pensar en un equipo equilibrado no es meter el equipo atrás. Es intentar sacarle la pelota al rival lo más rápido y lo más adelante posible. Achicarle el espacio al rival y agrandar el nuestro. Tratar de que la distancia entre los defensores y los volantes sea mínima. Con los 4, esto no era posible. Reducir todo a “ofensivo” o “defensivo” es minimizar una situación futbolera compleja, en tiempos en los que todos los entrenadores del mundo, empezando por Guardiola y Mourinho, se desviven por lograr usufructuar la parte colectiva que tiene este juego. Sabella también. Pero prefirió apostar por sus cuatro delanteros y correr riesgos. Y esos riesgos –inevitables por la conformación del equipo con “los 4”– eran castigados del mismo modo que los cambios que el DT hacía . Lógicamente incomprensible.
La lesión de Agüero habilitó al técnico a pensar en un cuadro más ancho, que protegiera los costados. Lavezzi hace toda la banda izquierda en el PSG y este es un dato que a Sabella no se le escapa. Con Lavezzi ahí, pensó, cubre la banda y tiene poder ofensivo cuando Pocho se pone la ropa de “delantero por afuera”. Para esta función, quien esto escribe, prefiere a un volante más que a un delantero que hace la banda. En nombres propios, prefiero a Enzo Pérez o a Maxi Rodríguez que a Lavezzi para esta función. Alguien podrá decir que con Lavezzi “se mantiene el 4-3-3. Discrepo. Según se vio, el peso de Pocho en ofensiva fue casi nulo y, en cambio y sobre todo contra Bélgica, dio una gran mano en la contención. Y para esto, siempre es mejor un volante con oficio. Pero, repito, es una opinión personal que, acaso, no tenga relevancia.
El equipo fue encontrando su forma, como la famosa figura de los melones que se acomodan en el carro mientras anda. Y fue encontrando su forma en la medida que fue encontrándola Javier Mascherano. Como en los viejos equipos de fútbol, si se acomoda el 5, se acomoda todo. Cuando el equipo fue hallando el tono justo, cuando Sabella le sumó a Biglia para que fuera su socio y sacó a Gago, que oficiaba (o quería oficiar) de socio de Messi y no de Mascherano. Biglia tiene un perfil más bajo y características diferentes a las de Gago. Le suma a Mascherano y no le resta a Messi.
El eje de este equipo es Mascherano. Se para donde se para Mascherano, sufre cuando sufre Mascherano, se ordena cuando se ordena Mascerano y llega a posiciones de gol cuando respalda Mascherano. Es un equipo que Sabella pensó para que funcionara alrededor de Messi. Pero en esas diez almas que rodean al genio, tiene que haber un orden y un funcionamiento a partir de ese orden. Y ese orden y ese funcionamiento de los diez que no son Messi, depende de Mascherano. Si el ex volante de River –Jefecito por su juego y su don de mando similares al de Astrada– acomoda las piezas y distribuye funciones con su gran sabiduría táctica, la Argentina está capacitada para imponerle condiciones a cualquiera, llámese como se llame. Esto no significa que gane todos los partidos ni que ya sea Campeón del Mundo. Esto significa que, por fin, después de luchar contra las palabras dulces y la eterna disconformidad del argentino medio, la Selección Argentina consiguió el equilibrio. Y con equilibrio, se puede conseguir todo.
Todo.
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