Una (otra) final perdida nos deja la cabeza como una coctelera. Decir que Argentina fue el mejor equipo de esta copa es absurdo, en términos pragmáticos. Al menos lo es hoy, cuando aún no se cumplieron 24 horas del partido decisivo y estando todavía en Santiago de Chile. Lo primero que se me vino a la mente mientras subía mi tristeza por las escaleras del Estadio Nacional es que Argentina no pudo (o no supo) elaborar un plan para contrarrestar un desarrollo de juego tan previsible como el que propuso Chile. Eso ya, de por sí, limita cualquier opinión que vaya en ese sentido. Argentina perdió muchas finales en los últimos años, con todos los entrenadores y con todos los estilos. Basta recordar que en la Copa América 2004 –Bielsa DT– cayó ante Brasil después de ir ganando el partido hasta el minuto 89 y que en la del 2007, con Basile como entrenador, un Brasil B nos dio un sonoro cachetazo (3-0) de punta a punta. La final del Mundial 2014 está demasiado cerca en el recuerdo como para revolver mucho y ahora, esta final contra Chile. O sea, Argentina no se quedó mirando esta Copa América a través del vidrio por el estilo, sino porque –una vez más– el equipo no supo responder con un reordenamiento ocasional a un rival que le mezcló los papeles. Es cierto que el pobre árbitro colombiano Wilmar Roldán permitió más de una decena de fouls a Messi sin que se le moviera un músculo, que dejó sin tarjeta a Aranguiz por un golpe descalificador a Di María apenas comenzado el partido, sancionó con una pusilánime amarilla un puntapié en la boca del estómago de Medel a Leo y no cobró un claro penal de Silva contra Rojo. No lo minimizo porque los árbitros están para aplicar un reglamento y fueron lo peor de la Copa. Pero no sería correcto explicar esta frustración sólo por el miedo escénico de un referí que no dio la talla. Si un equipo juega como lo pide la coyuntura, no hay árbitro que lo pare. Y Argentina no jugó –o no lo dejaron jugar– de acuerdo a sus posibilidades.
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Hay muchas puntas desde donde tomar el partido, colectivas e individuales. Lo primero, es el rival. Chile salió a jugar el partido de su vida y cambió ciertas pautas. Armó el proyecto de partido de acuerdo a las especiales características del rival. El cuadro local llegó a la final sorteando a Ecuador, a una selección alternativa de México, Bolivia, Uruguay y Perú. Ninguno de estos rivales cuenta con el potencial ni la jerarquía del equipo argentino. Y, sobre todo, manejan estilos diferentes al cuadro del Tata Martino. Entonces, con toda lógica, Jorge Sampaoli armó un esquema que le permitiera neutralizar a Argentina y, una vez hecho esto, lastimarlo. Lo de la neutralización de Argentina no fue poca cosa: logró sacar del partido a Messi. En términos legales, le hizo una marca escalonada contra la que Leo chocó una y otra vez, sin que Pastore, Lavezzi o Agüero le sirvieran como desahogo. Y no le sirvieron como desahogo porque los planes chilenos de anulación no se limitaron sólo a Messi. También incluyeron a Di María (desgarrado antes de la media hora del primer tiempo), Pastore, Lavezzi, Agüero, más la presión a la salida que Valdivia ejerció sobre Mascherano, mas la de Vidal sobre Biglia o Rojo, más Alexis distrayendo y evitando alguna que otra subida de Zabaleta. Este –más o menos– fue el plan. La vuelta olímpica final tapa todos los análisis posibles, pero este esquema le restó a Chile chances de llegar claro hasta Romero. Si uno afina el ojo, se encuentra con una clarísima –37 minutos del segundo tiempo, media vuelta de Alexis, cerca del palo derecho de Romero– y dos escapadas: una de Vargas (22 del primer tiempo) y otra de Alexis (15 del primer suplementario) que terminaron con remates altísimos. Aquí terminó la producción ofensiva chilena en los 120 minutos que duró la final. Los gritos de la gente y la obtención de su primera Copa América en 99 años seguramente cubrirán y magnificarán una actuación que no fue más que esto. Pero nosotros somos los de celeste y blanco que estamos del lado de allá de la Cordillera. Y fuimos los que perdimos. O sea, hoy la Selección Argentina es fea, sucia y mala, Messi es un inútil y a Higuaín hay que deportarlo. Y «por qué no jugó «Calito'».
La Selección tiene una nueva idea de juego, si uno la compara con el ciclo de Alejandro Sabella. Lo escribimos aquí muchas veces: las ideas se respetan. Todas las ideas se respetan porque son avances, formas, modos y vida. Incluso, aquellas que no nos cierran del todo o aquellas que son bastardeadas y usadas para su provecho por quienes pretenden ofender a los que tienen otras ideas. La idea de Martino no es nada extravagante. Es la misma que intentan utilizar muchos equipos que quedaron fascinados con el Barcelona de Guardiola. Tratan de repetir, al menos, los conceptos básicos: salida limpia y por abajo, alta posesión, llegada al arco rival mediante juego asociado y alta presión cuando la pelota la tiene el rival. Hasta aquí, está todo muy bien. Es una idea de conceptos claros, básicos, fáciles de entender por un público del fútbol cada vez menos afecto a entender el juego y que a los futbolistas les gusta. Es una idea que, si sale bien, inmediatamente la vincularán con la estética y el asunto de la estética en el fútbol se vende como pan caliente.
El problema que tiene esta idea en la Selección Argentina es que no hay otra. No hay «idea alternativa», lo que el vulgo llama «Plan B». Cuando el rival le mezcla la partitura, Argentina no sabe o no tiene otra música. Tener «idea alternativa» no es poner a Pastore más adelante o más atrás ni tirarlo a un costado. Mucho menos es «meterse atrás», como suelen descalificar los gastadores de plata ajena. Pastore es el jugador fetiche de Martino y lo puso en diferentes lugares de la cancha para hacer, básicamente, lo mismo. En la final, se lo vio comprometido con la recuperación de la pelota, pero poco propenso al juego asociado. Messi lo buscó un par de veces y no lo encontró. Estaba oculto entre una legión de camisetas rojas. Pastore repitió el error de intentar imponer su talento de manera individual y eso, en un partido como el de ayer, era condenarse al fracaso. Sampaoli conoce de sobra las capacidades de Pastore y lo rodeó hasta aislarlo. Y si Pastore y Messi están aislados, quien juegue de 9 –en este caso Agüero– quedará huérfano. Acá es donde Martino no tuvo variantes para darle al equipo. El Tata dijo en la conferencia de prensa que «Argentina no jugó como Argentina y Chile no jugó como Chile». La primera parte es discutible. Argentina siempre intentó jugar de acuerdo a su idea. Chile salió decidido a impedir que lo haga sin importar demasiado los métodos. Argentina vio que no podía hacer prevalecer su idea porque Chile era muy disciplinado y porque el árbitro iba a cobrar la mitad de los fouls que ocurrieran. Argentina nunca cambió. Chile si. Ahí estuvo una de las claves de por qué se llegó al límite de los penales. Martino siempre supo de la baja estatura de los defensores locales. Por eso, ese cabezazo de Agüero que salvó Bravo con una volada espectacular fue una de las mejores situaciones de gol que tuvo el cuadro albiceleste. Pero Argentina casi no generó faltas en los alrededores del área chilena. Cuando lo hizo, lo metió en líos. Silva le cometió un claro penal a Rojo cuando iban 43 del segundo tiempo –lo abrazó y lo tiró al suelo– en un córner que tiró Lavezzi. Y entre Lavezzi (su pase fue largo) e Higuaín (no pudo darle la dirección esperada) se perdieron el gol de la victoria después de una jugada que armó Messi en una de las pocas veces que pudo esquivar marca, golpes y agarrones. Esto refuerza la teoría de que no siempre el que crea mas situaciones es el mejor. Argentina tuvo las mejores chances para convertir, pero no fue mejor que su rival. El partido, en lineas generales, fue muy parejo. Chile salió a impedir y Argentina no supo qué hacer para escapar a tan endemoniado despliegue. O peor: no supo cambiar. Ni siquiera con las llegadas desde el banco de Higuaín y Banega el cuadro nacional encontró alguna variante para su previsible modo de jugar.
Alguna vez escribí aquí, hace un tiempo: «Messi necesita que todo a su alrededor funcione como el quiere o necesita que funcione. Cuando algo está fuera de su lugar, se empaca, se fastidia, se va, no juega más». Eso le pasó ayer. A su alrededor, todo estaba corrido de lugar. Pastore no estaba, Lavezzi no es Di Maria, Agüero perdía claramente su lucha con los defensores chilenos, el árbitro le cobraba una cada cinco faltas que le hacían, Medel le dio un golpe tremendo en el estómago y siguió en la cancha como si nada, el penal contra Rojo no cobrado. Todo estaba mal. Y si todo está mal, si el partido es incómodo, si no se siente protegido por la estructura de su propio equipo ni, mucho menos, por un árbitro flojísimo como Roldán, entonces se escapa, se va con la mente a lugares menos hostiles.
¿Esto convierte a Messi en un mal jugador, en un perdedor? No. ¿Te va a dejar de a pie cuando más lo necesites? Tampoco. Pero si no le das una mano, individual o colectivamente, Messi se aisla, se empaca. Y Argentina no tuvo sostén para que Leo pueda descargar y evitar que lo golpearan o cortaran su juego sistemáticamente. El equipo no lo acompañó y él no ayudó. Mascherano lo conoce como nadie y, durante todo el juego, lo alentó, le gritó, mandó a sus compañeros a socorrerlo de la marca impiadosa, pero no hubo caso. Messi, ayer, estaba mal, incómodo, difícil. Y el único que sacó provecho –con armas legales e ilegales– fue Chile. En los penales, ejecutó el suyo con una maestría impactante, pero tampoco lo siguieron en esa.
Hoy, la Argentina está como en esos días en los que dan ganas de decirle «¿para qué joden con los análisis o pongan a fulano o a mengano si, al final, lo único que les importa es el resultado?». La Argentina futbolera es un funeral gigantesco y una horda de salvajes quiere las cabezas de Messi, Higuaín, Pastore, Banega y de Di María (porque se desgarró y no siguió jugando). No faltará quien pida el reemplazo de Mascherano por el volante central local que está de moda o quiera que Martino deje su lugar al entrenador que ganó la última Copa Argentina.
Sin embargo, las cosas se ven diferentes cuando uno está en el lugar de los hechos, acompañando a un cuerpo técnico y a un grupo de jugadores durante un torneo tan importante como la Copa América. Siempre se dijo acá que este es el comienzo de un ciclo que terminará junto con la participación argentina en el Mundial de 2018. Y también se dijo que esta Copa América, más allá de ganarla o no, fue un paso adelante, el equipo tuvo cierto salto de calidad que se valorará en un tiempo más.
El dolor que tenemos ahora lo cubre todo.
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