La historia de Darío Coronel tiene muchos puntos de contacto con la de Carlos Tevez. Nació en 1984, vivió en el Nudo 1 de Fuerte Apache, fue a la Escuela 50 –la que está dentro del barrio– y jugó al fútbol en Santa Clara y las infantiles de All Boys. Fue el habitante menor de un hogar más o menos normal hasta sus once años y el día que su mamá lo abandonó, su vida se salió de eje para siempre.
Pero las diferencias entre Darío, El Guacho Cabañas (Cabañas porque era paraguayo como el recordado delantero de Boca, Guacho porque era un pendenciero sin limites), y Carlitos, llamado El Manchado en sus tiempos de Fuerte Apache, por su enorme cicatriz en el cuello, son aún más. Por ejemplo, El Guacho usaba la camiseta 10 y Carlitos la 9. El Guacho nació en Paraguay y Carlitos en El Fuerte. Carlitos llegaba a casa y se quedaba con sus padres adoptivos hasta que llegara la hora del descanso. El Guacho andaba por el barrio y sus relaciones no lo iban a ayudar, en el caso de que se planteara ser un futbolista de excepción.
Las vidas de El Guacho y El Manchado siguieron por los carriles posibles. Tuvieron historias futboleras extraordinarias en su vida de pibes. Eran capaces de decirle a Didí Ruiz “¡Dejá de joder! Sentate ahí con las madres a tomar mate que el partido lo ganamos nosotros”. Y los tipos iban y lo ganaban. Lo ganaban por dos, tres, cuatro goles. O los que hicieran falta. Eduardo Pino Hernandez (ex jugador de Velez y San Lorenzo, actual entrenador de infantiles de Boca y del Club Villa Real) los tuvo en sus equipos del Villa…
– El Guacho Cabañas era el mejor de un grupo de pibes, entre los que estaba Carlitos Tevez, que en esa época era Martínez. Todavía me acuerdo: David Alaniz era el central, Gonzalo Escobar jugaba por la izquierda, Yair Rodríguez, que llegó a jugar en la Primera de Independiente, Gerardo Rodriguez, Arielito Galeano y el arquero se llamaba Jorge Cardozo, pero le decían Patu. Todos ellos eran de Fuerte Apache y jugaban en el Santa Clara, el club del barrio de ellos. Este club estaba dos o tres categorías más abajo que el Villa Real, que estaba en la categoría más alta del torneo de Baby de esta zona. Era muy tentador para los pibes: el Villa no queda demasiado lejos de Fuerte Apache e iban a jugar una liga mas competitiva. Además, donde iba El Guacho, iban todos. Jugaban muy bien. Carlitos se tiraba a la derecha, en ese tiempo. Ya jugaba muy bien, pero Darío era claramente el mejor. Fuimos un día a verlos y los convencimos. El papá de Gonzalo Escobar los sabia a una chata y los traía a entrenarse y a jugar.
Velez miraba mucho a los chicos del Villa Real. El gran gancho para que los chicos se fueran de Santa Clara a Villa Real era que el acceso a una prueba en Velez estaba muy al alcance. Pino Hernández, en su condición de ex jugador del equipo de Liniers, llevó a los chicos a probarse en marzo de 1994. Pasar del baby futbol a la “cancha de once” no es fácil y esto lo padeció Carlitos.
– Carlitos era chiquito. El Guacho tenía otro porte. En aquel momento, tiraban a los chicos a la cancha y si se destacaba quedaba y, si no, no. Era muy injusto. A los chicos hay que probarlos en cancha chica. Ahí sabes si juegan bien o no. De los chicos de Fuerte Apache, ficharon a Darío y siguieron viendo a Alaniz un tiempo mas. A los demás, incluido Carlitos, los descartaron. Yo tenía miedo de que para Carlitos fuera muy frustrante, porque un mes antes un muchacho al que le decían El Gallego lo había llevado a dar una prueba en San Lorenzo y tampoco la pasó. Pero una de las grandes virtudes de Carlitos era la de no rendirse nunca. Después, Carlitos se fue a All Boys. Todos siguieron a El Guacho y firmaron en Villa Real, que era lo que queríamos. Carlitos no. Se fue. Lo único que Carlitos jugó en el Villa Real fueron algunos amistosos y una copa que ganaron en Córdoba.
El Guacho jugaba realmente bien. Era “8”. Tenía manejo, entrega, dinámica, gol. Era el capitán, la figura y el más admirado por todos en El Fuerte. A Carlitos esto no le gustaba demasiado, sobre todo porque algunos compañeros preferían que las jugadas las armara El Guacho antes que él.
Pero, a diferencia de All Boys y Boca con Carlitos, el paso por las inferiores de Velez no le sirvió como contención a El Guacho Cabañas. El abandono de su mamá tiene que ver con una parte de la vida de El Guacho directamente vinculada a los Backstreet Boys de Fuerte Apache, la más feroz de las 30 bandas que convivían en el barrio. Si bien El Guacho era muy chico y uno de los grandes códigos era “no darle droga a los pibes”, los Backstreet Boys lo adoptaron como una suerte de mascota y lo llevaban con ellos a ciertos lugares en los que el compañero de Carlitos perdió el control definitivamente.
Fue en este tiempo en el que empezó a tomarle el gusto a robar. En un momento, El Guacho Cabañas se creyó una especie de Robin Hood moderno, por aquello de quitarle a los que tienen para darle a los que no. Todavía hoy muchos recuerdan que, con la plata que robaba, El Guacho se compraba las mejores zapatillas –le gustaban las “llantas” Nike mas que cualquier otras– y le colgaban cadenitas de oro de su cuello. El sobrante lo repartía entre sus compañeros de Velez que vivían en barrios como El Fuerte, en villas o que venían al entrenamiento en bicicleta de lugares lejanos porque no tenían el dinero suficiente como para tomarse un colectivo. Es más, llegó al punto de tirar alguna pelota a la Avenida Juan B Justo (Velez aun no tenia su Villa Olímpica en Ituzaingó), a donde estaban sus amigos para llevársela y jugar en las peladas canchitas del barrio.
El problema era que Darío no podía parar de robar. A veces, pasaban semanas sin que fuera a entrenarse a Velez o al Villa Real. Cuando al DT de Velez se lo veía en el barrio, era seguro que Darío había desaparecido. Se escondía para que no lo encontraran, como si los entrenadores fueran policías. A diferencia –enorme diferencia– de Carlitos, El Guacho no tuvo a nadie que le dijera que por el camino del fútbol iba a encontrar una vida mucho mejor.
Muchas veces, apestaba del olor a marihuana o, directamente, llevaba escondida una bolsa con pegamento. Los delegados de Velez no decían ni mu. Pensaban que, si lo rescataban, El Guacho sería una de las figuras del futbol argentino. Tanto era así, que hasta le perdonaron unos diez robos a compañeros que dejaban su ropa en el vestuario. El límite fue su enésima pelea. Para los dirigentes de Velez fue demasiado y lo dejaron libre. Nunca más jugó en un club.
Cuando El Guacho era un personaje temido en el barrio, cuando sus pasos eran pies arrastrados, la mirada perdida por el Poxiram y el cinturón lo suficientemente ajustado como para bancar el peso de una 9 mm, intentó colgarse del último tren. Fue a ver a su querido Tano Propatto, el que lo llevaba a entrenarse a All Boys desde El Fuerte a Floresta en una Estanciera modelo 75, cuando tenía 5/6 años…
– Llevaba mucho tiempo sin verlo. Sabía que no jugaba más, que afanaba, que se había peleado con todo el mundo y que estaba mal. Yo estaba dirigiendo a Comunicaciones y una mañana se me apareció. No lo podía creer. Ya tenía 15 años, era 1999/2000. Carlitos llevaba dos años jugando en Boca y las cosas le iban muy bien, según sabía. Pero a Darío no, todo lo contrario. ‘Tano, el único que me puede salvar sos vos’, me dijo. ¿Qué podía hacer yo más que llevarlo y traerlo?. Llevaba y traía pibes de Fuerte Apache, de la villa Carlos Gardel… Obviamente, lo miré desconcertado. Darío podía jugar donde quisiera, su nivel de juego era demasiado alto para el promedio de los pibes que yo tenia en Comunicaciones… Le ofrecí llevarlo a Argentinos, a Boca mismo con Maddoni, a River con Gabriel Rodríguez… Tenia condiciones para romperla en cualquier lado. Insistió con fichar en Comu. Debe haber jugado dos meses. Y en esa categoría era como tener el as de espadas en todas las manos. Jugaba de todo. Era imposible sacarle la pelota. En ese momento, tal vez haya sido mejor que Carlitos, pero el contexto en el que se desenvolvió Tevez fue mejor. Y eso lo ayudó. Después nos encontramos dos o tres veces mas, charlamos de cualquier cosa. Yo veía que no estaba bien. Me enteré de que había muerto unos días después, cuando me lo contaron los chicos de El Fuerte.
La vida de El Guacho Cabañas comenzó su final con el primer robo. Se cebó, tenía plata fácil. Si le hacia falta, salía de caño, fumado o totalmente puesto por los vapores del Poxiram y atracaba a un supermercado chino. Carlitos no se alejó de El Guacho, sino al revés. Carlitos lo invitó a su casa muchas veces, pero Darío estaba en otra cosa, en otra vida, en otro mundo. Dejó de ser futbolista y prefirió la compañía de los Backstreet Boys casi sin darse cuenta y sin tener elementos ni familia para evitarlo. Primero, fue un juego. Les hacía los mandados, los acompañaba a alguna parte y los muchachos grandes lo protegían. Los primeros Backstreet Boys fueron dejando su lugar porque morían o caían presos o se escapaban a otros países para que la policía no los matara. Fueron reemplazados por pibes de la edad de El Guacho. Y ahí las cosas empeoraron. Los robos subieron su status. Carlitos lo veía poco, a esta altura. Una tarde se lo encontró en el barrio, cuando volvía de un entrenamiento. Le dijo que volviera al futbol, que se metiera de nuevo en un club. A esta altura, El Guacho sólo se prendía en algún partido en El Fuerte, no mucho más que eso.
Carlitos estaba contenido por su familia adoptiva. Adriana y Segundo Tevez cumplían a rajatabla con el mandato que se impusieron desde que acordaron hacerse cargo de la crianza: generarle actividades fuera de El Fuerte, alejarlo del destino más próximo que tenían los chicos del barrio. El pobre Darío no tuvo nada de esto. La madre lo dejó ante el primer robo y no le dio tiempo ni colaboró con una posible redención. Se fue al Paraguay y se llevó a sus hermanos. Darío quedó en El Fuerte sin más compañía que la de su padrastro, que era un golpeador. Eran históricas las palizas que el padrastro de Darío le daba a su madre. Cuando Darío robó y se drogó, la mujer esperó la noche, juntó a dos de los tres hermanos varones y se fue. Nadie la vio nunca más. Ni siquiera Darío.
Los Backstreet Boys conocían esta historia y le dieron refugio, pero no ejemplo ni contención. Y El Guacho los siguió. Después los sucedió. Carlitos, por su lado, estaba en los umbrales de su debut en la Primera de Boca, había jugado tres torneos Sub 15 con la Selección Argentina (Wembley, Montaigú y Salerno), había sido campeón en uno de ellos y se preparaba para afrontar el Mundial Sub 17 en Trinidad y Tobago. Darío se sentó en el cordón de la vereda. Tenia una foto de Carlitos con la camiseta argentina y una bolsa con pegamento en la otra mano. Didí Ruiz –histórico entrenador de los pibes del Santa Clara, muy querido en el barrio– pasó, lo vio llorar y se sentó con él. El Guacho dijo todo, Didí sólo escuchó…
– Cómo puede ser, explicame… Yo no puedo entender cómo ese pelotudo… Cómo ese pelotudo llegó a primera y a mí me está buscando toda la policía… Me quieren matar, Didí… Si yo jugaba mejor que él… Vos sabés cómo jugaba yo, no hace falta que te lo cuente… Y mirame cómo estoy ahora… Todo el día con esta mierda…
Carlitos —”ese pelotudo”— estaba en Trinidad y Tobago, integrando el plantel argentino Sub 17 que jugaba el Mundial de la categoría. La Policía ya había decidido cargarse a Darío Coronel. Había participado de un gran robo al Bingo Ciudadela y en dos balaceras contra sendas comisarías de la zona. En uno de esos cruces a tiros, mató a dos policías y eso fue la firma de su sentencia de muerte. En la interna, si un delincuente mata a un policía, la policía tiene Carta Blanca. Imaginen si mata a dos, como este este caso. La policía queda extraoficialmente habilitada para matar al que eliminó a uno de los suyos, plantarle un arma y hacerlo pasar como un “enfrentamiento”.
Lo buscaron y, finalmente, lo encontraron, en una cálida madrugada de septiembre de 2001. La policía los persiguió desde la General Paz hasta el Aguas Argentinas de la calle Besares, en pleno Fuerte Apache. Por algún acuerdo tácito, la policía no entra a Fuerte Apache. Una vez que el tipo que persiguen se mete en el barrio, se acabó la persecución.
Quienes conocieron a El Guacho lo describen como un peleador insoportable y un competitivo feroz. De hecho, siendo muy chiquito, se tomaban a golpes con Carlitos por una bolita, un autito, lo que sea. Se han llegado a pelear a trompada limpia porque El Guacho no le pasó la pelota a Carlitos y viceversa. Y a los cinco minutos, eran amigos otra vez. Se querían mucho. Darío era muy generoso con los suyos, bancaba a los compañeros y era capaz de dar la vida por un par. “Nací chorro y voy a morirme chorro”, dijo una vez.
En esa madrugada de septiembre de 2001, mientras Carlitos dormía plácidamente su sueño cumplido de jugar en la Selección, El Guacho y su compañero de atraco llegaron a El Fuerte, acosados por la Policia. “Doblá acá que me buscan a mí”, le dijo El Guacho a su compañero. Darío sólo tenia 17 años, pero ya no era aquel 8 de ida y vuelta. Estaba absolutamente fuera de forma e intoxicado. Había vivido diez vidas en una sola. Fue el momento en el que el patrullero dobló en Besares y lo encontró tratando, en vano, de entrar a El Fuerte.
Hubo gritos, luces, policías corriendo y un tiro. Darío Coronel (a) El Guacho Cabañas sacó su pistola, llevó el caño a su sien (“apretando bien las muelas”, diría Charly García en “Viernes 3 AM”) y disparó. Alguna vez había dicho “antes de que me mate la cana, me mato yo”. Cumplió.
Carlitos Tevez se enteró en el vuelo de regreso a la Argentina, se lo dijo Segundo muy suavemente. Mientras tanto, en Fuerte Apache algunas personas hacían trámites para retirar el cuerpo de la morgue y hacer algo parecido a una última despedida. Carlitos lloró, pensando que la vida de El Guacho bien le pudo haber tocado a él. Y si bien estaba alejado de todo, el recuerdo de todo aquel tiempo que pasaron juntos quedó marcado en su corazón. Desde ese día y para siempre, grita sus goles mirando al cielo, señalando a Darío Coronel, al primero que le dio la pelota bien redonda para que su sueño de ser futbolista empezara a tomar cuerpo en aquellos difíciles días en Fuerte Apache.
Acaso esta descripción de Darío que el Tano Propatto me dio una tarde de octubre de 2015, sentados a la mesa de un bar de la YPF de Juan B. Justo y General Paz sea la más exacta y pura…
– Cabañas era el típico futbolista paraguayo, con la fuerza y las ganas para ir hacia adelante, con el agregado de una gran sensibilidad en el pie y un manejo de la pelota extraordinario. ¿Si pudo haber sido mejor que Carlos? No sé, tendría que ser adivino para saberlo. Siempre dicen ‘si Cabañas hubiese llegado’ y yo creo que nunca hubiese llegado. A Darío le gustaba más ser el guapo del barrio que cualquier otra cosa.
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