El hincha de Independiente tipo es un personaje futbolero muy particular, sobre todo el de estos tiempos de vacas escuálidas. Habla todo el tiempo de la historia y casi ni la conoce, o bien, la conoce sectorizada, acomodada a discursos vacíos y de sonidos extremadamente antiguos. Se llena la boca hablando de Bochini y el «paladar negro». Después pone en la fila a Marangoni, Burruchaga, Bertoni y a un par más. Más tarde, suspira por el Negro Clausen, Villaverde, Enzo Trossero y el Chivo Pavoni, todos defensores. Mas atrás en el tiempo, uno puede encontrarse con el Pato Pastoriza, que llevaba la 8 pero jugaba de 10 o Perico Raimondo, que daba los mismos pases cortos que hoy se le critican, por ejemplo, a Gago. Pero en aquel momento, los hinchas tenían alguna sabiduría mayor sobre el juego y valoraban como es debido ese primer pase. En aquellos tiempos del Pato jugador, el que llevaba la 10 era Alejandro Estanislao Semenewicz, un futbolista de temperamento y marca que fue central en sus comienzos en Deportivo Morón –no sabían ni el apellido y lo llamaban «Semianowicz»— y que Vladislao Cap convirtió en volante en el Bicampeón Metropolitano 1970/71. Corría tanto el Polaco que una tarde le pusieron auriculares para charlar con José María Muñoz y ante la pregunta retórica del Gordo «¿Cuántos pulmones tiene, Alejandro?», el inédito 10 Rojo contestó «Uno, como todo el mundo, Muñoz» y pasó a la historia. Algunos contaron esta anécdota con Mostaza Merlo como protagonista, pero le pasó al Polaco Semenewicz.
Otra falacia es que la gente de Independiente de antes «se sentaba y disfrutaba». Independiente perdió 2-3 con Platense en Avellaneda en la anteúltima fecha del Metropolitano 70 –torneo que finalmente ganó– y Semenewicz y Pavoni, espalda con espalda, se pusieron a repartir trompadas a furiosos hinchas poco propensos al diálogo. La policía apareció después de un rato. Los hinchas de Independiente, los mismos que se autoengañan (y son engañados fácilmente por cierta prensa que atrasa) con el supuesto «paladar negro», creyeron que con esa derrota ante Platense generaría que River ganara el campeonato, debido a que el cuadro de la Banda Roja terminaba con Unión de local e Independiente tendría que ser visitante ante Racing. El paladar no les importó, ni tampoco que Pavoni (si, el Chivo, el mejor lateral izquierdo de la historia del Rojo) fuera uno de los sobrevivientes de las Copas de mediados de los 60. Ante la sola suposición de que el equipo perdería el titulo a manos de Racing en el estadio «de al lado», tomaron la decisión de trompear a los futbolistas.
Si uno escucha a un hincha rojo contarle las hazañas del equipo a los jóvenes de hoy, seguramente le contará un cuentito dulce y naif. Pero si uno analiza los partidos de las finales intercontinentales, por ejemplo, se encontrará con que el supuesto equipo del Catenaccio –el Inter de Helenio Herrera– le dio una paliza fenomenal y le ganó 3-0, que el equipo que se presentó en Amsterdam contra el Ajax jugó con defensores como volantes y sólo dos hombres de ataque y que en la final con Juventus sólo atacó cuando el Bocha hizo el famoso gol y por un tiro libre del Chivo que se fue desviado. El resto, fue un monólogo del cuadro italiano y Pepé Santoro hizo milagros para que el Rojo ganara por primera vez la Copa Intercontinental. No hubo baile, ni el Bocha tiró cien paredes con Bertoni ni Bernao bailó al 3 del Inter ni nada. Y los cinco delanteros del Rojo que jugaron en la Selección en los 50 –Micheli, Ceconatto, Bonelli o Lacasia, Grillo y Cruz– la rompían, pero flaquearon en todos los tramos finales de todos los torneos que jugaron y jamás dieron una vuelta olímpica.
Estas lineas no tienen como fin voltear los grandes mitos rojos ni menoscabar a enormes futbolistas que hicieron del club de la camiseta color sangre uno de los mas importantes del mundo. Se trata, si, de mostrar los prejuicios que los hinchas y periodistas tienen a la hora de evaluar a entrenadores y jugadores, sobre todo en Independiente. El caso mas tremendo fue el de Jorge Solari. Marangoni y Barberón dieron un portazo y se fueron a Boca, el equipo que dirigía Pastoriza por «no comulgar con el estilo futbolístico del Indio Solari». En realidad, lo que Solari había traído era un entrenamiento más riguroso y Maranga, ya metido de lleno en el negocio de las escuelas de futbol, prefería las prebendas que le daba el Pato al rigor físico del Indio. Solari había sido un volante aguerrido de River y Estudiantes y era uno de los socios fundadores del club Renato Cesarini. Por esas cosas de la vida, le pasó lo mismo que le pasa ahora a Mauricio Pellegrino: le colgaron el cartel de «defensivo». El problema es que no sólo es un cartel equivocado –con todo lo equivocado que es colgarle la etiqueta de algo a alguien– sino que cualquier contingencia del juego que ocurriera, la culpa sería del entrenador porque es un cagón. Solari debió reemplazar a Pastoriza y eso ya era un problema. Después, mientras se rompía la cabeza para encontrar un sucesor de Marangoni, Bochini apareció en la tapa de El Gráfico con la camiseta de Boca que le cambió el Coya Gutiérrez. Trajo a Reggiardo –goleador de la B Nacional– y al Chaucha Bianco y los hinchas, en nombre del ridículo «paladar negro», querían prender fuego la sede con Pedro Iso adentro. No sabían ni quiénes eran, pero se opusieron. Solari eligió a Miguel Angel Ludueña (uno de los mejores volantes centrales que haya usado la camiseta roja) para reemplazar a Marangoni y, más tarde, sumó a Rubén Insúa y el Beto Alfaro Moreno. Armó un equipo estupendo alrededor de la veteranía del Bocha y, además, construyó una gran estructura de divisiones inferiores, que era la razón fundamental por la cual lo fueron a buscar. El Independiente de Solari fue uno de los mejores campeones que tuvo la historia del club.
Pellegrino está atravesando un proceso similar al de Solari. Mientras estaba negociando, apareció una bandera –ya casi no interesa si un dirigente la pagó o no– que decía «Pellegrino NO», algo que no tiene antecedentes en esa historia de Independiente de la que hablan y no conocen. Tuvo un vinculo con Estudiantes y eso ya lo convierte en «defensivo», nos dicen que «no tiene paladar negro», que «no defiende con la pelota». No importa que lleve una derrota en 11 partidos y que el equipo haya pasado de el 16º puesto a tener expectativa de entrar a la Liguilla PreLibertadores. En realidad, el análisis del entrenador está basado en prejuicios, un pariente directo de la ignorancia. En el libro de pases del verano, el que gobernó con mano poco maestra Jorge Almirón, Independiente gastó 10 millones de dólares y trajo jugadores como Valencia, Graciani y una versión «high fat» de Claudio Aquino. El actual entrenador debió lidiar con eso, sin Mancuello, con Cebolla Rodríguez fuera de forma, con el Torito Rodríguez recuperándose de una fractura, con Albertengo en el nivel más bajo desde que llegó, con el trabajo poco sencillo de recuperar a pibes como Martín Benítez y Juan Manuel Trejo y con Julián Vitale –de pocos partidos en Primera– como único volante de recuperación. A eso hay que sumarle que en el gasto de 10 millones de dólares de enero, no se previó que al Torito podría pasarle algo y el plantel no contó con un suplente que fuera un cinco de quite real.
Pero Pellegrino es «cagón», «defensivo», «no respeta el paladar negro». Anoche, contra Huracán, armó un cuadro en el que jugaron el Marciano Ortiz, Mendez, Benitez, Trejo, Albertengo y Lucero. Tres volantes y medio y dos delanteros y medio. Benitez puede ser considerado mitad delantero y mitad volantes ofensivo. Ortiz no tiene a la marca como característica esencial, Mendez menos y Trejo está para ir por afuera y para arriba. Justamente, esta formación fue la que le quitó capacidad de recuperación en el primer tiempo y fue la principal razón por la que Independiente casi no pudo tener la pelota. Pero en el segundo, pegó rápido y después se mantuvo en campo rival hasta faltando cinco minutos. Al igual que con Estudiantes, desperdició chances muy claras para ganar el partido y lo terminó pagando con puntos en jugadas aisladas. En ninguno de los dos últimos partidos, los que empató, el rival lo asedió ni le creó situaciones de gol, algo que el «paladar negro» no valora porque «Independiente tiene que mirar el arco de enfrente». Y, como contrapartida, fue superior y generó chances para ganarlos.
El entrenador está para darle a los futbolistas elementos para facilitar su tarea. Pero tiene un límite. El resto, depende de los jugadores. Pellegrino no puede gobernar a Albertengo si faltando dos minutos para terminar el partido, comete un foul cuando un compañero (Papa) tiene dominada la situación. Tampoco puede entrar al campo y decirle a Benítez que esté atento al rebote, a Toledo que salga para no habilitar a sus rivales o al Ruso Rodriguez que juegue un par de pasos adelante de lo que lo hace habitualmente para tener más chances de sacar alguna difícil. Otra de las funciones del DT es tratar de arreglar los problemas y lo hizo. Independiente mejoró sustancialmente de un tiempo a otro. La paradoja es que los dos mejores partidos de la Era Pellegrino fueron los empates con Estudiantes y Huracán. Lo extraño es que no se lo reconozcan los periodistas «estéticos» y los hinchas con «paladar negro», a los que la palabra «resultado» les parece sacrílega. Porque en los dos últimos partidos, Independiente estableció clara superioridad sobre el rival, manejó el partido en campo adversario la mayor parte del tiempo y generó situaciones claras para resolver el resultado. Seguir pensando que el cambio de Papa por Lucero –con Benítez, Albertengo, Pereyra Diaz y Ortiz en la cancha– es «defensivo» es no entender de qué va este juego ni que cosas pasan en un partido de fútbol.
Mauricio Pellegrino llegó a un club complicado. Tiene una historia de grandes triunfos que pocos conocen, pero que a la hora de enrostrarla se creen eruditos. Pellegrino –acompañado por un Cuerpo Técnico de lujo– tomó un plantel cuya capacidad táctica y estratégica está en el Preescolar, porque el entrenador anterior –autor de un trabajo deficiente, apañado por cierta prensa importante– les dijeron que «hay que jugar igual en todas las canchas», «hay que atacar», «hay que salir jugando» y no mucho más que eso. Tiene que machacar con una idea más integral y más importante que la de Almirón. Pellegrino debió cambiarle la alimentación a los jugadores porque el porcentaje de sobrepeso del plantel estaba en el orden del 60%. Y tuvo que explicarle a jugadores jóvenes –Martín Benítez es el caso testigo– que la vida del jugador profesional es algo diferente a lo que ellos hacían.
Los prejuicios de dirigentes e hinchas llevaron a Independiente a los peores infiernos a los que puede llevar el futbol profesional. Desde el regreso a Primera, trata de reacomodarse. Recién cuando recupere a todos, el Rojo podrá contar con uno de los mejores planteles de la Argentina. Pellegrino, entonces, será el encargado de armar un equipo poderoso.
Pero, sin dudas, lo primero que deberá vencer son los prejuicios y cierta prensa que lo quiere mordiendo el polvo. Ambas cosas –el prejuicio y el mal augurio– son parientes directos de la ignorancia. Y eso es lo más difícil de combatir.
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