“Mi camarógrafo estaba con el hijo, Rafa. El nene hoy cumple 7 años y lo único que le interesaba del partido era ver de cerca a Di María. Salió Fideo, lo saludé y le dije que el pibe cumplía años y que lo adoraba. Inmediatamente abrió una bolsa de Adidas que tenía en la mano y sacó la camiseta azul en degradé, con el 7 dorado, toda chivada, que usó en uno de los mejores partidos que le vimos a Di María en su vida. Y se la dio. ‘Este es mi regalo de cumpleaños’, le dijo. El pibe, el padre, yo… Nos miramos. El papá se largó a llorar. Yo estuve al borde, pero tenía que laburar, justamente, con Fideo. Rafa sólo abrió la camiseta y estuvo no menos de cuatro minutos mirándola fijo. Di María parece distante, por ahí pasa distraído y ni te mira. Pero es un pibe bárbaro. Y su debilidad son los chicos. Basta con que haya involucrado un pibe para que hagan cosas que uno no sueña que pueden hacer.”
Este relato es de mi amigo y colega Rama Pantorotto y pinta de cuerpo entero a un personaje que tiene muchos costados para abordar a la hora de una descripción.
Antes de eso, Fideo salió por la puerta que lo llevaba por el camino de la Zona Mixta (Mixta porque se mezclan jugadores y periodistas, supongo) primero y el omnibus después. Pero hoy se paró ante los dos o tres periodistas que tuvimos acceso a un sitio más cercano a los futbolistas. Estaba feliz, exultante.
Está librando varias batallas al mismo tiempo. Una, es dura. Tiene que jugar a gran nivel en Man U para hacerles entender a dirigentes y entrenador del Real Madrid que ninguno de los jugadores que trajeron es mejor que él. No lo dice abiertamente, pero tiene como una obsesión de mencionar lo bien que está en “un club tan grande como el Man U”. La otra batalla es en la Selección. Si bien nadie lo cuestiona y es número puesto, él se perdió la final. Quedó afuera de los momentos más importantes de la historia de la Selección de los últimos 24 años. Quedó afuera sabiéndose en excelente nivel y con un equipo sólido que lo respaldaba y le daba el espacio para que desarrollara su velocidad y su talento. Nadie lo acusa de nada y todos sabemos que en la vida de un jugador de fútbol las lesiones pueden aparecer en los momentos menos oportunos. Pero a él no le alcanza con esto. Necesita jugar con la camiseta argentina y hacerla pesar como en esta noche de Düsseldorf.
Hoy se transformó en una pesadilla para los alemanes. Dio un pase gol exquisito, hizo un golazo impresionante y todo eso, lo dejó infinitamente feliz. Casi que no hacía falta que hablara. Bastaba con ver su cara y escucharlo.
Para ser grande no solo basta ser un gran jugador de fútbol, para ser grande hay que ser un gran ser humano y este jugador lo demuestra, en todo momento ..