“Si no me pasan la pelota, me voy, porque usted no va a saber cómo juego”
Marcelo Gallardo al DT de inferiores Gabriel Rodríguez, el día que se probó en River
“Tengo a Bochini con remate de media distancia”, me dijo Daniel Passarella durante un entrenamiento en una fría mañana de Villa Martelli, en 1992.
Lo miré incrédulo. “Te lo juro. Juega como el Bocha. Siempre la da justa, hace pases gol como ningún pibe lo hace, tiene una visión de juego fenomenal y le pega a la pelota como los dioses”, repitió el entonces técnico riverplatense. Sabía lo que a Passarella le gustaba Bochini, así que si comparaba a uno de “sus” pibes con el 10 de Independiente era porque lo había impresionado de verdad. River atravesaba una crisis económica importante y, como ahora el Muñeco, Passarella debió recurrir a las inferiores y a algún futbolista que no costara mucha plata, pero que tuviera la categoría necesaria para ponerse la camiseta de la Banda Roja.
Gallardo apareció en la Primera de River el 18 de abril de 1993, en un partido contra Newell’s que el Millo ganó 2-0. Desde aquella prueba en la que se plantó porque no le daban la pelota y en este debut a los 17 años, Marcelo Gallardo demostró ser un tipo de carácter firme y sereno para tomar decisiones. Con el tiempo, los viajes, la vida, el fútbol, fue aprendiendo a conversar y a comunicar. Siempre fue un pibe educado. Aquella anécdota del comienzo con Passarella (con quien hoy no tiene relación, pero que fue muy importante en su trayectoria) terminó con una presentación de la que el Muñeco no tiene el menor registro, pero yo no olvidé más. Gallardo fue siempre una debilidad de este periodista. Jamás entendí tanta resistencia inicial, tanta incomprensión, tanta crueldad. Marcelo falló un penal en la cancha de Quilmes en 1995, en un amistoso que la Selección Argentina jugó y ganó con Australia y la prensa y el público –una prensa que pedía a Cristian Castillo y un público que pedía por Redondo– lo destrozaron. Como el refrán de el carro y los melones que se acomodan, el reconocimiento de Gallardo era cuestión de tiempo. Todo esto le dolió, pero nunca paró. Siempre levantó la cabeza, jugó a uno o dos toques, le pegó de afuera, siempre tomó la pelota y fue a patear el penal o el tiro libre, siempre tomó decisiones. Otra vez Passarella: “La gente cree que el guapo es el que da patadas (sic) o codazos. Pero está equivocada. Guapo es Gallardo, que se banca las puteadas con la pelota en los pies y la rompe con toda la gente en contra. Van a terminar pidiéndole perdón”.
Alejandro Apo dijo por Radio Continental: “No confío en que Gallardo supere la ejecución de los himnos en Paraguay. Ahí, ya ahí, va a estar asustado”. Generó una discusión. Yo conocía las agallas del Muñeco. Evidentemente, Apo no. Podía jugar bien o mal, pero nunca iba a dejar de intentar hacer su juego. Ninguna intimidación iba a apartarlo de su idea inicial. Los “himnos en Paraguay” era un partido decisivo por las Eliminatorias para el Mundial 1998 en Asunción. Marcelo jugó un partido descomunal, Argentina ganó 2-1 y metió un pie y medio en la Copa del Mundo francesa. Curiosamente, en el Mundial insultó a Passarella en medio de la calentura del partido con Inglaterra en Saint Etienne y, por ese enojo, el DT argentino lo sacó y no pudo ver lo que él mismo había pronosticado. Cuando Argentina cayó ante Holanda en Marsella con el doloroso gol de Bergkamp en el último minuto, los periodistas (los mismos que lo acusaban de ponerlo porque era “su hijo”) lo culparon por no haber puesto a Gallardo.
Pasó el tiempo, tuvo un paso por Mónaco, otro por River, un final glorioso en Uruguay y un comienzo no menos brillante en Nacional, cuando ganó su primer campeonato como técnico.
Esta alegoría sobre Gallardo intenta describir a un tipo con carácter. Tal vez su estatura física, su cara y sus modos poco ostentosos hacen pensar en lo contrario, como le pasó a Apo en 1997. Pero es un tipo de gran poder de convencimiento. Todos creímos que su trabajo en River iba a ver frutos un poco más adelante, que este torneo local y la Copa Sudamericana iban a ser dos pasos complicados, pero una entendible búsqueda de una identidad de juego, de un mod de conocerse y de ir paliando situaciones institucionales que permitieran ir retocando el equipo en cada apertura de libro de pases.
Pero Gallardo volvió a sorprender. Ese carácter y esa forma de comunicar –diferente a la de Ramón Díaz, más serena y más cercana al jugador– lograron que cada futbolista de River se sintiera parte de algo grande. Incluso, antiguos desahuciados como Mora, Sánchez y Ponzio o suplentes eternos como Ramiro Funes Mori. Convirtió a Barovero y Maidana en claros líderes, le dio un marco adecuado al crecimiento de Pezzella, potenció a Mercado y Vangioni, hizo mejor a Ariel Rojas y eligió con precisión quirúrgica al único refuerzo del cuadro titular: Leonardo Pisculichi. Se quejó un rato de la venta de Manuel Lanzini un par de días antes del comienzo del torneo, pero nunca dejó de buscar la solución. Había pensado un equipo alrededor de Manu y terminó haciéndolo a la medida de Piscu. Gallardo parece tener soluciones para todos los problemas y, sin embargo, no es así. El fútbol de River nace de su idea madre, esa idea que trata de imponer cada día que el cuadro de la Banda Roja sale a la cancha. A diferencia de algunos de sus colegas y de algunos colegas míos, Gallardo sabe que enfrente hay un rival y que ese rival tratará de anularle la idea madre. Que no siempre Sánchez y Rojas podrán tragarse la cancha o que Teo Gutiérrez no tendrá chances de gol fácilmente. Entonces, el Muñeco les da a sus jugadores otros elementos para que resuelvan estas situaciones. Gallardo tiene –se nota– un gran background. Conoce a sus rivales, sabe cada movimiento. Es claro que pasa horas entrenando los movimientos de River para mecanizar los ataques y que trata de que ese mano a mano que propone en el fondo sea un riesgo, pero no un suicidio. Pero también es notorio que sabe cada uno de los movimientos del rival. Nunca habla de los rivales, salvo algunos pocos conceptos generales. Sin embargo, les conoce pelos y señales.
Recuerdo el partido con Newell’s por el torneo. Metió un gol de pelota parada –caricia de Piscu, cabezazo de Funes Mori– y cuatro minutos después del gol, puso a Guido Rodríguez (volante central) por Pisculichi. Sobre la marcha, cambió el esquema de siempre a un 4-4-2 clásico. EL medio de River quedó con Sánchez – Ponzio – Rodríguez – Rojas. Mora y Boyé permanecieron como puntas. Gallardo conoce al dedillo las características de Newell’s. Sabe perfectamente que el cuadro rosarino maneja la pelota como pocos y que recuperarla sin “un cinco más” se iba a complicar. Gallardo es partidario de su idea principal, pero su trabajo consiste en darle variantes y versatilidad al equipo. Guido Rodríguez apuntaló el trabajo de Ponzio, Rojas y Sánchez se pegaron a las bandas, cubrieron todo el ancho del campo, le sacaron la pelota a Newell’s, pudieron haber metido el segundo y se defendieron poseyendo el balón bien lejos de Barovero.
River es el que te ataca sin dejarte resquicio para que lo contraataques, pero también es ese equipo que cuando se bambolea y apenas se defiende contra las cuerdas, saca del pie prodigioso de Pisculichi dos pelotas que, por ejemplo, dieron vuelta el partido con Estudiantes y ganaron la final contra Atlético Nacional de Medellín, ambos encuentros de trámite altamente desfavorable para el Millonario.
Esta obra del Muñeco Gallardo es digna de aplauso, más allá de que gane o no el torneo local. Tal vez sea discutible el hecho de haber rifado el partido contra Racing cuando con un empate mantenía la posición de privilegio, pero en el fútbol nada está garantizado. Es tiempo de festejar. River obtuvo un torneo internacional después de 14 años y volvió a los diarios del mundo y al lugar que merece semejante club.
Pero, ante todo, River está de nuevo en el camino de su grandeza. Marcelo Gallardo y sus jugadores lo están llevando por esa ruta reservada sólo para los muy grandes.
https://www.youtube.com/watch?v=g3EzqcJKYRA
Muy bueno chavo, Felicitaciones!!! Me encanto leer esta publicación y muy contenta por volver a tener LA VIDA COLOR DE RIVER…
soy de Independiente, de modo que imaginarás lo que fue el bocha para mí. desde que el muñeco apareció en la primera de River era un verdadero placer verlo jugar. También lamenté lo sucedido en el mundial de Francia, una pena, y ni hablar de Gallardo como técnico.