Los modos de Gerardo Martino no se han modificado. Eran iguales cuando llevaba con orgullo, gran pegada y excelente panorama de juego la camiseta de Newell’s. Siempre educado, siempre atento, con un vocabulario correcto, siempre teniendo el cuidado de pronunciar las eses, salvo esas que en el «rosarino básico» no se pronuncian, que se saltean convirtiéndolas en una jota suave.
Tengo un recuerdo muy claro y alguna vez, lo conversé con él. El recuerdo no es grato, si uno se remite sólo a aquella coyuntura. Ahora, con el paso del tiempo, uno puede tomar este caso como un ejemplo de entrega, pasión y amor por la camiseta. Fue en el entretiempo de la final de la Copa Libertadores, el 17 de junio de 1992, la noche que el Newell’s del Loco Bielsa jugó en el Morumbí ante el gran San Pablo de Telé Santana, Raí, Zetti, Cafú, Palinha y Müller. Newell’s había ganado el partido de ida 1-0 en la cancha de Rosario Central. En el descanso, el partido estaba 0-0 y, con ese resultado, el equipo rojinegro era Campeón de América. Iba a ser el mejor final para uno de los ciclos más emblemáticos de la riquísima historia de Newell’s.
En la fila de hombres visitantes, se notaba claramente que Martino caminaba con dificultades. El Tata era un futbolista símbolo del club, era el capitán del equipo. Y así lo entendió. Llevó la cinta con gran capacidad y, por supuesto, con muchísima dignidad. Finalmente, logré ingresar a la zona del vestuario de Newell’s y encontré una imagen desgarradora: Martino corría a las órdenes del preparador físico (me parece que era el legendario Jorge Castelli, no podría jurarlo) y lloraba a gritos porque la pierna no le respondía. Eran tiempos diferentes en las relaciones periodistas – protagonistas. No éramos «el enemigo», sino testigos. Estaba asistiendo a un hecho trascendente y traté de contarlo por la radio en voz baja para no perturbar a Martino ni romper el momento que se estaba viviendo.
Es fácil caer en el «antes era mejor», pero en este aspecto, las cosas eran más artesanales, más directas y hasta más honestas. Martino no sólo me vio: también me miró. Me miró fijo, como buscando apoyo o explicándome que no podía más y que sólo por eso, el capitán dejaba el equipo en la final de la Copa Libertadores. Copa que, por otra parte, Newell’s y el Tata no habían podido llevarse en 1988, cuando Nacional les arrebtó el sueño con una goleada estruendosa. Nunca hizo un reproche. El PF no me sacó con malos modos. Nada. Todos seguimos con lo que estábamos haciendo. El Tata probando, el Profe controlando y yo contándolo.
«Ya está, Gerardo», le dijo el Profe. Martino seguía llorando a mares. Siempre que surge alguna duda sobre la entrega de los jugadores profesionales, cito este caso. Martino era una estrella en el «Mundo – Newell’s». Y el tipo estaba ahí, en un mar de lágrimas como esos mares de lágrimas que uno derramaba cuando se había mandado alguna macana y papá o mamá no nos dejaban ir a jugar como castigo. Conversamos sobre esto en el viaje de su debut como entrenador nacional. «Me desgarré. Sabía que era mi última chance de jugar semejante competencia. Yo había notado que, después de esa final, ganáramos o perdiéramos, se venía el fin del ciclo. Marcelo era muy exigente, demasiado para la época. Y eso generó un desgaste que no íbamos a poder superar. Pero me acuerdo de cada detalle de esa noche. Estaba desesperado. La pierna me dolía como nunca y estábamos 0-0. Hasta que no pude más, intenté volver a la cancha».
Su personalidad está tan intacta como sus modales. Es estricto en las normas que rigen nuestra tarea, pero es cordial y siempre saluda con una sonrisa. Habla de fútbol con mucha naturalidad y convicción. Es curioso que, a la hora de preparar el equipo o ensayar algunas jugadas, sea tan hermético y, sin embargo, abandone ese hermetismo cuando habla de fútbol o cuenta lo que hace o lo que hará. Y aquella personalidad que mostró como jugador, también la forjó como técnico. No vamos a hacer historia aquí. Simplemente, vamos a observar algunos aspectos de sus primeros tiempos de gestión. EL 13 de julio de 2014, la Selección Argentina jugaba la final del Mundial. Y si bien la perdió, llegar a la final no es cosa de todos los días, como bien lo marcan los 24 años que nuestro equipo estuvo sin hacerlo. De la lista que fue a Brasil, Martino ya cambió casi a la mitad. Es cierto que la base (Romero, Demichelis, Mascherano, Messi, Agüero, Higuaín, Di María, Biglia) no la tocó y que Rojo, Garay, Gago y Maxi Rodríguez no están por circunstancia diferentes, también es real que algunos casilleros ya empiezan a cubrirse con futbolistas que tienen su marca en el orillo. Vergini, Guzmán y Ansaldi (que no participó de su equipo de Newell’s, pero es de la escuela del Parque) parecen haber llegado para quedarse, sobre todo el Patón. Algún dirigente deslizó cierta molestia del «núcleo duro» del plantel por la ausencia del Pocho Lavezzi («Pocho le da mucha alegría al grupo, sus compañeros lo extrañan, sobre todo Messi»), pero Martino –imagino que sabedor de estas cosas– trajo a otro de la «mesa chica», Ever Banega, relegado de la lista final del Mundial.
También recurrió a Javier Pastore, un futbolista que alguna vez fue pedido con insistencia por el público (y cierta prensa que acompaña esos reclamos) y que está en buen momento en el París Saint Germain. Federico Fazio es un caso diferente. Hace tiempo que está en los juveniles y lleva un buen rato en el fútbol de Europa en un nivel aceptable. Está muy bien que se lo pruebe. Ya no están Campagnaro ni Basanta, pero llegó Roncaglia, que había sido convocado por Sabella para jugar contra Ecuador en Nueva York en noviembre de 2013 y no convenció.
El caso de la convocatoria de Carlos Tévez es otra historia. Martino salió del paso en reiteradas reuniones de prensa diciendo que «todos tienen la misma chance» y profundizó con un «Tévez merece ser convocado». No lo llevó a Alemania porque decidió homenajear a los subcampeones del mundo con su primera convocatoria. Y no lo llevó a China, «porque decidí que no era el momento». La presión popular (y de la famosa «cierta prensa») para que llevara a Tévez era demasiada. El Tata lo convocó, pero a su manera. En el partido contra Croacia, Carlitos fue al banco. Ayer, en Carrington (viejo campo de entrenamiento del Manchester City que quedará en desuso a partir del 5 de diciembre, separado apenas por un arboleda del predio del United), el Tata paró un equipo diferente al de Londres, pero con la idea clara de ir probando individualidades y que esas individualidades vayan comprando el nuevo esquema de juego. Parece que la formación vs. Portugal en Old Trafford será con Romero; Roncaglia, Demichelis, Otamendi, Ansaldi: el Tucu Pereyra, Mascherano, Pastore; Messi, Di María; Higuaín. Es «parece», porque todos creíamos que Demichelis sería titular en el partido del Boleyn Ground y, una vez en el estadio, apareció Vergini en la planilla. La única duda sería el ingreso de Biglia por Pereyra. Además de Lamela («Tal vez sea el futbolista con mayor proyección de acá al Mundial 2018», opina el DT), Biglia, Pereyra y Pastore son jugadores que gozan de alta estima por parte del entrenador. El desafío será equilibrar las fuerzas para no sufrir cuando la pelota no esté en poder del cuadro celeste y blanco.
Como ven, Tévez volvió a quedar afuera de los once. No sorprende. Es un claro mensaje de Martino al grupo y al propio Tévez. Es una variante de convocatoria sin conflicto. Lo trajo, lo puso un rato el miércoles pasado, lo lleva al banco con Portugal (suponemos, a juzgar por lo que se vio ayer) y seguramente jugará otro rato. Martino respeta a Agüero e Higuaín (lo bien que hace) y, sobre todo, está viendo la capacidad de altruismo que tiene Tévez para con el grupo, a ver si es cierto que «no se banca estar de suplente». Martino sabe que se está jugando una para brava con este tema.
Si le sale mal, es probable que el quiebre con los principales referentes del grupo sea irreversible.
Ahora, si sale bien, será para que la Selección Argentina responda a la altura de las circunstancias.
El Tata Martino marcó la cancha para que todos vean que su carácter sigue siendo el mismo y para que todos sepamos que las riendas las tiene él. Y que no va a correrse de ahí ni un milímetro.
Impecable comentario como siempre lo hace el chavo