Los modos de Ramón Díaz generan fanáticos. Hay pibes que son más hinchas de Ramón Díaz que de River, según funcionan los nuevos hinchas que este fútbol infectado por los medios y lleno de un marketing nocivo ha parido. Para los sectores más indefensos, la demagogia es como el cigarrillo: saben que hace mal, saben que mata, pero lo consumen igual y les parece bueno. Entre estos fanáticos, hay pibes que no vieron o eran muy chicos en los 90, así que habrá que hacer historia.
Cuando Alfredo Davicce designó por primera vez entrenador a Ramón Díaz, lo pensó en un segundo Passarella. A River le había dado buen resultado la “crianza” de un entrenador inexperto, pero querido por los hinchas. Ramón jugador era un delantero extraordinario, pero no era, ni por asomo, el ídolo que es hoy. Al Ramón entrenador, sus éxitos, su dialéctica, sus chicanas italianas del regreso y su carisma, lo convirtieron en un tremendo divisor de aguas. Hay quienes lo aman más que al propio club y hay quienes sólo lo analizan como entrenador. Y hay dirigentes a los que se les hace inmanejable y muchos que sucumbieron a pedidos a veces desmedidos.
A Davicce se le fue de las manos, pero no del todo porque Ramón era más joven y porque el plantel millonario tenía jugadores muy pesados a los que Ramón no iba a llevarse por delante así nomás. Incluso, Ramón había sido compañero de algunos en su último y excelente paso como delantero de River. Davicce, Francescoli jugador y, de algún modo, el hecho de que algunos hasta habían sido amigos de él (Hernán Díaz, Ortega) fueron frenando a un tipo que, a medida que iban acumulando gloria, iba creciendo en su ego y en posturas de rockstar que una buena porción de los hinchas de River amó.
Algo curioso es que ningún presidente de River de Davicce hasta acá (incluso el mismo Davicce) quiso a Ramón, independientemente de cómo le haya ido a ese presidente. El único que se hizo cargo fue José María Aguilar, que no le renovó el contrato después de que Ramón Díaz obtuviera el Clausura 2002. “Vamos a tomar otro camino”, dijo públicamente y contrató a Manuel Pellegrini. Sí, Pellegrini, el mismo entrenador que acaba de ganar la Premier League y que, en aquel momento, venía de ser campeón record con San Lorenzo.
En privado, Aguilar profundizó las razones: “Con los únicos jugadores del plantel con los que Ramón tenía relación era con Comizzo y Celso Ayala. Así no se puede conducir un plantel de 30 jugadores. La prueba más clara fue cuando corrió riesgo su continuidad: no vino nadie a pedir por él. Cuando corrió riesgo la continuidad de Pellegrini, se me juntaron quince jugadores en el despacho para pedirme que lo apoyara”.
Passarella trajo a Ramón en 1991 para que se retirara con gloria en River. Sus diferencias posteriores (una especie de Clay – Frazier de egos), llevaron a Ramón a terminar en el Yokohama Marinos. Nunca más se relacionaron. Recién lo hicieron por conveniencia cuando Daniel lo trajo a dirigir a River esta última vez. Es claro que Passarella lo hizo por política y no por convicción. Todas las listas –salvo la de D’Onofrio– proponían la vuelta del Pelado a River como promesa de campaña. Al contratarlo, Passarella desactivó uno de los principales argumentos del 90 por ciento de los candidatos.
Faltando dos meses, Passarella le hizo a Ramón Díaz un contrato impagable para la situación económica delicadísima que padece River. Cuando D’Onofrio ganó las elecciones, Ramón Díaz no lo tomó con alegría (“Me quieren todos los candidatos menos uno”, había dicho el DT en plena campaña. Ese “uno” era D’Onofrio). Con el nuevo presidente, llegaban ex jugadores a puestos de jerarquía que no lo veían como parte del proyecto.
Lo convocaron, le manifestaron la decisión de rebajarle el contrato (acaso pensando y/o deseando que Ramón se negara) y el técnico –que venía de terminar en el puesto 17– aceptó. Fue por aquellos días que Ramón Díaz le dio a Olé el título de tapa: “Me voy a ir ganador”.
Lo que siguió fue un constante marcado de cancha por parte de la dirigencia y Francescoli (“Si al técnico lo hubiese elegido yo, tal vez tendría otro tipo de diálogo”, nos dijo Enzo en 90 Minutos de Fútbol) y un insistente discurso vinculado al “proyecto”. “Ramón Díaz es el técnico del equipo profesional. El proyecto es del club”, dijo hace poco el presidente D’Onofrio. “No vamos a hacer locuras con la plata”, aseguró el presidente esta semana. “La situación económica de River es muy delicada, tenemos que vender”, dijo concienzudamente el vice Matías Patanián a mi compañero Juan Fernández en Radio del Plata a quince minutos de haber sido campeón.
Todas estas señales apuntaban en un mismo sentido. Es claro que la intención era que Ramón Díaz –que jamás vivió en la austeridad– tomara nota. River necesita vender a Alvarez Balanta y Lanzini para poner en orden las cuentas. Teo se quiere ir a Europa, Carbonero no tiene opción y es muy probable que no se quede. Hay una oferta por Maidana, Chichizola se quiere ir si no juega… Ramón iba a pedir jugadores costosos para poder tener chance en la Copa Sudamericana y encarar la Copa Libertadores con alguna posibilidad de pelearla. Conociendo al personaje, ese futuro pedido era la pesadilla constante de la dirigencia de River.
Este semestre fue lo mejor de Ramón en este último ciclo. Logró armar un equipo con un funcionamiento interesante y su hijo Emiliano, lo ayudó a resolver su principal defecto como entrenador, que es la relación con los jugadores. El pibe, además, le achicó la brecha etaria con el plantel y le acercó muchas cuestiones estratégicas que hicieron de River un muy buen campeón.
Pero los dirigentes lo observan todo. Esto que mencionamos y, también, que Menseguez y Ferreyra están porque son amigos de Emiliano, la dedicatoria a Los Borrachos del Tablón, el modo de descabezamiento de la “cúpula” anterior (Trezeguet – Ponzio), algunas oscuras relaciones con las contrataciones de jugadores y, ante todo, el deseo ferviente no confesado de contar con un DT de otro perfil. Marcelo Gallardo fue el mencionado durante la campaña y es el elegido por Francescoli desde siempre. También Ricardo Gareca, aunque su ida a Palmeiras le quitó fuerza en este flamante desfile de apellidos.
El ego de Ramón Díaz lo privó de seguir haciendo más historia y lo llevó a tomar una decisión que tapa de tristeza y frustración a una de las mayores alegrías de todo River. Ramón notó que no era el preferido de la CD –mucho menos de Francescoli– y su ego no lo soportó más.
Ayer, ante la mirada azorada de los dirigentes y de su hijo Emiliano,
decidió irse de River. No le importó nada más. Prefirió darles un disgusto a todos antes de contemporizar y arremangarse a pelearla en la modestia y torcer opiniones adversas.
Ramón Díaz también es esto, al fin y al cabo.
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