Acaso sea más fácil acusar a los jugadores de Boca de “ir a menos con Bianchi”. O decir que “Bianchi armó este equipo y sólo necesitaba tiempo”. El análisis es mucho más profundo. Hace un par de semanas, cuando Boca le ganó a Olimpo, hablamos en esta misma web de “Otro Boca”. Y lo hicimos después de una victoria trabajosa del cuadro xeneize, no tras una demostración de autoridad como la que dio hace un par de noches contra Rosario Central. Lo hicimos, además, cuando todavía el Vasco Arruabarrena estaba haciendo una transición del ciclo anterior al suyo. La presencia de Gigliotti (y la definición de Gigliotti de cabeza) eran más del ciclo anterior que de este.
Muchas cosas cambiaron en el famoso Mundo Boca. Hace tiempo (años, quizás) que los hinchas no se iban tan felices de la Bombonera como el miércoles pasado. Tiene cierta lógica: hacía mucho tiempo que un equipo azul y oro no entregaba el combo “gran actuación – triunfo”. Capaz que hay que remontarse a tiempos del campeón kilométrico de Falcioni del Apertura 2011, aunque las disputas entre JC y Riquelme y la necesidad constante de tomar partido por uno u otro lo distrajeron de lo que sucedía en el campo. Aún hoy, cuando se habla de los últimos años de Boca, muchas veces se saltean ese torneo. Y justo es recordar, que ese campeonato Boca lo ganó invicto y por 12 puntos de ventaja. Después llegó la fallida final de la Copa Libertadores, un segundo semestre 2012 flojo, el Cabildo Abierto pidiendo a Bianchi y la posterior designación del Virrey.
Es inevitable la recurrencia al ciclo Bianchi por la cercanía en el tiempo, pero a veces da la impresión de que somos injustos con Arruabarrena. Este equipo lo armó él. Nada tiene que ver con el anterior.
Insisto con algo que dije cuando al Boca del Virrey le entraba agua por todas partes: “Boca compró bien. Quienes vemos fútbol todos los santos días, sabemos que Meli, Chávez, Calleri, Echeverría y Fuenzalida son jugadores que hicieron méritos para estar acá. Sólo hay que ponerlos, darles tiempo, acomodarlos en un esquema que funcione. Hoy, Boca no tiene nada de esto”. Está dicho y grabado.
Arruabarrena le dio a Boca un esquema determinado y eligió a los jugadores adecuados. Los futbolistas se sienten cómodos con la idea. Y, ante todo, la comunicación de esa idea les llega sin interferencias. No pienso en la juventud del Vasco como una virtud ni en la veteranía de Bianchi como un defecto. Juventud y vejez no son calificativos. Simplemente son estados de la vida que pasan y llegan. No le va bien a Arruabarrena “porque es joven” ni le fue mal a Bianchi por “viejo”. Pero da la sensación que la reducción de la brecha generacional con los jugadores que, por ejemplo, hizo Emiliano Díaz con Ramón en el River Campeón Clausura 2014, no pudo hacerla José María Castro con Bianchi en el año y medio de gestión. Le pasó a Coco Basile en su último paso por Racing y la Selección Nacional.
Este mensaje claro y más acorde con los tiempos que corren del Vasco llegó rápido a los jugadores de Boca. El entrenador estudió las virtudes y defectos del plantel y, en base a ellas, armó el equipo. Tal vez lo que defina más su estilo haya sido el ingreso de Jonathan Calleri por Emanuel Gigliotti. No es un cambio más, no es una decisión que reemplaza hombre por hombre. Calleri y Gigliotti son “9”, pero sus características son completamente diferentes. Las estadísticas avalan a Gigliotti. Fue el “9” que más goles hizo en Boca desde que se retiró Palermo. Fue Gigliotti el que definió en favor de Boca dos partidos chivísimos de este torneo: el de Córdoba con Belgrano y el de Bahía contra Olimpo.
Sin embargo, Arruabarrena prefiere un cambio radical de estilo. Los dos goles de Gigliotti llegaron por arriba, en situaciones similares. Ambos encuentros iban derechito al empate y se abrieron por dos centros. El Vasco quiere otra cosa. Prefiere un “9” con mayor movilidad, un centroatacante que vaya a los costados y que se lleve de paseo a los centrales. Quiere un “9” al que se le tire la pelota y la aguante, aún hostigado hasta el hartazgo por los defensores rivales. Quiere un “9” que participe del circuito de juego, del “pase”. Todo eso se lo da Calleri. ¿Si queda lejos del gol? A veces sí, pero no siempre y no necesariamente. Es real que contra Rosario Central Calleri no tuvo situaciones reales para convertir. Pero las tuvo Chávez. El movimiento de Calleri actuó como un elemento de distracción para los defensores canallas y esta distracción fue usufructuada por el ex delantero de Banfield. Y en el primer gol de Boca, Calleri, de espalda al arco de Caranta, le bajó una pelota notable a Chávez, que llegaba de frente y desde la derecha. Calleri le da al equipo otro aire, permite la participación de volantes medios y externos en la gestación y/o resolución de las jugadas de ataque.
El otro punto clave es Fernando Gago. Uno puede destacar a Erbes o a Meli y está bien, ambos jugaron muy bien. Otro podrá hablar de los goles de Chávez y no habrá discusión. Los goles siempre serán un elemento de peso a la hora del balance. Pero que Fernando Gago regrese a los niveles que lo llevaron a ser titular en la Selección Argentina o a participar de equipos importantes de Europa es decisivo para que toda esta idea de Arruabarrena de pase, movimiento, presión y llegada tenga precisión y visión de juego. Ningún otro futbolista del plantel de Boca tiene el “pase” de Gago, ningún otro jugador xeneize posee las condiciones para desdoblarse en ataque y defensa como lo hace Gago. El único impedimento para que Gago no sea esto que acabamos de describir es el propio Gago. En los tiempos de Bianchi –salvo en un par de partidos del Apertura 2013– Gago era un manojo de nervios, era un tipo fastidiado que se la pasó peleando con árbitros, algunos compañeros y con los fundamentalistas riquelmistas que lo pusieron en el lugar de contrafigura de Román. A Gago todo esto le pesó y, más aún, cuando sus interminables lesiones lo dejaron fuera de los once titulares de la Selección Argentina que fue al Mundial.
Por condiciones y carácter, Gago debería ser el líder del equipo. Alguien podrá decir que el líder es Orión y tendrá razón. En todo caso, Gago compartirá ese liderazgo. Pero esa conducción debe empezar en la cancha, jugando maravillosamente como lo hizo frente a Central, dando dos pases – gol para que Chávez primero y Fuenzalida después, pusieran a Boca en estado de éxtasis. Es probable que las presencias cercanas de Erbes y Meli liberen a Fernando de tanta obligación de marca y le permitan ir para arriba sin complejos. Pero, además de esto, se lo nota comprometido, concentrado, feliz. Es muy probable que con Bianchi no lo estuviera. No se me escapa que los futbolistas son difíciles. Pero la conexión dificultosa de Bianchi con sus dirigidos se notó más en Gago que en el resto.
El periodismo está ansioso –incluso más que los hinchas– y ya habla del partido contra River, para el que falta bastante. Estábamos todos con que River era el mejor equipo del torneo (lo sigue siendo, en realidad) y ahora apareció Boca con una idea bastante parecida y acompañada por resultados. Pero aún falta más recorrido. Tal vez el poco tiempo que le llevó a Arruabarrena hacerles entender a algunos la magnitud de la camiseta que llevan puesta más la transmisión de una forma de jugar ideal para las características de los futbolistas xeneizes dio como resultado esto que vemos.
Y esto que vemos es a Boca de regreso a los lugares que nunca debió abandonar.
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