Pensar que todos los partidos de fútbol van a terminar 4-4 o 5-5, que todo será un festival, que todo será perfecto, es, cuanto menos, una idea pueril. Cuando un hincha va a un partido de fútbol, no va a «ver el partido», sino que va a ver ganar a su equipo. Los periodistas vamos a cumplir una tarea profesional y no dependemos de una lluvia de goles para realizarla. Tomar al fútbol sólo por su parte técnica y obviar todo el resto es un error conceptual serio y, además, es no entender a esta competencia como lo que es: una actividad profesional que tiene que responder diariamente a una serie de exigencias que llegan en forma de público ansioso, prensa especulativa, programas de televisión llenos de ex jugadores de uno y otro (en este caso, de Boca y River, pero podrían ser cualquiera) diciendo un lugar común detrás de otro y de toda la parafernalia que propone un país al que lo único que no le cambió en los últimos ciento y pico de años fue la pasión por el fútbol. O por sus colores, para ser más exacto.
Nosotros podemos pontificar todo el día acerca de lo que «nos deja» o «no nos deja» un partido de fútbol. Pero la realidad es que la adrenalina de 90 miniutos de un Boca – River –aún en un 0-0 de lucha como el de anoche– impide, de arranque, el «aburrimiento». Nadie debería aburrirse en un clásico de esta trascendencia porque el fútbol, repito, no es sólo una cuestión técnica. También tiene lucha, táctica, estrategia y muchas cuestiones más que agregan o quitan los reglamentos. Por ejemplo: los falsos puristas atacan a Boca porque «cuidó el cero en su arco». En primer lugar, hay que hacerlo siempre. Parece una perogrullada, pero esta competencia se trata de meter goles y que no te los metan. De ahí para adelante, se discute todo lo que hay en el medio. Pero, además, el sistema de resolución de la serie puede favorecer a Boca en el Monumental por este cero en su arco. Entonces, no está mal ni es de «cuadro chico» tratar de que no te hagan goles, aunque seas local y tengas todo el público a favor.
El cero en el arco de Orión podría resultar fundamental en la definición del «partido de 180 minutos». Y así hay que entenderlo. River, el famoso River ofensivo y desequilibrante, no le pateó al arco en toda la noche. Boca trabajó en el medio para impedir que Pisculichi (tal vez, la gran diferencia en favor de River sobre Boca, que no tiene a un jugador que cumpla esa función) los lastimara con su pegada o su pase profundo. La única vez que el ex jugador de Argentinos Juniors le ganó la espalda a Erbes, metió un delicioso pase – gol con caño a Forlín incluido y la pelota le rebotó a Gio Simeone. Después, la nada misma. Teo Gutiérrez tuvo uno de esos partidos en los que se la pasa hablando y no toca la pelota, Pisculichi estuvo bien controlado, Sánchez y Rojas no encontraron eco en sus arranques, Ponzio estuvo en la cancha de regalo y ni así pudo imponerse sobre los volantes de Boca. De a ratos, eso sí, River hizo gala de su mejor estilo de posesión de pelota y la tuvo, la hizo correr, la llevó de banda a banda, pero entre la falta de Mora y el aceptable control que Boca hizo de Pisculichi, todo sus intentos se diluyeron bastante antes de llegar a Orión.
Ahora, el problema de Boca fue lo que hizo para ganar el partido. Ahí las cosas no le funcionaron bien, pese a que sobre el final un cabezazo de Gago fue justo al lugar donde estaba Barovero. Fue una situación clarita, la primera vez que Boca meter la pelota en el corazón de River y superarlo en el juego aéreo. Pero le falló el tiro final. Antes de eso, sufrió el síndrome «Chávez de local», que es alentado por la gente como si fuera el Pocho Pianetti y termina chocando contra lo que se le cruza. Meli la lleva, la lleva y, si no la suelta, también choca. Al Burrito Martínez –que había entrado bastante bien– Vangioni lo sacó con un golpe de entrada que el árbitro Sivlio Trucco no se animó a penar con la expulsión.
Gago intentó cargarse el equipo y a veces lo consiguió, pero, nobleza obliga, fue la principal víctima de la violencia con la que jugó River para recuperar la pelota. Ponzio hizo una falta de amarilla, otra de roja y otra más de amarilla. El pusilánime juez del partido sólo lo amonestó por el golpe artero contra Gago. Pero River fue violento porque lo dejaron. Los jugadores, en general, miden al referí a ver hasta dónde pueden ir. Vangioni le dio ese golpe al Burrito de entrada porque sabe perfectamente que los árbitros como Trucco no se atreverían a echar un jugador de River, en un clásico, antes de los quince minutos. Lo mismo que sabe Ponzio. Entonces, levanta por el aire a un rival y el árbitro, «enojadísimo», le muestra la amarilla. Es una pena que, con el fútbol tan mejorado en su juego, con una camada de entrenadores que surge con ideas nuevas y, en algunos casos, revulsivas, no se pueda resolver el caos organizativo ni el pésimo nivel arbitral. Trucco no está capacitado ni ahora ni nunca jamás para hacerse cargo de un partido de esta envergadura.
No tiene nivel técnico ni de conducción. La prueba de esto la dio en su declaración final: «Todo salió bien, uno ha pasado desapercibido». Sólo por estas palabras, Trucco debería ser sancionado. Es violatorio de cualquier concepto de quien tiene a cargo la justicia de lo que sea. El pasar «desapercibido» es no hacerse cargo de situaciones límite como las que entrega un partido de esta naturaleza. Es un viejo y equivocado precepto lamolinesco. Trucco es de no dar penales claros, de ser liviano en cuastiones disciplinarias, pero anoche el partido no terminó en una gresca porque los dioses futboleros estaban viendo el partido.
Boca y River empataron 0-0. Arruabarrena terminó preguntándose si «el árbitro trajo las rojas», Gallardo chicaneando con que «a algunos equipos les viene bien el 0-0», pero la realidad es que ni uno ni otro hicieron lo suficiente para ganar. Boca trató de ir para adelante, pero a este equipo heredado del Vasco todavía le falta juego. River parece haber pasado su mejor momento. Ya no es aquel equipo al que llenamos de elogios por su versatilidad, su manejo de la pelota, su profundidad, su personalidad y su capacidad para resolver cuestiones adversas. Este River violento de anoche fue un River cansado, repetido, tratando de «hacer su juego», pero lo consiguió sólo hasta 3/4. De ahí en más, Teo se peleó con los rivales y Simeone fue un impaciente y potencial receptor de un pase – gol que, salvo el de Pisculichi en el primer tiempo, no llegó jamás.
Las cosas quedaron para la vuelta. Acá vendría el clásico «esperemos que mejoren». Pero prefiero pensar que alguien encontrará lucidez en la batalla final, que nadie se horrorizará pidiendo imposibles en el partido de fútbol más importante del año.
Ganará el que encuentre lucidez. En este primer partido, fallaron todos.
Más Editoriales
LA CALABAZA SE CONVIRTIÓ EN CARROZA
EL 24 DE MARZO DE 1976 TAMBIÉN JUGÓ LA SELECCIÓN
BOCA TOCA CON POL