Diego Chavo Fucks

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Diego Chavo Fucks

Me llamo Diego Fucks, pero me dicen Chavo. Soy periodista de medios gráficos, radiales y televisivos desde 1982 y mi especialidad es el fútbol. Me encontras en: TELEVISIÓN Conductor de Tarde Redonda por FOX SPORTS de Lunes a Viernes de 17hs a 19hs. Columnista de 90 Minutos de Futbol por FOX SPORTS de Lunes a Viernes de 13 a 15hs RADIO Conductor de Rezo Por Vos de Radio Nacional AM 870 y Nacional Folklorica FM 98.7 de Lunes a Viernes de 9 a 12hs. LIBROS Eliminatorias 98, un camino largo y sinuoso (1997) Editorial Alfaguara El Libro de Boca (1999) Editorial Alfaguara El Libro de River (1999) Editorial Alfaguara Duelo de Guapos (2005) Distal Libros y Pensado Para Televisión. Tévez, La verdadera historia (2016) Ediciones B. Jugados (2000) EUDEBA -coautor- Esta página la he creado para que podamos comunicarnos mas asiduamente, para poder compartir mi trabajo con vos y que podamos, vos y yo, disfrutarlo. Podes opinar, sugerir y hacer consultas desde aquí. ¡Gracias por estar… una vez mas!

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19 de marzo de 2024

EL ANGEL DE LABRUNA VIVE EN GALLARDO

ANGEL EN SU CIELO. La finta de Angel Amadeo Labruna es para una foto de Monumental enorme, bien de época. El Feo hizo 292 goles en su carrera, quedó a uno de Arsenio Erico, pese a que algunos estadígrafos manipulan la historia para que iguale al paraguayo. A Labruna no le hace falta un gol más para que su recuerdo sea cada vez mayor, para que su estatua sea el acto de justicia más grande de la historia del club.
ÚLTIMA ENTREVISTA. Angel Labruna dio su último reportaje al programa de fútbol más importante que tenía la televisión en 1983, “Todos los goles”, conducido por Fernando Niembro, Marcelo Araujo, Dante Zavatarelli y Julio Ricardo. Ese espacio fue ocupado, posteriormente, por “Fútbol de Primera”. Este programa se hizo cuando Angel ya había fallecido, como homenaje. El Beto Alonso se encontraba en el estudio.

Estos son días, meses y años en los que a Angel Amadeo Labruna le hubiese gustado ver a River porque en estos días, meses y años, River lo representa. Gallardo, a quien Angel no conoció en esta Tierra, hizo que River lo representara. Seguramente, Labruna hubiese llegado a su viejo lugar –que conoce desde que la mole de cemento era sólo una loca idea de Antonio Vespucio Liberti–, hubiese saludado a todos, se hubiese sacado mil, dos mil fotos con los pibes y los grandes, el portero de la zona de vestuarios le diría una y otra vez cuántos goles suyos gritó. Hubiese besado el anillo y mirado al cielo para saludar a Daniel, su hijo fallecido de leucemia en el 25 de octubre de 1969. Algún veterano podría decirle a Angel que vio su gol a Boca, la tarde del 3-0 en 1954, cuando, una vez más, el Feo agachó esa bendita joroba y venció a su cliente preferido. Otro, quizás el presidente D’Onofrio o algún viejo directivo anónimo, le recuerde que en la cancha de Boca, una mañana de 1955, dijo que “en el primer tiempo los dejamos cansar para ganarles en el segundo”. Fue una locura. Hacía poco del golpe del 55, los ánimos estaban caldeados, las hinchadas de Boca y de River se cruzaron y se pelearon a trompada limpia en el Parque Lezama. River, el dueño de una buena parte de los 50, le había ganado 2-1 a su rival eterno, se había consagrado campeón en la Bombonera y Angel no perdió la oportunidad de cargarlos en sus caras. El final del viaje imaginario de Angel incluiría una sonrisa canchera ante el cartel con su nombre que infunde leyenda al vestuario y el abrazo con Gallardo. “Hola, pibe. Cuide bien este lugar, que yo estuve 50 años”. Alguna vez le dijo a un desganado Beto Alonso, una tarde en la que Central, el equipo que él dirigía, le ganaba a River 4-0 en la cancha de Colón, en 1972. “Vamos, pibe, no se caiga, que yo usé esa camiseta 20 años y es muy grande”. O cuando Fillol, arquero de Racing entonces, fue a decirle que lo habían llamado de River y que no sabía que hacer. El DT de la Academia era Angel: “Fillol, si usted no se va a River, yo lo cago a trompadas”. Ese era Labruna. Amaba sin método, enseñaba sin pizarrón. Y Gallardo hace ahora. Con otras armas, con otro vocabulario, con una mayor tecnología, pero en la raíz son lo mismo. ¿O acaso no tuvo que contener al Pity Martínez o a Borré cuando la gente los resistía? ¿O no descartó futbolistas porque cometieron la herejía de querer irse de River?

En cambio, el Muñeco no sería tan condescendiente con sus muchachos si, como le pasó a Labruna, el ruido de la manija de la puerta de una habitación de la concentración hubiese disparado a cuatro tipos a esconderse, en medio de una humareda propia de los antros que volteaba Elliot Ness buscando a Frank Nitti, en la vieja Chicago de los años 30. No sé si Gallardo hubiese sido paternal como fue Angel con el Mono Mas, cuando abrió la puerta de un ropero y lo encontró escondido. Eran otros tiempos aquellos. El entrenador –sobre todo, Angel Labruna– era más un padre que un tipo que caminara con paso firme y mirada en el más allá. De hecho, el 19 de septiembre de 1983, la vida de Labruna se terminó en los brazos del Pato Fillol, uno de sus jugadores emblema. Hay tipos grossos de la historia de River que hablan de Labruna con un amor que no es normal entre un futbolista y un director técnico. Les pasa a pocos. Por ahí, algún ex Ferro lo dice de Griguol o un ex Central de Don Angel tulio Zoff o un pibe rojo de los 80 de Pastoriza o un pibe de Velez o de Atlanta de Victorio Spinetto. No hay muchos especímenes parecidos. El viejo maestro, el segundo padre, es una especie en extinción o ya extinguida, quién sabe. Labruna era, ante todo, un enamorado de River. Desde su debut en 1939 hasta su retiro del club en 1959, Angel fue, además de un goleador implacable, un representante fiel del hincha de River en el campo.

CAMPEÓN DE LA BOMBONERA. El 8 de diciembre de 1955, Angel Labruna ingresa a campo enemigo bajo el sol de una hermosa mañana, seguido por Enrique Omar Sívori. River fue campeón y dio la vuelta olímpica ante una mayoría de hinchas de Boca. River perdía 0-1 y lo dio vuelta con un gol de Zárate y otro de Angel. Ante la pregunta “¿qué les pasó en el primer tiempo, que jugaron mal y perdieron?”, Angel respondió, canchero y sobrador: “Estaba previsto. Los dejamos cansar para ganarles en el segundo tiempo”. Tuvo que irse custodiado por la policía porque los hinchas xeneizes lo escucharon por la radio. Pero ese era el juego entre Angel y Boca. Fue el rival al que más goles le hizo y, todavía hoy, es el máximo goleador en Superclásicos.

Los tiempos que le tocan a Gallardo son otros. El fútbol es mucho más profesional que en la época del Labruna jugador y, acaso, esa diferencia se achique con la era del Labruna entrenador de los monstruos de los los 70. Ya el Pato, Mostaza, Jota Jota, el Beto, el Puma Morete, Pinino Más, Roberto Perfumo, tenían discusiones sangrientas con Rafael Aragón Cabrera, un millonario empresario hotelero que llegó a la presidencia de River en 1973 y que fue quien condujo a al club a muchos títulos, a cerrar definitivamente la herradura del Monumental para el Mundial 78 y quitar del club a Labruna para siempre. Las peleas por los contratos son memorables. Los jugadores salían furiosos de su oficina, no se presentaban a los entrenamientos, hacían declaraciones fuertes en los medios que estaban al alcance –noticieros de TV, radios, El Gráfico, diarios– se amenazaban y, luego, firmaban. Hoy, todas esas luchas por los contratos, esas peleas por dinero, serían un escándalo sin precedentes. A diferencia de Labruna, a quien los periodistas hacían calentar con suma facilidad, Gallardo parece tener un master en comunicación. Cuando Angel daba una entrevista, todos esperábamos el momento en el que se le saliera la cadena. En cambio, cuando el Muñeco habla, dice, explica, comunica, apunta, dispara, golpea, deja rastro, marca la cancha. Cada uno, es una muestra de los tiempos que le tocaron.

Cuando Labruna hacía la joroba, nos dábamos vuelta y gritábamos“, me decía mi viejo, un fervoroso riverplatense que, en tiempos de La Máquina, era un pibe de pantalones cortos, jopo, piernas flacas como dos chorros de soda (dixit Sebastián Vignolo) y tiradores para que ese pantalón corto siguiera en su lugar. Quienes vieron a River en la llamada Época de Oro (1940 a 1955, aproximadamente) siempre nos contaron historias maravillosas y los de River siempre estuvieron particularmente orgullosos de sus futbolistas, la mayoría surgidos de la cantera. Labruna venía de ahi, recibió las enseñanzas del húngaro Emérico Hirschl, de Renato Cesarini –un adelantado a su tiempo, un genio– y de Carlos Peucelle, una verdadera enciclopedia que contenía todos los secretos del juego que podían conocerse a fines de los años 30. Angel debutó en 1939, Peucelle se retiró en 1941, fueron compañeros. Pero, más que eso, fue su guía dentro y fuera de la cancha. Labruna provenía de un hogar de clase media. Su padre tenía una relojería en la avenida Las Heras entre Pereyra Lucena y Bustamante, a pocas cuadras del desaparecido estadio de Alvear (hoy Avenida del Libertador) y Tagle. Allí se crió y vincularse con River no era difícil, estaba muy cerca. Empezó con el basquet y siguió con el fútbol.

PATERNAL. Estos gestos de Angel con los jugadores son muy frecuentes. Este abrazo con Pinino Mas, tras una victoria en 1969, es una muestra de afecto de las tantas que Labruna ofrecía cotidianamente.
EN MADRID. Gallardo le infligió a Boca la derrota más importante de su historia y, a la hora de los festejos, no dudó en estar a la par de sus jugadores emblema, como eran, en ese momento, Leo Ponzio y Jony Maidana. Sin embargo, no son tan frecuentes estos acercamientos. Esto no convierte en peor a Gallardo ni mucho menos. Son otros tiempos, es otro carácter, es diferente la relación que hay hoy entre entrenador y futbolista que la que había en tiempos de Labruna.

Un día se van a morir todos los que nos vieron jugar y el nombre que va a quedar en la historia va a ser el de Labruna, porque era el que metía los goles“, dijo alguna vez –exageradamente– el maestro Adolfo Pedernera. Justamente, en 1941 y por una lesión de rodilla, Peucelle y Cesarini decidieron pasar a Pedernera a jugar de lo que hoy sería “media punta”. Angel quedó con el centro del ataque, al Charro Moreno lo corrieron a la derecha y los wines fueron, entonces, Tomate Muñoz y Aristóbulo Deambrossi, excelente delantero después postergado por la irrupción de Félix Loustau. Hay mucho mito con respecto al “fútbol de antes”, alimentado por leyendas y verdades a medias. La formación más famosa de La Máquina (Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna, Loustau) jugó sólo 18 partidos y ninguno de esos 18 partidos fue contra Boca. Siempre había un lesionado o, como pasó en 1944, Moreno se fue a México a buscar su apodo de Charro. Labruna, aún hoy, es el máximo goleador de los choques entre River y Boca: metió 16 goles en 36 partidos.

El Labruna entrenador nació en Platense, en 1961, a donde lo llevó su compañero Alfredo Pérez –el Gallego, un exquisito zaguero central del glorioso River de los 50– y, tras dos partidos en la B, se retiró y empezó a dirigir. Su primera señal de que la elección de su nueva profesión era correcta fue en 1967, cuando estuvo a punto de ascender con un gran equipo de Defensores de Belgrano. También mostró carácter a fines de 1968, cuando descartó a Amadeo Carrizo –nada menos–, Ermindo Onega, Roberto Matosas y Hugo Gatti. Armó un equipo nuevo y se frustró en diciembre de 1969, cuando perdió el Nacional con Boca. Justamente, Alberto J. Armando, el histórico presidente xeneize, dijo alguna vez: “A pesar de la rivalidad y de que siempre les quise ganar, fui a buscar técnicos de River porque son buenos. Por eso, tuve a Moreno, Pedernera, Rossi, Di Stéfano y Deambrossi y salieron campeones . Obviamente, también me gustaba Labruna, pero era imposible traerlo a Boca. Su corazón es blanco y está cruzado por una banda roja”.

LOS MISMOS COLORES, LA MISMA PASIÓN. Labruna se va exultante, después de que River obtuviera con angustia el Nacional de 1979. Gallardo aprieta los puños y suelta el grito, tras un nuevo logro internacional del equipo millonario. Las diferencias entre ambos tienen que ver con el paso del tiempo y los lógicos cambios en el juego y en la relación de entrenadores y futbolistas, pero uno es la proyección de otro. Gallardo y Labruna son iguales y, lo que es mejor todavía para River: significan lo mismo.

Después de la dolorosa caída ante el Boca de Alfredo Di Stéfano, Angel recompuso su status de entrenador dándole a Rosario Central el primer título de su historia (Nacional 1971) y armando un gran Talleres de Córdoba. Todo esto, le dio una nueva oportunidad en River. Armó un equipo fantástico, mezclando a los chicos que llegaban después de tantos años –JJ López, Merlo, Alonso, Fillol, Morete– con veteranos de larga trayectoria, como Perfumo, Pedro González y Raimondo, más Artico y Comelles, dos cordobeses de “su” Talleres y un paraguayo desconocido de apellido Bareiro. El llamado “River de Labruna” es el que jugó y ganó siete títulos entre 1975 y 1981, año en que se fue de River, traicionado por Aragón Cabrera. El presidente de River, de estrechos vínculos con el gobierno militar e íntimo amigo del sangriento Almirante Lacoste, lo citó en el desparecido restaurante “La Cantina de David”, en el cruce de las avenidas Córdoba y Jorge Newbery, y allí fue Angel. River había sido eliminado de la Copa en primera ronda y como local. Esa excelencia que mostraba en la Argentina no podía cruzar la frontera. Aragón, además, desconfiaba del vestuario. sospechaba que la relación paternal entre Angel y los máximos referentes del plantel dañaba el rendimiento del equipo.

Mientras Labruna esperaba en La Cantina de David, Aragón se tomaba un avión a Montevideo para reunirse y terminar de arreglar con Alfredo Di Stéfano lo que ya venía hablando desde hacía bastante tiempo. Tenía tomada la decisión de cambiar a Labruna y a los referentes. Esto quedó claro cuando llegaron Bulleri y Gallego para suplir a Jota Jota y Merlo y cuando Commisso empezó a usar seguido la camiseta número 10 en lugar de Alonso. Angel se fue muy triste, pero resurgió en Talleres, rodeado de algunos de sus preferidos, como Morete y el Negro López y después, a comienzos del 83, armó la base del Argentinos Juniors que llegaría a ganar la Libertadores y a ser ovacionado en Tokio dos años más tarde.

AMOR ETERNO. El Pato Fillol y Angel Labruna, juntos, en Argentinos Juniors 1983 (arriba). El mejor arquero argentino de todos los tiempos entró en conflicto con River y eso provocó su salida. Angel le dio refugio en La Paternal y allí estuvieron juntos un tiempo. El Pato estaba con Angel, cuando un infarto dio fin a su vida, el 19 de septiembre de 1983. El Beto Alonso fue otro de sus preferidos (abajo). Uno de los mejores futbolistas que diio la Argentina en todas las épocas se va derrotado por el túnel, pero Labruna no lo deja solo. Lo contiene con una caricia. Así, desde el afecto, funcionaba su liderazgo.

Angel tenía programada una operación de vesícula común y corriente. El 19 de septiembre de 1983 –ayer se cumplieron 37 años y ahí arrancó este recuerdo– estaba de visita Fillol y, conforme a la indicación de los médicos, Labruna debía caminar por la habitación. El Pato estaba ayudándolo, hasta que, tomándose el pecho, Angel se desplomó. Le dio un infarto y murió a los pocos minutos, sin que nada lo hiciera prever. Le faltaban nueve dias para cumplir los 65 años. En ese momento, era el técnico de Argentinos y estaba haciendo una campaña excepcional, que incluía eliminaciones a Boca y a River en los cruces del Nacional. Una multitud despidió al ídolo en el Monumental.

Comparar a Gallardo con Labruna fuera de contexto, mano a mano, es imposible. Es cierto que cuando alguien descerraja la frase “Gallardo es el mejor técnico de la historia de River”, uno tiene ganar de asentir, porque logró la proyección internacional que no pudo conseguir Labruna y porque, en definitiva, Gallardo es el dueño de un proyecto que tiene pasado, presente y futuro. Pero, por otro lado, aparece Labruna por un túnel imaginario, con su corbata y sus lentes oscuros y grandotes. Es muy posible que Gallardo sea mejor entrenador, si tenemos en cuenta lo que significa esto hoy: recursos, ascendencia, liderazgo, actualización, manejo de todos los sistemas, resolución inmediata de cuestiones urgentes, planificación estricta, clara recepción del mensaje por parte de los jugadores. Es el mejor entrenador de la Argentina. Pero Labruna es otra cosa, entra en otras discusiones, en otros rubros, en otros mundos. A su manera, Angel también le transmitió a sus jugadores lo que él era. Les transmitió el amor por River, la identificación con los colores, la bandera y la causa. Tipos enormes como Fillol, Perfumo, Passarella, Alonso, hubiesen dado la vida por Labruna, de ser necesario. Y, en los tiempos en los que Angel era DT de River, eso era ser “un gran entrenador’.

Esa estatua enorme de Labruna que los pibes ven en la puerta del Museo River tiene justificado cada milímetro de construcción. Angel fue River, acaso más que nadie. Gallardo es igual a Labruna, significa lo mismo en el mundo riverplatense de hoy. Acaso, este elogio sea el mejor para ambos.

Diego Chavo Fucks