Hay una idea de perfección que nubla el análisis real, básico. Argentina le ganó 2-1 a Chile en Santiago y llegaba después de vencer a Colombia en Barranquilla –hace un tiempo largo, es cierto– sumando seis puntos muy valiosos a la hora de pensar en una cómoda clasificación para el Mundial de Rusia.
El tema central de esta victoria en el Estadio Nacional de Santiago es la repercusión negativa que tuvo y que los medios escupieron todo el tiempo. No es que el equipo jugó muy bien y los medios dijeron que jugó muy mal. La Selección Argentina no hizo un buen partido. Eso está claro. El error es –una vez más– no darle a la eficacia el mérito que corresponde y, por supuesto, subvalorar un triunfo en Eliminatorias como visitante. Jamás entendí el análisis tipo “ganó y nada más”. No entiendo el “nada más”. El objetivo del juego es ganar el partido, diría Perogrullo. Vos podés ganar de muchas maneras, incluso, con modos y estilos que no se condigan con la jerarquía enorme de los futbolistas con los que un DT –en este caso, Martino– cuenta para armar una formación confiable. Pero nunca hay que quitarle valor a un triunfo. Una victoria o una derrota siempre suceden por algo. Puede pasar que te equivoques defensivamente una sola vez, te hagan un gol y pierdas 0-1 o puede pasar que ataques poco y esos pocos ataques terminen en gol y te vayas a casa con tres puntos en el bolso. En Santiago, Argentina culminó en gol dos ataques (no “acertó”) y dio vuelta un partido que empezó perdiendo 0-1 con un gol de cabeza de Gutiérrez. Anotemos otro mérito: dio vuelta el resultado, el maldito resultado.
Es cierto que Argentina hizo un segundo tiempo muy malo, a tono con los primeros diez o quince minutos de la primera parte. Curiosamente, Argentina venía de hacer dos buenos partidos sin Messi –Brasil y Colombia– y con Leo no logró esconder sus peores defectos. Fue larguísimo, no tuvo posesión prolongada, no logró contener a los volantes chilenos lejos de Romero, le faltó fineza cuando se refugió y trató de llegar de contraataque, Agüero no tuvo lugar para jugar salvo en la previa del primer gol, Di María empezó bien y terminó apagado y reemplazado por Lavezzi. Tampoco ayudó el Tata Martino con los cambios. Nunca el DT hace cambios revulsivos. Siempre son variantes previsibles, punto por punto. Si saca a un “9”, entra otro “9”. Si entra Lavezzi, sale Di María, no Biglia o Banega. Para que salgan Biglia o Banega, tendría que entrar Pastore, por ejemplo, Pero como Pastore no está, no salen. Sale Fideo porque está Lavezzi. A veces, hay que salirse del corset y animarse a otra cosa.
Chiquito tuvo pocas (y buenas) intervenciones porque lo que mejor funcionó del equipo fueron los centrales, pero los volantes –los tres, Kranevitter, Biglia y Banega– tuvieron un partido como para pensar en otra manera de lograr esta historia de “imponer las condiciones” o bien, en que Mascherano es imprescindible. Con el trío de mediocampistas en el precario nivel de anoche, no hay equipo que resista. Y si bien la tendencia de cierto periodismo es descartar a los recuperadores o sólo pensar en “tener la pelota y que nos marquen a nosotros”, las cosas no son tan sencillas. Hay que pensar en presionar alto –Argentina no lo hizo– marcar y quitar la pelota para que, de una vez, la tengamos nosotros. No se puede hablar de posesión, estilo, identidad ni de nada si la pelota la tiene el rival, aún sin rematar mucho al arco como le pasó a este Chile sin Vargas ni Vidal, con Marcelo Díaz y Matías Fernández reemplazados antes de los 20 minutos del primer tiempo.
Messi hizo una gran etapa inicial. Su grado de compromiso con el conjunto es notable y su crecimiento también. Hablar de crecimiento para referirse a Messi podría sonar irreverente, pero Leo creció de tal modo que es capaz de cargarse el equipo al hombro, de pegar un par de gritos –más aún anoche, en ausencia de Mascherano– y de ir en el aire con la pelota bien pegada al pie limpiando caminos minados con camisetas rojas. Hubo un lapso de esa primera parte (sobre todo, cuando se lesionó Marcelo Díaz y Di María clavó el empate casi en simultáneo) en que Argentina tomó el control, manejó el trámite y hasta fue corto. Justamente, ese primer gol argentino llegó por un anticipo de Ramiro Funes Mori en la mitad de la cancha, en una de las pocas veces en las que el equipo achicó el espacio entre lineas y pudo poner a sus centrales en la mitad del campo. Funes Mori cortó allí, tomó a Chile yendo hacia adelante y ahora obligado a retroceder persiguiendo. Y el segundo gol llegó por una presión sostenida en el campo rival, sumado a una decisiva intervención de Otamendi en el juego aéreo ofensivo del equipo. Tanto el anticipo de Funes Mori en la mitad de la cancha como la permanencia de Otamendi en el ataque tras un fallido intento de pelota detenida y la aparición de Mercado en una zona límite son datos positivos. Son tan positivos, que esos detalles hicieron que Argentina ganara el partido, ni más ni menos.
Siempre la última imagen es la que uno se lleva y a veces es un error. Que Argentina haya terminado el partido apretado y refugiado hizo olvidar que hubo un primer tiempo y hubo dos goles que llegaron por movimientos bien definidos y muy claros. Y que esos dos goles sirvieron para dar vuelta un comienzo complicado y obtener un triunfo impostergable.
No hay que desmerecer los triunfos. Es una pésima costumbre de estos tiempos, abonada por discursos que hablan de ideas, convicciones e identidades. A veces, cuando las cosas no son como uno quiere, hay que arreglarse para solucionar la coyuntura y después pensar con mayor lucidez la manera de no pasar por lo mismo. Ganar es el objetivo de cualquier deporte –sobre todo, de los deportes profesionales– y obtener una victoria era impostergable. Argentina le ganó 2-1 a Chile y eso calmará los corazones. Ahora es tiempo de mejorar.
Y, sobre todo, es tiempo de calmarse. La perfección no llegará nunca.
https://www.youtube.com/watch?v=M4ZB3eQrHi8
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