Escuchar a hinchas de Lanús e Independiente decir “River va a perder puntos” daba cierta ternura. River perdió puntos y ninguno de los escoltas logró achicar diferencias. Después de golear al Rojo y antes de jugar con Newell’s, el cuadro que dirige Gallardo empató tres partidos al hilo: Arsenal, Lanús y Boca, con varios detalles en común. El primero, es el resultado: 1-1. El segundo detalle es que en los tres arrancó perdiendo y lo empató. Acá sí hay diferencias. Con Arsenal, empató al toque. Con Lanús, debió transpirar mucho. Contra Boca, la apuesta por el juego aéreo de Pezzella dio sus frutos cuando la cosa estaba muy difícil. De 9 puntos en juego, River logró sólo 3, con la nada envidiable eliminación de la Copa Argentina en el medio. O sea, River perdió los puntos que sus perseguidores necesitaban que perdiera. El tema es que ellos no los ganaron.
Es cierto que River tiene un estilo de juego. Es la manera de jugar que su entrenador eligió, la que prefiere y la que entrena todos los días, minuto a minuto, con gran obsesión. Como ocurre con todos los equipos del mundo, a veces las cosas salen bien y a veces no. A veces los partidos son como uno los imagina y, a veces, por factores múltiples –lluvia, expulsiones, suspensiones, lesiones– las cosas cambian radicalmente. El tema es saber afrontar las diferentes situaciones que ofrece el fútbol con recursos diversos. De los últimos buenos equipos del fútbol argentino, este River de la segunda mitad del 2014 es el único que, teniendo un estilo base bien claro, puede cambiar la piel y convertirse en otra cosa, según pida el partido o el resultado o el rival.
River no hizo un buen primer tiempo en Rosario. Newell’s tampoco, pero fue algo más. Al menos, preocupó a Barovero con un mano a mano que Muñoz reventó contra el pecho del arquero y otra de Orzán que era complicada y Barovero transformó en simple por obra y gracia de un manotazo por arriba. River no llegó nunca.
El segundo tiempo fue distinto. Como le sucede a menudo desde que se fue Martino, Newell’s se quedó sin nafta y perdió presencia en campo rival. Que Newell’s fuera cayendo, no implicó necesariamente que River levantara, este River sin Vangioni, sin Teo y con Mercado lesionado posteriormente.
Al igual que con Boca, las amenazas de River –esta vez sin lluvia– fueron por arriba. La secuencia duró 11 minutos. En el minuto 11 del segundo tiempo, Mercado metió un cabezazo a lo Pelé y Ustari la tiró al corner a lo Gordon Banks.
Llegó el corner, Newell’s volvió a mirar y un doble cabezazo Mercado – Boyé terminó con la pelota estrellada en el palo izquierdo del muy buen arquero de Newell’s. Un minuto más tarde, Gustavo Raggio vio que las cosas iban a ser muy difíciles para su equipo y mandó a la cancha a Scocco y al pibe Tévez. Iban 13 minutos. Había cambiado todo. Ya Newell’s no atacaba. River había estado en las puertas del gol. El DT rosarino metió un revulsivo. A River se le terminó de lesionar Mercado y entró Solari en el minuto 21. Justo en ese minuto River tuvo un córner. Otro más.
Pisculichi no tuvo un buen partido, pero hizo pesar su pegada. Funes Mori había sufrido todo el primer tiempo con la pelota que caía indefectible y obsesivamente a su espalda y era ganada por Muñoz o Maxi Rodríguez. El Mellizo no saltó esta vez como en la Bombonera, pero hizo un movimiento como agachándose y metió la pelota de cabeza en la parte baja del arco de Ustari. El fútbol tiene cierta lógica. River había tirado dos centros antes y en ambos le causó serios problemas a su rival. Llegó un tercer centro y vino el gol. Lo ilógico hubiese sido que llegara por otra vía. Los goles y las jugadas de pelota parada no tienen buena prensa, pero son eficaces cuando no estás en una tarde o noche ideal para hacer lo que querés hacer. Gracias a una pelota aérea, River no perdió con Boca. Gracias a otra pelota aérea, River ganó en Rosario un partido clave, el partido que sus rivales en la pelea (entre los que está Boca, no olvidemos) esperaban que perdiera.
Cuatro minutos se tomó Gallardo para imaginar el partido que se vendría a partir de ese gol del Mellizo. Pensó: “Newell’s tiene como premisa la posesión de la pelota. Va perdiendo. Va a tenerla la mayor parte del tiempo que queda. Pisculichi no jugó bien. Voy a armar un 4-4-2, cubro el ancho para que Newell’s no me lastime por las bandas, presiono en el medio, le doy una rueda de auxilio a Ponzio, alejo a Newell’s de nuestro arco…” Gallardo puso a Guido Rodríguez por Pisculichi. El pibe es volante central y se paró al lado de Ponzio. El Muñeco tuvo razón en todo. La pelota la tuvo más Newell’s que River, pero bien lejos de Barovero. Nunca creó situaciones de riesgo. Cuando al partido ya le quedaba muy poco y todos habían puesto tuda la carne en el asador, Newell’s bajó los brazos, desmoralizado por tanto orden y tanta seguridad de River, tanto la que mostraban sus jugadores como la que mando Gallardo como mensaje desde afuera.
Las últimas imágenes del partido son en campo de Newell’s, con tres camisetas de la Banda Roja presionando a una roijinegra. El DT millonario habló de carácter y, acaso para cubrirse de los que siempre le mandan mensajes acaramelados, habló casi con culpa de algo que es una obligación en el fútbol de hoy: manejar tres o cuatro variantes estratégicas para afrontar los distintos momentos de un partido.
River lo hizo muy bien. Salió a hacer el juego de siempre, con su estilo base y el rival se lo impidió. Metió un gol de pelota detenida y lo defendió lejos de su arco con la táctica y los hombres adecuados.
Gallardo no tiene que pedir disculpas ni rendir cuentas a ninguna prensa adulona. Tiene que estar feliz de que sus mensajes –todos sus mensajes– llegan fuerte y claro.
Es lo único que importa.
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