El segundo tiempo andaba por su primer cuarto de hora y River no jugaba bien. No repetía aquellos 20 brillantes minutos (de los 10 a los 30) de la etapa inicial, cuando Carlitos Sanchez parecía multiplicarse por diez, Lucho González mostraba su lujosa cadencia y Kranevitter se asemejaba al superhéroe de los 4 Fantásticos (los verdaderos) que estira su cuerpo como lo hacía el Hombre Elástico en nuestra infancia para cortar en el medio y a los costados. En ese lapso de excepción, el equipo millonario tuvo la pelota, se plantó en campo rival, dominó claramente y anduvo rondando el gol. Pero no lo hizo y, semejante despliegue, le pasó la cuenta sobre el final de la etapa, cuando Guaraní pudo salir del atolladero y le sacó la pelota, aunque sin consecuencias graves para Barovero.
River no jugaba bien e iban 16 minutos del complemento. Marcelo Palau –volante uruguayo ex compañero de Viudez y Gallardo en Nacional– metió un tremendo cabezazo en el palo, llegando desde atrás sin que ningún jugador de River habitante del medio de la cancha lo persiguiera. Cuando la pelota pasó por detrás de Barovero sin meterse en el arco, pensé: «A River no se le puede escapar el triunfo». Pero Federico Santander (delantero de paupérrimos pasos por Racing y Tigre, pero de muy buena actualidad) es muy tozudo y la fue a buscar. Y metió otro centro. Fernando Fernández, el otro punta del local, la puso lejos del alcance del arquero de River con un suave remate. Gol de Guaraní. 1-0. ¿Inesperado? Por supuesto. No estábamos asistiendo a un intenso peloteo del cuadro paraguayo. Tampoco estábamos presenciando un ataque sostenido de River al que su adversario vulneró en un «contraataque aislado». La verdad sea dicha.
El gol llegó en el primer ataque a fondo del equipo aurinegro. Tampoco hacia falta un peloteo. Estos partidos tan tensos, jugados con el condicionante resultado de la ida, pueden resolverse en una jugada. Un gol de River terminaba con la historia porque obligaba al local a meter cuatro goles. Pero si el gol era de Guaraní, la cosa era bien distinta.
El gol de Fernando Fernández fue en el minuto 16. En el 17, el técnico español Jubero mandó a la cancha a Iván González, un jugador más ofensivo que Bartomeus, su reemplazado. Al mismo tiempo, Marcelo Gallardo –gran protagonista de toda esta historia– decidió terminar con la actuación de Lucho González –actuación que lo mostró muy mejorado con respecto a sus apariciones anteriores desde su vuelta– y mandar a la cancha a Camilo Mayada. El recién ingresado fue a la derecha para trabajar en el ida y vuelta con Iván González y Sanchez se metió adentro. El orden cronológico del partido siguió con una jugada que pudo haberlo cambiado todo. Otra vez apareció Fernando Fernández en el área, superó por anticipo a los dos centrales de River y cabeceó al arco. Barovero había quedado sin asunto. Sanchez la sacó en la línea. Iban 22 minutos del segundo tiempo.
Un minuto más tarde, Gallardo vio en la posesión de la pelota en campo rival la solución a todos los problemas. Pity Martinez dejó su lugar a Tabaré Viudez y allí las cosas se acomodaron. River recuperó la tenencia, como lo pensó su entrenador y, sobre todo, tuvo continuidad en el juego desde ese minuto 23 del segundo tiempo hasta el final. El 0-1 clasificaba a River a la final. Y si bien no hubo una especulación deliberada, Gallardo obtuvo lo que buscó: atacar y defender al mismo tiempo.
Al tener la pelota en campo rival con la paciencia que River la tuvo, gracias al aporte invalorable del gran Kranevitter, más los destellos de alta clase de Viudez más el tranco francescoliano de Alario más Sanchez mas Mora mas Maidana, fueron construyendo la clasificación de River aún con el resultado adverso. El cuadro del Muñeco dio un aviso tres minutos después del ingreso de Viudez, cuando el uruguayo condujo un ataque de River y abrió la pelota en tiempo y forma para su coterráneo Mora. El centro delicioso de Mora fue cabeceado en un salto increíble por Alario y el arquero Alfredo Aguilar tuvo que hacer un pequeño milagro para sacarla. Gallardo vio en esta jugada que el plan de defenderse y atacar a la vez era el camino correcto y lo profundizó. Cuando Cavenaghi se levantó del banco, todos pensamos en la salida de Alario. Pero este entrenador fantástico en que se convirtió aquel «Bochini con tiro de media distancia» que alguna vez describió Passarella en una fría mañana de Villa Martelli eligió ir a buscar la paz con dos nueves y dos por afuera que los alimenten. Salió Mora. Mayada a la derecha y Viudez a la izquierda quedaron para asistir a Alario y Cavenaghi. Un minuto pasó del ingreso de Cavenaghi, cuando Viudez lo asistió y el arquero Aguilar le tapó el disparo.
Sólo dos minutos minutos más habían pasado y el plan se ejecutó a la perfección. Salió del área Cavenaghi y le dio la pelota con un dulce taco a Viudez. El debutante, que ya lo había visto y pensado todo con anticipación, lo dejó solo a Alario con Aguilar. Esta vez, Alario llegó con más ventaja que la que había llegado Cavenaghi en la jugada anterior. Y la pudo levantar por encima del 1 paraguayo. Cuando la pelota dio su último pique y levantó el techo de la red, todos pensaron en Gallardo. Algunos desmerecen la importancia de los entrenadores, pero River no hubiese llegado hasta acá con otro que no fuera Gallardo. Este equipo es una marca registrada en la vida y en la historia de River.
Uno piensa en el Campeón de América del 86 e inmediatamente viene a la memoria el golazo de Funes a Falcioni en una noche de Monumental a reventar. Después, en un segundo análisis, entra el Bambino Veira y su trabajo estupendo. Con el Campeón de América 96 pasa algo similar. Enzo, los dos goles de Crespo, Salas, Astrada, el Mono Burgos y la cantidad de jugadores de jerarquía de ese cuadro relegan a un plano inferior la incidencia de Ramón Diaz. En este equipo, en cambio, aun cuando se reconocen las figuras de todos, surge nítida y exultante la de Marcelo Gallardo.
Tomó decisiones importantes (no le dio relevancia a la ida de Teo Gutierrez, pudo suplir a Rojas pese al desgarro de Bertolo, dejó fuera de la lista a Aimar, dejó en el banco a Saviola y Cavenaghi y mandó a la cancha a un pibe nuevo y sin chapa como Alario, insistió con Viudez y no pidió exorbitancias) y, sobre todo, tomó decisiones gruesas en pleno partido, cuando las cosas no tienen retorno, cuando es a suerte y verdad.
Lo de Asunción fue un muestrario de cuestiones que explican per sé la llegada de River a la final de la Copa Libertadores de América. Gallardo y este grupo de jugadores están llevando a la gloriosa camiseta blanca y la banda color sangre a esos sitios privilegiados a los que sólo acceden los que piensan y actúan con grandeza.
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