El 21 de septiembre de 1941 es el nacimiento oficial de lo que después se llamó la Máquina. River puso como quinteto delantero a Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Deambrossi. La revolución de esta formación era la posición de Pedernera. Había sido siempre wing izquierdo y Moreno entreala de ese lado, pero una lesión en la rodilla “le quitó velocidad” al gran Adolfo y Renato Cesarini (sabio sin tiempo) decidió ponerlo en el medio, en un puesto que hoy sería “media punta”. Esa tarde de primera de hace 73 años, River también le hizo cuatro goles a Independiente, aunque la diferencia con ayer es que se los hizo en la Visera (que todavía no era “Doble Visera”) y que fue 4-0 y no 4-1. Lo de la Máquina llegó después de ganarle a Chacarita 6-2 por la octava fecha del torneo de 1942 (ya con Loustau de wing izquierdo), cuando el gran Borocotó se encontró con un amigo a la salida del Monumental y le dijo “¿Qué le pareció la Máquina?”. El genial periodista llegó la redacción, contó lo del hincha –de apellido Regard– y tituló “JUGÓ COMO UNA MÁQUINA EL PUNTERO”. Ahí quedó el apodo instalado para la posteridad.
Me resultaba imposible avanzar sobre el River de Gallardo sin pasar por este mojón histórico. Si bien es cierto que se ha mentido y se miente mucho en nombre de la historia, la realidad es que aquel equipo de River y este tienen algunas cosas en común que vale la pena conocer, so pena de enojo de algún veterano y sabiendo que La Máquina ganó dos títulos y dos subcampeonatos y el equipo de 2014 recién está empezando.
La Máquina de River, según contó infinidad de veces Renato Cesarini, tenía movimientos de recuperación de pelota y de ocupación de espacios que los rivales no podían controlar. Este equipo de hoy también lo hace. A partir de una exhuberancia física que está claramente adaptada a lo que el técnico pretende, River hace presión de tres jugadores sobre un rival. Esto se vio ayer en la primera jugada del partido, cuando Montenegro recibió y tres leones a los que se les abrió la jaula con el pitido inicial se lanzaron encima a hacerse de la pelota. Aquel River de los 40, que empezó con algo tan simple como el cambio de puesto de Pedernera, retrasaba a Moreno sobre la derecha o a Loustau sobre la izquierda, los ponía al lado del “centrojás”, que era Pipo Rossi y luchaban hasta que volvían a hacerse de la pelota. Cuando la tenían, tanto el Charro como Pistola volvían a ocupar sus puestos de ataque.
En el cuadro que armó el Muñeco, un jugador pleno de talento como Teo Gutiérrez está tan atento y tan concentrado en la presión que, ante un error inadmisible de Tula, sacó el máximo provecho y convirtió un gol clave. En el lapso que fue entre el gol de Mancuello y el gol de Teo, fue la única vez en todo el trámite que Independiente pudo hacerse de la pelota y que percibimos que el visitante podía empatar. Teo no hizo el gol por “pillo” o “vivo”. Lo hizo porque este equipo de River vive de la presión y de la pelota. Usa una para conseguir la otra. Y en ese momento, la pelota la tenía Independiente y River la perseguía. Ese gol, el de Teo, devolvió el partido a los carriles normales.
Esos carriles normales tuvieron su esplendor en el primer tiempo, básicamente. Entre muchas otras virtudes, River tiene la de hacerle pagar muy caros los errores a sus adversarios. Si bien antes de los tres minutos de juego, el equipo de la Banda Roja ya había mostrado una de sus credenciales más potentes –2-1 de Vangioni y Rojas sobre Breitenbruch– la historia llegó por el otro lado. De un saque lateral, Sánchez sostuvo la pelota y Cuesta, muy ansioso, lo golpeó de atrás. El tiro libre de Pisculichi se metió en el segundo palo del arquero Rodríguez, que vio pasar la pelota delante de sus narices y no movió un dedo. Hubo una estupenda atajada de Barovero ante un tiro de afuera de Rolfi (al igual que aquella Máquina con el peruano Soriano, este equipo tiene un excelente arquero), pero fue algo aislado, fuera de contexto. El dueño de todo era River. Lo fue de una manera más enérgica con Kranevitter en la cancha y de un modo más cadencioso cuando Ponzio ocupó la plaza de volante central ante la lesión del tucumano. Ponzio sabe que en esta formación tiene un rol más de acompañante que de protagonista. Ya no hace esas patriadas que hacía con Almeyda o Ramón Díaz de correr con la pelota treinta metros para rematar al arco. Ahora, este juego lo favorece porque recorre la porción de cancha que debe y el trabajo de presión más pesado lo hace Ariel Rojas.
Justamente Rojas estaba edificando un enorme partido cuando clavó un zurdazo por encima del vuelo del Ruso Rodríguez. Ese 2-0, además, ponía números más claros a lo que sucedía en el campo. Independiente se paró ante River igual que ante Quilmes y así le fue. River no es Quilmes y el esquema con Breitenbruch de lateral volante, Ojeda a la derecha y sin volante de marca frente a un equipo de tanta presión, tan ordenado y con tan buena posesión es haber equivocado todo. En el segundo tiempo, Almirón corrigió algo de esto, pero jamás alcanzó –salvo un rato después del gol de Mancuello– un status como para poner seriamente en riesgo la victoria millonaria.
Nos quedamos en Rojas y en él vamos a resumir lo que es River. El ex Godoy Cruz llegó al club como volante izquierdo y Ramón Díaz lo puso de doble cinco en un verano. Allí quedó, porque tiene criterio, disciplina táctica, pegada y buen manejo. Ayer, cuando salió Kranevitter, se cargó la posta del pibe y recuperó unas cien mil pelotas. Y así como las recuperó, se las dio a un compañero. Ahí River empezó de nuevo cada vez. Y otro que muestra un altísimo grado de compromiso es Rodrigo Mora. Se tomó muy a pecho lo del primer defensor y los corre a todos. Independiente vive obsesionado con “salir jugando” y suele ser presa fácil de delanteros que van a hacer sombra. Mora y Teo los marcaron, que no es lo mismo que hacer sombra. En general, River también ganó esta pulseada. Esta historia de “salgo jugando con el cinco entre los centrales” la conoce todo el mundo. Sin embargo, Independiente la hizo toda la tarde, le salía siempre mal y la hacía igual. Es difícil de explicar porque es imposible de entender.
El Muñeco Gallardo, obviamente, tiene todo que ver con esto. Siempre pienso que un entrenador es un “muy buen entrenador” cuando mejora los rendimientos individuales de los futbolistas en pos de una idea colectiva. En River hay jugadores que están por encima de su media de rendimiento. Mora es un caso claro. Sus últimos años fueron flojos. En Peñarol, en River y en la Universidad de Chile pueden dar fe de esto. Gallardo lo está exprimiendo al máximo, le encomendó tareas que el uruguayo cumple a la perfección y hasta tiene la suficiente fe y categoría como para meter esa joya que metió en el cuarto gol millonario.
“JUGÓ COMO UNA MÁQUINA EL PUNTERO”, decía aquel título de El Gráfico de mi admirado Borocotó. Eso fue en 1942.
Hoy usamos el mismo título. Lo que River nos mostró ayer lo merece. Va en la misma dirección. Y da gusto verlo.
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