Una furia asesina me hace trazar una línea muy gruesa entre “ellos” y “nosotros”. Ya pasaron unos días de la final que Argentina perdió con Chile por penales, ya pasaron unos días del regreso desde el país vecino, los días vividos durante la Copa América empiezan a ser un recuerdo. Leo Messi sigue siendo un tema recurrente en todos los ámbitos. Y uno está con alguna necesidad de escribir sobre Leo y, por otra parte, cuesta hacerlo, porque hay mucho “poeta” que le da consejos, hay mucho mediopelaje –representado en las redes sociales de un modo que ni Arturo Jauretche hubiese imaginado– denostándolo y exaltando a Maradona por las mismas cosas por las que antes se lo castigaba, similares a las de Messi.
Son increíbles las bajezas que puede disparar una derrota en el fútbol. Y no sólo en ese colectivo amorfo llamado “la gente”. También en los periodistas. Tuve el enorme privilegio de estar en México 86. Era muy joven y mi trabajo era de segundo orden. Así y todo, yo me sentía “parte”. Ahora, con 54 años, soy más “parte”, seguramente. Tengo otro rango profesional, otro conocimiento, otra llegada. Pero jamás crucé una palabra con Messi ni con su entorno. Conozco a gente que lo quiere y llega a él, pero no más que eso. Soy de los que ven al torneo español como un campeonato desparejo y aburrido y soy de los que cuando van 20 minutos entre Barcelona – Eibar y el equipo de Messi gana 3-0, cambio de canal, aún cuando amo a Iniesta y cuando uno corre riesgo de perderse algún récord de Leo.
Y si bien es cierto que ese torneo es horrible, la realidad es que cuando Leo sale de las fronteras de España también la rompe y define partidos. Manchester United, Paris Saint Germain y Juventus no son el Getafe. A ellos también los baila y les hace goles. Cuando Leo edifica hazañas, hay periodistas que dicen rápidamente “es mejor que Maradona”, casualmente los mismos que dicen “no hay que compararlos, los dos son argentinos (?)”. Y también es exagerado. No porque alguien no pueda pensar que, efectivamente, Messi es mejor que Maradona. Messi es para muchos (para mi también) el único futbolista en la historia capaz de compararse con Maradona. Pero esto es tan opinable que Menotti, por ejemplo, cree que a Pelé no lo pueden alcanzar Maradona, Messi, Cruyff ni Di Stéfano. Esto está dicho en la estupenda película de Messi que hizo Alex de la Iglesia. O sea que el derecho a que alguien diga que Messi “no es el mejor de la historia” está intacto. Menotti habló de Messi con mucha admiración, aunque supeditó su desarrollo a que se cruzaron en su camino Rijkaard y Guardiola.
El problema es que una derrota en una definición por penales dispare la tremenda descalificación a la que fueron sometidos Messi y varios de sus compañeros. Y ya no hablamos de “la gente”, cuya opinión es tan volátil como el aire. Hablamos de periodistas que se sienten decepcionados, por ejemplo, porque el canal en el que trabajan nunca pudo transmitir una vuelta olímpica de la Selección Mayor. Es una de las tantas estupideces a las que tenemos que someternos. Pensar que un equipo no sale campeón porque lo televisa tal o cual canal es una tontería mayúscula. Ahora, salir a destrozar a los futbolistas que te llevaron a la final en los dos torneos más importantes que disputa nuestro equipo es una canallada. No porque no se pueda, sino porque la virulencia y la falta de respeto es algo que no merecen ni los enemigos. Aún admitiendo que el fútbol es una pasión incontenible, que los mismos medios le damos un rango que tal vez sea más elevado de lo que realmente es, lo que se dijo de Messi, de Higuaín, de Lavezzi o de Martino es inadmisible. “La Argentina es un país futbolero”, me explican, como si uno viviera en Tailandia.
La Argentina es un país futbolero en el que, paradójicamente, a “la gente” cada vez le interesa menos el juego. Esto es perfectamente comprobable viendo las mediciones de vistas de una página o de rating televisivo o de publicaciones vendidas. No hay modo de remontar la cuesta de las mediciones hablando del juego propiamente dicho. En cambio, cuando hay situaciones conflictivas o cuando la Selección está en las alturas, todo explota.
Y es ahí donde nosotros tenemos que dar la talla. Es ahí donde me despego y hablo de “ellos” y “nosotros”. No divido entre los que quieren a Messi y los que no, pese a lo absurdo que me parece una Selección Argentina sin Messi. Si alguien no quiere a Messi en la Selección, perfecto. Se acepta, como se acepta cualquier opinión, por más ridícula que nos parezca. Pero acusar a Messi en cámara de “caminar la cancha”, de “no poner”, de “no quiere jugar para la Selección” es señal de que algunos no están capacitados para hacer este trabajo y deberían dedicarse, por ejemplo, a vomitar odio e ignorancia desde las redes sociales y no apartarse de eso.
“Nosotros”, en tanto, seguiremos pensando que el fútbol tiene los famosos “tres resultados posibles” y que a veces nos toca perder. “Nosotros”, somos los que pensamos que la gloria anda merodeando la puerta de la Selección Argentina y que en cualquier momento entra. “Nosotros” somos los que el día en el que eso suceda, tendremos la imagen de Messi como primer pantallazo de esa gloria que, por ahora, anda dando vueltas tan cerca. “Nosotros” somos los que pensamos que desde 2011 para acá, la Selección Argentina se refundó y está en busca de una vuelta olímpica que calme ansiedades y calle imbéciles.
Y cuando eso suceda, “ellos” van a subirse al carro y van a escupir mermelada desde el mismo sitio que hoy destilan estiércol. Porque “ellos” no tienen escuela ni moral. “Ellos” andan por la vida dándole la razón a Jauretche y pensando que esos gritos los convierten en valientes. Y, en realidad, son un canto a la cobardía.
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