¿Por qué River está como y dónde está?
Quienes nos pasamos el día con esto del fútbol, notamos la primera merma en el rendimiento de River en 2014, cuando River iba camino a ganar la Copa Sudamericana. El final del Torneo de Transición lo encontró con los primeros síntomas negativos del «plantel corto». Algunos insisten en que «River perdió el campeonato local contra Olimpo en el Monumental». Otros (yo, por ejemplo) creen que tiró el título la tardecita que Gallardo llevó suplentes a la cancha de Racing para jugar un partido en el que un empate –sólo un empate– lo dejaba con ventaja en la tabla. Es cierto que ese día River perdió 0-1 por un gol que tuvo mucho de carambola de billar, pero después le faltaron mariscales para ir a buscar el punto que necesitaba para, al menos, mantenerse en lo mas alto de la tabla, mientras definía con Boca el pase a la final del segundo torneo continental en importancia.
Si uno disipa el humo de las bengalas y las burbujas del champagne de esos meses finales de 2014 y se mete en un análisis duro, va a encontrar grietas importantes en el rendimiento millonario. Hay un partido contra Estudiantes (6 de noviembre de 2014, Cuartos de Final) en el Monumental que podría marcarse como un punto inicial del declive. El cuadro de La Plata lo expuso de tal modo que todos pensamos que había encontrado la fórmula para ganarle a un equipo que, por entonces, era poco menos que invencible. La prueba de que se venían tiempos más complicados es que River ganó ese partido 3-2 con el aprovechamiento integral de pelotas paradas puestas por Pisculichi en las cabezas de Rodrigo Mora y Ramiro Funes Mori y no basado en un juego de presión y toques con precisión en velocidad. Los dos partidos con Boca y las finales con Atlético Nacional fueron de menor categoría en el rendimiento, pero River tuvo «carácter» para salir de algunos problemas a los que fue sometido. Tuvo carácter y respuestas individuales que ahora, tal vez, falten. Contra Boca, por ejemplo, Barovero atajó un penal a los 15 segundos. Y Pisculichi convirtió un golazo cuando el trámite estaba, cuanto menos, desfavorable. Es decir, cuando estaba en el barro, pies y manos amigas y fuertes lo sacaron.
El brindis del fin de año anterior encontró a River feliz porque ganó un título local con Ramón Díaz, eliminó a Boca en semifinales de la Copa Sudamericana y se coronó ante Atlético Nacional. Llegó con lo justo, cuantitativa y cualitativamente, pero todo lo que obtuvo se lo ganó en buena ley.
El gran desafío para 2015 era mantenerse en ese nivel y, lógicamente, tirarse a ganar la Copa Libertadores. Gallardo pidió cuatro refuerzos muy puntuales: Pity Martínez, Mayada, Viudez y Bertolo. Los dirigentes pudieron complacerlo sólo en un 50 por ciento. Bertolo prefirió quedarse en Banfield y lo de Viudez fue imposible por falta de cupo para extranjeros.
River se encontró con los mismos problemas del final de 2014 y, ahora, profundizados por algunas lesiones. Ya sus movimientos no eran tan aceitados, ya los chicos no respondían como en los primeros tiempos de la doble competencia, ya los rivales entendían como jugarles. Recuerdo haber dicho en medio de la euforia triunfalista –y refrendado por Gallardo– que River tenía un plantel con excelentes jugadores, con chicos de gran futuro, pero que eran pocos, que el número de futbolistas disponibles iba a ser un problema en cuanto aparecieran lesiones, suspensiones o bajones de rendimiento.
El verano dio un alerta muy claro: el 0-5 con Boca. Es cierto que en tierra xeneize se lo sobrevaluó porque era un amistoso, pero River cometió el mismo error en la dirección contraria: lo minimizó. Y era una señal de lo que podría venirse si el plantel no se reforzaba o si los que estaban –como ocurre en cualquier equipo del mundo– no sostenían el rendimiento ideal. Las dos victorias por la Recopa con San Lorenzo llamaron a engaño. De los 180 minutos en los que se disputó el trofeo, River sólo jugó bien los primeros 45. Todo lo demás fue de San Lorenzo, si de trámite de partido hablamos.
Comparemos ese contexto individual con el actual. Ante Tigres, en Monterrey, Barovero dio una muy débil respuesta en el gol de Arévalo Ríos y a Pisculichi lo sacaron en el entretiempo después de que deambulara durante 45 minutos sin encontrar jamás la pelota ni la posición. En estos meses que llevamos de 2015, River no encontró respuesta colectivas e individuales como en el 2014. Le falta juego, no tiene circuito. Justamente, carece de los atributos que lo pusieron en el tope de la consideración de todos.
El problema de siempre es que a todos les llama la atención todo esto cuando los resultados no llegan. Mientras se gana –aunque sea apretado, como en la Recopa– todo se disimula, sobre todo por quienes siguen pensando que el fútbol «no tiene lógica». Llegaron empates insípidos con Quilmes, Unión, uno milagroso con Arsenal y triunfos apretados contra Gimnasia y Godoy Cruz. Pero estos partidos no se contarían si en la Copa Libertadores (principal objetivo de River en este semestre) hubiese hecho lo que todos suponíamos que haría: estar primero o segundo con Tigres como compañía. Imagino que ni siquiera en las peores pesadillas de Gallardo, los jugadores, Francescoli y los dirigentes estaba el no haber ganado ningún partido de cinco, en un grupo, insisto, en el que están Tigres, Juan Aurich de Perú y San José de Oruro.
Alguno caerá en el lugar común y dirá «mereció mejor suerte», creyendo que errar goles es «no ligar» y no una tremenda deficiencia en la concreción de una jugada. Pero la realidad es que River no jugó bien. En Bolivia, Barovero volvió a fallar –en ese caso, por partida doble– y en Perú, la versión opaca de Teo Gutiérrez mas la desafortunada idea de Gallardo de sacar a Mora (único delantero millonario que mantuvo cierto nivel) dejaron a River sin mas goles que uno que hizo Alvarez Balanta y expuesto a cualquier accidente –que finalmente se produjo– en el que el débil rival le empatara. Lo mismo pasó con Aurich en Buenos Aires. Lo peloteó, Teo erró cien goles y, sobre el final, y ya avisado de que la única manera de la que podía llegar el cuadro peruano era la pelota quieta, le empataron. Tigres, en el Monumental, jugó peor que Juan Aurich, pero River tampoco pudo. Y tampoco pudo con Tigres porque el primer rival que está teniendo River en este tramo de malas actuaciones, malos resultados y una colección de futbolistas importantes fuera del equipo por lesión, es el propio River. Cuando llegás 1, 2, 3, 4, 10 veces y el gol no aparece, viene el desánimo. Y es ahí donde River se pone vulnerable.
Ya establecimos antojadizamente, como bisagra, aquel partido contra Estudiantes en el Monumental el comienzo del declive de River. Esa caída pareció profundizarse en el partido de Monterrey. River pudo haber sido goleado tranquilamente, sobre todo después del gol de Damián Alvarez. Pero algo pasó. El equipo de la Banda Roja tiene dos o tres caciques que no se entregan: Maidana, Mora y Ponzio. Leo se fue lesionado en el primer tiempo y para River fue como si le sacaran el corazón. Kranevitter es otra cosa. Es un excelente jugador, valiente, puso la cara en el peor momento del equipo. Pero Ponzio es otra cosa. Además de sus cualidades, tiene una ascendencia sobre sus compañeros que no tiene el pibe. Podríamos agregar a Sánchez, aunque lo del volante uruguayo es más por apariciones puntuales que por un rendimiento sostenido.
River empató un partido increíble, por dos flashes de Teo Gutiérrez y por la perseverancia de Mora y esto puede maquillar, de momento, una (otra) decepcionante actuación. Primero, cuando Teo corrigió una mala definición del ex delantero de Defensor Sporting. Después, cuando el mismo delantero colombiano tuvo todas las facilidades para poner la pelota en el lugar justo para esa volea de Mora que, veremos, podría ser histórica si este asunto termina bien.
Pero las cosas están complicadas. Con rendimientos individuales y colectivos subterráneos fue metiéndose solito en una calle cada vez más angosta, de una sola salida, con una dependencia espantosa de un resultado ajeno. Quedarse fuera de la Copa sería un golpazo deportivo e institucional que, seguramente, traerá alguna consecuencia, pese a que presidente, director deportivo y entrenador tratan de amortiguar la caída todo el tiempo. Y pasar de ronda, además de un cuasi milagro, podría significar un relanzamiento de un equipo y de unos jugadores que tocaron el techo y el piso en un tiempo demasiado corto. Ese relanzamiento que podría tener a Boca como rival en Octavos de Final. Y ahí se va a ver mejor si las esperanzas de River tienen sustento o se esfumarán como cada uno de los partidos que River «debía» ganar y no lo hizo.
https://www.youtube.com/watch?v=8drix07Qxqo
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