Parece mentira, pero River está recomponiéndose y jugando una Semifinal de Copa Libertadores al mismo tiempo. Estos dos ítems, en general, no van juntos. Suelen darse de manera ordenada, separados por algunos meses. La Copa es el objetivo principal de la primera mitad del año de River, pero ni los calendarios ni ciertas decisiones lo ayudaron. Es cierto que River tiene una base de equipo consolidada (Barovero, Mercado, Maidana, Funes Mori, Vangioni, Kranevitter, Ponzio, Sánchez, Mora) y que el resto va fluctuando de acuerdo a lesiones, compras y ventas. Pero no es menos cierto aquello de que «River tiene un plantel corto». «Plantel corto», para que quede claro, es una apreciación cuantitativa, está referida a la cantidad de jugadores de un nivel parecido con la que cuenta Marcelo Gallardo para afrontar dos o tres competencias. Este contexto reduce casi al mínimo el margen de error. Si uno empieza por Bertolo y Viudez, se tienta en anotarle un ítem a favor de la CD millonaria. Ahora, si uno se detiene en Lucho González, Saviola y Aimar –tres futbolistas que, en diferentes dosis, están en posters de excelentes cuadros riverplatenses de hace 10/15 años– las dudas crecen. El caso de Lucas Alario es diferente porque es una apuesta. River no anunció con bombos y platillos su contratación porque el Flaco que lleva el 13 en la lista hizo buenos partidos en Colón (2011/2015, 60 partidos, 12 goles) es un excelente proyecto, al que hay que ir llevando de a poco.
Sin embargo, Gallardo tuvo que navegar en aguas turbulentas. Teo Gutiérrez se fue, Pablo Aimar anunció su retiro una hora antes del partido («… ayer me anunciaron que no voy a estar en la lista de la Copa, y lo entiendo, no quiero ocupar un lugar que, seguramente, es para otros muchachos. Por eso decidí dejar de jugar profesionalmente…»), Bertolo y Pisculichi se desgarraron, Saviola no está para 90 minutos, Cavenaghi –aparentemente– tampoco y Lucho González trajo de Qatar un ritmo muy distante del mínimo requerido en el fútbol de esta parte del mundo, como nos quedó claro a todos –incluido el entrenador millonario– después del primer tiempo del partido contra Guaraní. Aquí, en este punto, está una de las grandes explicaciones de la victoria de River ante el cuadro paraguayo.
Gallardo armó su equipo con los nueve de siempre –Barovero, los cuatro del fondo, los dos cincos, Sánchez y Mora– más la fuerte decisión de poner a Alario de «9» y la intención de que Lucho González sea la aduana por la que pasen todas y cada una de las pelotas que River juegue con sentido ofensivo. La novedad táctica, tal vez, haya sido la de poner a Ponzio como socio de Lucho y no de Kranevitter, acaso previendo que Guaraní no iba a poner demasiada gente en ataque y de que Maidana jugó los noventa minutos mano a mano con Santander sin perder una sola vez. Pero no resultó. Lucho está a años luz de aquel estupendo volante lujoso que le hizo un golazo a Boca en el arco hacia el que River atacó en el primer tiempo. Se nota mucho su falta de ritmo porque, además de talentoso, fue un jugador de gran dinámica. Cuando River lo trajo de vuelta, sabía que Lucho ya no ocupaba la banda, pero que era «un doble cinco bárbaro». Gallardo lo puso de doble pivote en el primer tiempo contra Tigre, cuando reemplazó al lesionado Pisculichi. En el segundo tiempo de ese partido, Lucho se adelantó hasta posiciones de enlace y, allí, tuvo dos situaciones de gol claras que no concretó por poco. Contra Tigre, se notó la falta de ritmo de Lucho, pero como era el regreso, todos pensamos que era cuestión de tiempo. Tal vez lo siga siendo, pero no es tiempo lo que le sobra a River. Está en plena disputa de las Semifinales de la Copa Libertadores. No hay tiempo para Lucho ni para nadie. Suena feo, pero es una realidad incontrastable.
Cuando River volvió a jugar el segundo tiempo con Guaraní, lo hizo con Pity Martínez por Lucho González. Las opiniones de los entrenadores, durante el partido, se pueden conocer a través de los cambios. Y Gallardo hizo una correcta lectura del partido. Con el tiempo, uno aprende que un cambio de jugadores que haga un técnico no era bueno o malo si cambia trámite o resultado del partido, sino lo que busca. Que de resultado o no depende del rendimiento del jugador. El Muñeco, por ejemplo, hizo una mala lectura en la cancha de Boca, en el primer superclásico de la trilogía. Boca había puesto a dos volantes para acompañar a Lodeiro y River necesitaba a un mediocampista que le diera equilibrio. Gallardo puso a Cavenaghi y dejó al equipo descompensado. River perdió ese partido y esto se notó más, pero si el resultado hubiese sido un empate la opinión no hubiese variado. En cambio, tuvo una gran visión de lo que sería el partido cuando armó el 4-4-2 para ir a Belo Horizonte a jugarse el pase a Semis. Lo de anoche fue parecido. Pity Martínez tiene rendimientos desparejos. Es un pibe que juega muy bien, el DT lo tiene en una consideración altísima –más en futuro que en presente– pero, como todo pibe, tiene baches. Los entrenadores siempre apuestan a la mejor versión de un futbolista, aunque ese futbolista no la esté entregando.
Pero Pity respondió con su cara ideal. Gallardo lo puso a la izquierda, bien pegado a la raya. El sitio de «volante ofensivo» siguió siendo de Ponzio, Mora fue buscando su ubicación según el origen de la jugada y Alario se fajó sin problemas ni dobleces con los centrales del cuadro aurinegro. Pity, por su parte, hizo dos cosas que, al cabo fueron decisivas. La primera, esencial, le dio a River una dinámica y una velocidad en ataque que Lucho, en su estado, no pudo darle. La segunda, fue mostrarle el camino al equipo. El camino era la izquierda. Guaraní, de golpe, se encontró en problemas. No tuvo manera –nunca– de contener al pibe que jugaba en Huracán y sus volantes laterales, que en el primer tiempo fueron e impidieron las subidas de Vangioni, ahora debieron retroceder a marcar. Ese retroceso, más el surco que por habilidad abrió Pity Martinez, permitieron que Vangioni fuera para arriba y formara tándem con el recién ingresado, rememorando la estupenda «ala izquierda» que Vangioni formó durante mucho tiempo con Ariel Rojas.
Esa fue la clave de la victoria. Después hay detalles importantes. Alario fue partícipe necesario en los dos goles de River y que el debut como titular no le pesó. Mercado hace goles fundamentales. Mora fue el mejor de los riverplatenses y metió un tremendo golazo. Ponzio sigue siendo el capitán del barco, aunque una amonestación fuera de contexto lo deja afuera de la revancha. Con Maidana uno puede entrar sin miedo en un callejón oscuro a las 3 de la mañanas que el tipo va a defenderte. Funes Mori hizo que la foto de Alvarez Balanta se esté ajando en un rincón. Y quédate tranquilo que Barovero va a sacar la que tenga que sacar.
Ahora llegará la revancha en Asunción y habrá que ir al Defensores del Chaco a hacer, tal vez, otro partido. Será, de arranque, un partido en el que no esté Ponzio. Habrá que ver si evoluciona Lucho o se asienta Pity. Gallardo tiene la enorme virtud de no casarse con un sistema, sino de inculcarle a sus jugadores varias maneras de alcanzar el objetivo. Ya dio acabadas muestras de esto.
River está escribiendo un capítulo glorioso de su historia.
Es tiempo de empezar a pensar de qué modo llega a escribir la última página. Le sobran recursos, por suerte.
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