Miguel Angel Russo jugaba de 5 –de único 5– con tres compañeros que tenían cierta (solo cierta) obligación de colaborar con la recuperación de la pelota. Aquella formación de Estudiantes –el club de toda la vida de Miguel– sale rapidito: Russo, Ponce, Trobbiani y Sabella. Ponce era un zurdo de pie fino, Trobbiani la escondia de tanto pisarla y Sabella era un atorrante sabio, de medias caidas, que atacaba y, a veces, volvia para ayudar.
Russo era el que mas sabia del juego, el que mejor lo leía. Estudiantes metía un gol y Bilardo (después Manera) lo llamaba a Miguel para explicarle lo que podria venir. Ese fue el modo de forjar su perfil de entrenador.
Hace unos dias, Victor Hugo Morales me dijo: «Todos saben lo que estimo y respeto a Bilardo. Pero en su carrera profesional tuvo dos errores. Uno, fue no irse con Maradona cuando Diego renunció como DT de la Selección. El segundo error fue no haber llevado a Miguel Russo al Mundial 86. En el plantel, habia dos o tres jugadores del ciclo anterior, no muy creyentes de la idea de Carlos. Russo era su mejor alumno, quien mejor lo interpretaba. Las cosas salieron bien, pero no llevar a Russo fue una ventaja que Bilardo, en el momento que llegó el Mundial, no podia dar». Fue un dolor que Russo tardó mucho tiempo en subsanar y que entendió cuando fue entrenador. «No tenia la rodilla al 100, pero podria haber ido. Era un Mundial. Despues, hablé mucho con Carlos y los años me dieron la serenidad para entender que me enseñó mas que nadie»
Tuvo la capacidad y el buen manejo de las palabras y sus equipos para que aquella formación tan pincha, tan identificada con el vergel de City Bell –marca en el orillo que Russo lleva con singular orgullo– no lo estigmatizara. Miguel pasó por Boca, Racing y San Lorenzo, pero alguna vez fue candidato a dirigir a Independiente habiendo sido un acérrimo rival como futbolista. La CD roja habia dado su consentimiento para que el entonces presidente Julio Comparada hablara y, de dar los numeros, contratara a Russo. Comparada, fiel a lo desastrosa que fue su gestión, en vez de ir a hablar con Russo, contrató a Borghi por su cuenta. Pero, volviendo a la generación de esta idea, Russo no quedó preso ni siquiera de su escuela tan preciada.
Russo empezó su carrera de entrenador en Lanús, el cuadro del que fue hincha de chico. Lo hizo apenas terminó su etapa de futbolista, en 1989. El Granate estaba en la B Nacional y Miguel lo trajo de regreso a la Primera. No se pudo mantener en la categoría superior, pero aquellos dirigentes que le dieron su primera oportuidad de dirigir, le vieron uñas de guitarrero. Lo dejaron en el cargo y, tras una gran campaña, regresó a la posición de privilegio en la temporada 1991/92. Lanús, que llegó a estar en Primera C (1979, 80 y 81), ya no regresó al ascenso y hasta ganó torneos locales e internacionales. Miguel Russo hablaba de «sentido de pertenencia» por aquel entonces. Eso le inculcó a tipos como Villagrán o Gambier o Angelello, por citar unos pocos casos. Pero, por sobre todas las cosas, en la cabeza de Russo estaban aquellas ideas de Zubeldia que Bilardo y Manera le bajaron, la de meterse a trabajar, la de no quejarse, la de sufrir en silencio y gozar en grande. La carrera de Miguel Russo Entrenador habia comenzado tal como lo planearon Bilardo y Manera.
El tiempo pasó. Miguel Russo tuvo muchas buenas: en dupla con su adorado Eduardo Luján Manera, trajo a Estudiantes de regreso a Primera, llevó a la Universidad de Chile a semifinales de Libertadores en 1996, fue campeón con Velez, ganó la Libertadores con Boca en 2007, fue campeón con Millonarios, hizo estupendos trabajos en Rosario Central (es el tercer DT con mas partidos dirigidos en la historia del club, despues de Zof y Griguol). También tuvo algunos tropiezos, como todos, pero su marca de entrenador capaz y confiable jamás la perdió.
En algún momento de 2017, su médico le dijo que tenía cáncer de próstata. Lejos de caerse, Miguel trató de seguir con el trabajo –estaba en Millonarios– y de tratarse. Tanto los dirigentes de Millonarios como sus amigos mas cercanos y su familia, lo ayudaron a mantener la privacidad. Su oncólogo Carlos Castro no podia creer como, después de interminables sesiones de quimioterapia, podia estar caminando como un loco al costado del campo. Pero fue la forma que encontró Russo para combatir el mal. Y cuando todo parecia solucionado, una bacteria intrahospitalaria lo atacó de tal modo que la muerte era una posibilidad aún mas cercana que con el cáncer. «No me mató el cáncer, no me va a matar una bacteria», dijo. Y también salió de eso. Aún hoy recordamos con emoción su conferencia de prensa del 30 de enero de 2018, en la vuelta al trabajo en Millonarios.
Lo grandioso de estos años de madurez de Russo es que jamás abandonó la idea de volver a Boca. Siempre supo que su oportunidad de revalidar aquellos laureles de 2007 iba a llegarle. Incluso en momentos de flaquezas, como en su paso por Alianza Lima. Ese espiritu que lo sacó del momento mas complejo de su existencia fue el que lo llevó a este momento en Boca.
Uno podria pensar que como ganó la lista en la que Riquelme estaba candidateado como vicepresidente el camino se le allanó. Pero, antes de las elecciones, el celular de Miguel estalló de llamados de los otros aspirantes a la presidencia de Boca. José Beraldi admira profundamente el trabajo de Russo. En estos tiempos de desesperación de Boca, viendo como River lo elimina una vez tras otra, viendo como Gallardo se transforma en una especie de Bianchi de la segunda década de los 2000, acaso la figura de Russo –asociada a la de Riquelme, claro– actúa como talismán para aferrarse a aquella final inolvidable contra Gremio, la de los pantalones amarillos en el desaparecido Estadio Olímpico de Porto Alegre.
Sin embargo, Miguel Russo es mucho más que eso. Es un bilardismo flexible, mas actual. Es capaz de llegar a las 6.30 al predio que Boca tiene en Ezeiza y recorrerlo de punta a punta para conocer e instruir a cocineros, mucamas, personal de maestranza, para saber todo y achicar todos los márgenes de error posibles. Miguel Russo es el manejo de todos los detalles, hasta el más ínfimo. Como Zubeldia le enseñó a Bilardo y Bilardo le bajó a Russo.
La coyuntura de Boca es complicada. En sus últimos años, desde que River se impuso en todos los enfrentamientos importantes entre ambos, Boca rompió todo lo que tocó: Rossi, Peruzzi, Leo Jara, Daniel Osvaldo, Guillermo Barros Schelotto, Alfaro, De Rossi, Orion, Cata Diaz, Lodeiro, Cardona, Nandez, Benedetto, Soldano, Hurtado y siguen las firmas.
Russo deberá juntar las piezas y ordenarlas. Hay temas individuales para resolver: las suplencias de Tevez (motivo de conflicto con todos sus entrenadores, incluidos Ferguson y Mancini), las lesiones en continuado de Abila, las caras extrañas de Mauro Zarate, las disyuntivas Mas – Fabra y Buffarini – Jara/Waingandt, la posición de Mac Allister, la situación de Bebelo Reynoso (apariciones fantasticas en entrenamientos y en partidos chicos, actuaciones decepcionantes en partidos importantes), Soldano, Hurtado, las depresiones de Villa, los chicos de inferiores pocas veces tenidos en cuenta.
En lo colectivo está todo por hacer. La idea inicial de Russo coincide con la de Riquelme: Boca debe atacar a como dé lugar. Conociendo a Miguel, ese ataque solo será posible con orden, con líneas bien aceitadas y, como exige el fútbol de hoy, con una estrategia solidaria de recuperación de pelota. Muchos analistas no entienden que, a veces, la pelota la tiene el rival y que el otro equipo, por mas «ofensivo» que sea, debe correr y trabajar para volver a poseerla. Por suerte para Boca, Russo sabe esto mejor que nadie. Hay una idea inicial de trabajar con Nicolás Capaldo como único volante de recuperación (Campuzano seria una opción mientras esté en el juvenil) y Mac Allister como inicio de todos los ataques. Salvio, la inminente llegada de Pol Fernandez, lo que Tevez pueda entregar y Mauro Zárate son las armas que presentará el nuevo Boca de Russo en este 2020 tan lleno de esperanzas como de presiones.
Las cartas están echadas. Todos sabemos que, a diferencia de algunos de sus antecesores, el desafío de dirigir a un Boca lleno de urgencias no achicará ni un poco a Miguel Angel Russo. Pero, por delante, a sus 63 años, Russo tiene el reto más grande de su vida profesional: sacar a Boca del barro en el que River lo metió hace ya 5 años.
Miguel Russo es capaz de cumplir con la tarea. Nació para ser entrenador.
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