Después de una pelea callejera antes de un partido, me encontré casualmente con Matías Patanián, vice de River. Lo ví desesperado. «Estamos tratando de remontar una cuesta complicada. Cortamos un montón de cuestiones que le hacían perder mucho dinero al club, intentamos que los socios vuelvan a sentir orgullo de su club… Y te pasa esto. Te juro que no los conozco, que jamás hablé con ellos. Estas cosas nos tiran todo para atrás…» Patanián es quien, junto a Francescoli, se encarga del fútbol profesional. Es la «pata dirigencial» a la hora de la decisiones que afectan al plantel. Pero, por sobre todo, es un tipo que se preparó añares para llegar hasta el lugar que ocupa. Jamás ví a un dirigente de fútbol mostrar tanta impotencia ante semejante situación. Patanián fue el primero. No es una crítica negativa hacia el vice millonario, sino todo lo contrario. Lo sé muy honesto y feliz de estar ahí. Este tema lo perturba de verdad. A diferencia de D’Onofrio, no eligió palabras grandilocuentes ni tiró la pelota para otro lado. Dijo «no sé que podemos hacer con esta mierda».
Por si alguno no abrió los diarios o tomó la sana decisión de no ver canales de noticias: ayer, más o menos a las 17, un grupo de 150 sujetos entraron violentamente a la zona de la confitería de River y atacaron a otro grupo –bastante menos nutrido– a golpes y con armas blancas. Cayó herido un conocido miembro de la «barra oficial», hubo gente que estaba esperando a los chicos de las inferiores que se entrenaban, chicos que van al colegio de River, padres que esperan a esos chicos. River es un club con una actividad social importante. La irrupción de 150 violentos sólo puede generar pánico.
La batalla, dicen los testigos, fue tremenda. Pero las imágenes precarias tomadas con un celular, testigos que no se animan a hablar, otros que dicen ser testigos pero no vieron nada, el discurso extraño de D’Onofrio acusando al INADI y al Gobierno de la Ciudad y no diciendo (o no sabiendo) que uno de los principales heridos en la batalla, el Caverna Godoy, tenía entradas para el clásico, pese a estar ajustado a derecho de admisión, hacen que esto tenga ribetes de impunidad. Esto no quiere ser una acusación para el por ahora correcto presidente de River. Simplemente, se marca como una carencia en su encendido discurso de anoche, en la puerta de la AFA. La culpa la tiene el Estado –Nacional y de la Ciudad de Buenos Aires– pero también los dirigentes de fútbol. Nunca perdamos de vista esto. Quienes inventaron este monstruo son los dirigentes de fútbol. Los alimentaron técnicos y futbolistas y, cuando el negocio creció, entraron en escena los políticos. No se trata de tirar baldazos de acusaciones, sino de hacer historia e ir a la raiz del tema.
Cuando D’Onofrio dice que el INADI lo acusa de discriminación, lo que sucede, en realidad, es que estos sátrapas tienen abogados caros que pagan con sus altos ingresos por venta de droga y entradas y esos abogados caros (definición que extraje de tantas y tantas series policiales, pero que cae perfecta para letrados millonarios que cubren mafiosos) los sacan con el artilugio de la «discriminación». Es perfecto no discriminar. Basta con ver las noticias internacionales y enterarse de cómo un policía blanco es eximido de culpa por matar de seis balazos a un pibe negro en Estados Unidos para entender el valor de no discriminar. Pero en el caso de los barras es un artilugio que River deberá combatir con un buen cuerpo de abogados. No sirve el discurso pueril y ABC1 de «entran por una puerta y salen por otra» o «salen a la media hora». Ese fue otro error discursivo de D’Onofrio. Al periodismo de indignación puede parecerle un acto de valentía, pero, en realidad, son palabras que algún periodismo y una porción gruesa de los televidentes compra como tal. No lo es. D’Onofrio debería poder explicar por qué el tal «Caverna» tenía entradas para ver el partido si tiene vedado el ingreso al estadio, por ejemplo. Y el presidente de River debería compartir la responsabilidad con el Estado (Nacional y de la Ciudad) y no endilgárselo.
Hace años que River tiene este cáncer. La tristemente célebre «Batalla de los Quinchos» de 2007, que tuvo su ramificación más importante en el crimen de Gonzalo Acro, más una pelea feroz en el estacionamiento ocurrieron con los socios ocupando los espacios que, históricamente, River tuvo para su gran masa de gente. Ayer pasó lo mismo. ALguien falla en estas cosas. No se trata de personificar en D’Onofrio, porque estos temas en River vienen desde Años A, pero en lugar de tirar la pelota para arriba, lo que debería hacer el presidente de River es subir las escaleras hasta los puestos de poder (un presidente de River tiene acceso, es alguien con poder) y sentarse con ellos para terminar con esto de una vez.
Hasta que esto no pase –Estado con decisión política y sin punteros en la barra, Estado de la Ciudad que no libere zonas y sin punteros en la barra, dirigentes de fútbol que se hagan cargo del estiércol que tienen dentro de sus clubes– las cosas no van a cambiar. Y tendremos más violencia, más mafia, más negocios turbios.
Más muerte, en definitiva.
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