Estos son tiempos extraños. Son tiempos de innumerables medios de comunicación, de llegada a diferentes tipos de personas con todo tipo de intereses. Sin embargo, las palabras suelen utilizarse con una liviandad que parece desconocer este fenómeno. Si uno compara la «tragedia» del Boca de Bianchi con lo «extraordinario» del Boca de Arruabarrena que le ganó a Vélez, tendrá una muestra gratis de esto. River es otra prueba de esto: se dice livianamente que es el «único» que juega con ese estilo, el único que tiene esa «propuesta». Pero resulta que uno escucha a los DT’s de Vélez, Newell’s, Independiente, Racing, Defensa y Justicia y Godoy Cruz –por citar sólo algunos casos– y pretenden lo mismo. La diferencia es que River consigue imponer el estilo que planea y lo está haciendo muy bien. En esta misma página web, se dijo que «El River de Gallardo tiene dos arcos», destacando que la idea del Muñeco no «mira el arco de enfrente», sino que es de una pretensión más integral, con explotación absoluta de lo colectivo que tiene el juego. Es cierto que hay actuaciones individuales que respaldan esa colectividad, pero River parece tener resuelto cualquier tropiezo con un colchón compacto.
Todavía no es el caso de Boca. No es seguro que vaya a conseguir lo mismo que River logró en tiempo record, pero tiene la idea. Se le ve, aún en situaciones adversas como las que vivió en la cancha de Olimpo. Situaciones adversas en las que no lo metió el rival, sino su propia mochila de frustraciones acumuladas desde la mitad del 2012 para acá. Y estas frustraciones son colectivas e individuales. Fernando Gago tal vez sea el ejemplo más claro de esa frustración. Si bien Pintita está desde 2013, arrastra lesiones y malas actuaciones casi como jugadores con menos chapa. Con un agravante: Arruabarrena parece haber armado el cuadro a su alrededor, como Bianchi lo hizo en torno a Riquelme. Otra de esas piedras en el bolso es, justamente, tener que salir cada partido a demostrar que sin Riquelme, Boca también puede imponer condiciones y ganar los partidos.
Hay muchos que piensan que los jugadores voltearon a Bianchi porque mejoraron un poco con Arruabarrena. Sin pecar de ingenuo y sabiendo que estas cosas pasan, en este caso discrepo. El equipo del Vasco es diferente al de Bianchi. El 4 de Bianchi era Grana, el del Vasco es Marín. El 2 de Bianchi era el Cata Díaz, el de Arruabarrena es Echeverría. El 6 de Bianchi era Forlín, el del Vasco es el Cata Díaz. El 3 de Bianchi era Zárate (por lesión de Insúa, justo es decirlo), el del Vasco es Colazo, en una interesante pretensión de recorrido largo de la banda y suma de poder ofensivo. Arruabarrena armó el doble cinco con Erbes – Meli y el doble 5 de Bianchi era Bravo – Gago, con Erbes corrido a la derecha, donde rinde la mitad. Anoche jugó Bravo por cuestiones de fuerza mayor, pero normalmente tendrá que esperar en el banco oportunidades como esta. El titular es Erbes.
Pachi Carrizo ocupaba el lateral atacante izquierdo. «Es carrilero», decía el Virrey. Para Arruabarrena, Carrizo es un jugador que puede arrancar desde el costado (de hecho, lo hacía en Central), pero –como anoche en Bahía Blanca– cuando se libera y anda por sectores más amplios y más influyentes de la cancha, puede ser un buen socio de Gago. Justamente, Gago es el eje del cuadro, para el Vasco Arruabarrena, mientras que para Bianchi era «uno de los dos cincos», el cinco que «juega», digamos. Entre lesiones y bajo nivel, Gago nunca fue aquel que sabemos que es en condiciones normales. Gago es un canto a la elegancia, a la precisión, al pase profundo. Gago era un cinco distinto a los demás. Es una suerte de «organizador retrasado», un jugador de características difíciles de encontrar. Pero desde que regresó a la Argentina (primero en Vélez, después en Boca) vive envuelto en lesiones, recuperaciones, «necesita partidos», «no está en su nivel», «se está preparando para el Mundial», «no se lleva bien con Riquelme»… Y Gago debe ser el líder de esta nueva etapa de Boca post – Riquelme/Bianchi. Gago tiene las condiciones y la obligación de ser el punto inicial de la recuperación de mucho prestigio perdido. Contra Olimpo no hizo un gran partido, pero al menos apareció en cercanías del área rival para servir de apoyo a sus hombres de ataque, para ser una valiosísima opción para Meli o Carrizo o Chávez o Gigliotti. Y, cuando el partido contra el cuadro de Perazzo(con 10 por expulsión de Borja a los 13 minutos del primer tiempo) estaba por extinguirse en un lánguido 0-0 que desataría críticas de todo tipo, Gago tuvo la suficiente lucidez para meter un pase alto a Gigliotti, que el 9 transformó en la victoria de los xeneizes.
Nos detuvimos en Gago, pero Boca tiene más cuestiones nuevas. Bianchi ponía a Gigliotti, pero no a Chávez. Arruabarrena le dio a Chávez la posibilidad de ocupar el mismo lugar que tenía en Banfield. Las características físicas del pibe podrían entregar a un 9 portentoso, pero no lo es. Es un delantero externo, que en Banfield ocupaba la banda izquierda de un ataque de tres. El 9 era Salcedo y por la derecha iba Noir. En Boca, Arruabarrena lo suma a los asistentes de Gigliotti. Y si bien los dibujos iniciales hablan de un 4-3-3, la realidad es que Carrizo no juega de «wing derecho». Es uno por adentro y otro por afuera. A Boca le faltaba –le falta todavía, pero algo tuvo– circuito de juego. Olimpo presionó, corrió y metió como si en este partido le fuera la vida. Es normal. Cuando un equipo se sabe inferior a otro en recursos técnicos y económicos, hace lo que sólo el fútbol permite: empareja con esfuerzo. Por eso, el muy buen partido de Meli fue interrumpido, a veces, por el Colorado Gil o Jonathan Blanco, abanderados de ese esfuerzo y que redoblaron energías cuando la irresponsabilidad del colombiano Borja los dejó con uno menos.
¿Cómo definir al Boca de Arruabarrena sin exagerar para arriba ni para abajo en el concepto? Es un equipo distinto al de Bianchi. Claramente. Destacamos los cambios de figuritas. También hubo un profundo cambio táctico y estratégico. ¿Es mejor? La idea es más seductora. Pretende una mayor dinámica, hay cierta ambición de manejar la pelota con prolijidad y paciencia y de recuperarla bien adelante. Volvemos a lo del comienzo: el Vasco es otro de los entrenadores que piensa un equipo sólido atrás (anoche, Orión fue un espectador), de mucha presión del medio para adelante y ataque masivo. Repito que esta es la idea, similar a la de River. El equipo de Gallardo consiguió plasmarla y está logrando sostenerla en el tiempo. Boca recién arranca. A veces puede, a veces no. Contra Olimpo no jugó bien, pero jugó mejor que su rival, impuso condiciones, no sufrió y estuvo algunas veces con chances para ganar más cómodo. Hacer este juego en un fútbol tan parejo como el nuestro no es fácil. Por eso, el gran mérito de River. Y por eso también, Boca tal vez no logre redondearlo de un día para el otro, como les pasa a todos los que quieren hacer esto, menos a River.
En esa idea, hay jugadores –Cata Díaz, Meli– a los que se les cambió la posición y mejoraron sensiblemente. Una idea un poco más agresiva que pudo verse anoche, cuando Boca volvió a jugar el segundo tiempo con el Burrito Martínez por Bravo. El ex Vélez y Corinthians se paró de extremo derecho y ahí sí, Boca armó un ataque con tridente.
Con Bianchi, Meli sólo había jugado 45 minutos contra Estudiantes y de volante izquierdo, un lugar que jamás había ocupado ni siquiera en Colón. En Bahía, Meli fue un volante con quite, dinámica y criterio. El partido no era fácil. La mitad de la cancha estaba llena de gente y de presión. Sin embargo, esta función más afín a lo que el pibe de Salto (donde nació el Día de la Bandera de 1992) lo benefició enormemente. Recuperó una infinidad de pelotas, buscó insistentemente apoyar a Gago y ser socio de Bravo en la primera mitad de partido y, en términos estrictamente individuales, Meli se animó a salir jugando y a llegar con chances claras a posiciones de ataque.
¿Qué falta? Esencialmente, tiempo para afirmar la/las idea/as y poder convencer. Falta también que Pachi Carrizo, por citar un caso que genera expectativa, tenga mayor continuidad en el rendimiento, falta que el tándem Echeverría – Cata Díaz se afirme como la dupla central inamovible de Boca, falta que Chávez supere el brinco grande que significa pasar de Banfield a Boca, falta que Gigliotti sea más asistido por un equipo que lo necesite sólo como definidor y no lo obligue a salir a buscar la pelota a zonas en las que no está cómodo. Falta, como quedó dicho, que Gago vuelva a ser aquél que recordamos en grandes momentos del cuadro de la Ribera.
Y falta ahuyentar a los fantasmas. En un mes y medio, se fueron en malos términos Riquelme y Bianchi, dos estatuas vivientes del club. Cada uno de los jugadores de Boca –tal vez orión y Gago, en mayor medida– lleva una enorme mochila pesadísima que sólo se alivianará con victorias y un rendimiento acorde a lo que la camiseta de Boca exige y necesita.
Arruabarrena armó un equipo nuevo y hacerlo funcionar de manera confiable, con el famoso «piso de rendimiento», llevará tiempo. Pero las victorias calman los nervios y Boca ya consiguió dos en el torneo más un empate en Rosario por la Copa. Habrá que ver si el bálsamo de estos números da la paz que se necesita para encontrar definitivamente el camino correcto.
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