10 DE MARZO DE 2002
BOCA 0 – RIVER 3
El 26 de enero de 1971 nació Ricardo Ismael Rojas en Posadas, Misiones. Le encantaba jugar al fútbol, pero su abuelo lo hacía trabajar el campo, en el pueblo misionero de Puerto Rico, de apenas 35.000 habitantes. Sin embargo, Rojas igual pudo jugar. Lo hizo en Argentinos Juniors, quedó libre a los 20 años sin haber debutado en Primera, se fue a Paraguay y allí lo detectó Eduardo Manera en 1995, cuando armaba el equipo de Estudiantes de La Plata que debía jugar el Nacional B y volver a Primera División. Rojas fue y jugó. Y jugó bien. Incluso, esto lo pensó Patricio Hernández, cuando pasó por el Pincha como entrenador y lo tuvo en el plantel. Se nacionalizó paraguayo para jugar en la selección de Chilavert. Allí lo vieron y fue a Portugal.
En 2001, Américo Gallego era el técnico de River. Como ayudante de campo, estaba Patricio Hernández. River buscaba un lateral izquierdo para la Copa Libertadores porque el cupo del torneo local lo tenía cubierto. “¿A quién traemos?”, preguntó el Tolo. “Yo conozco a uno muy bueno”, respondió Patricio. “¿Quién es?”, insistió Gallego. “Ricardo Rojas”, dijo Hernández. “¿Te parece?”, preguntó extrañado el entrenador. “Estoy seguro”, selló Patricio.
Rojas llegó a River en medio de cierta indiferencia. Era casi lógico. Siempre fue un jugador de perfil bajo y, encima, marcador de punta. Toda la vida se habló de “oscuros marcadores de punta”. No es este el caso. Rojas es un buen marcador. Es rápido, tenaz y pierde poco en el mano a mano. Por ahí, no son argumentos convincentes para jugar en River. Es decir, si alguien lo ofrece a la dirigencia de River y da estas razones, lo más probable es que le digan que “tenemos cuatro o cinco en inferiores”. Pero Ricardo Rojas tiene 30 años. Y la edad de un futbolista, esta edad, da para dos lecturas. La primera, fue la que hizo apresuradamente la prensa: “Es grande, ¿River no tiene un ‘3’ en la reserva?”.
La segunda lectura, fue la que hicieron Gallego y Hernández: “Tiene experiencia”.
Resulta que Rojas llegó a River. Y como su perfil bajo aburría a la voracidad mediática de estos tiempos, encontraron un punto para hablar de y con Rojas de algo que no fuera lo que Rojas hace dentro del campo. Se generó un escandalete por lo que ganaba Rojas por jugar solamente la Copa Libertadores. Rojas decía, con criterio, que “esto es oferta y demanda. Uno pide, el otro acepta o no. Y aceptaron”. En los últimos años, siempre se sospechó de que alguien en River se llevaba para casa alguna que otra moneda con orígenes no demasiado claros. Otra vez se habló de esto.
Pero Rojas estaba ajeno. De última, a él lo trajeron para jugar, el contrato lo arregló su representante y llegaba desde Europa. Además, la prensa estaba en presencia de un tipo diferente del estereotipo del futbolista de los 2000. Rojas no escucha cumbia ni tiene el pelo largo con vincha. Rojas lee a Ernest Hemingway y a Fedor Dostoievsky, quiere saber quiénes fueron Beethoven, Machiavello y Leonardo Da Vinci y lee sus biografías. Justamente, en el micro que lo lleva a la cancha de Boca en este 10 de marzo de 2002, está leyendo a Hemingway.
Es más, Rojas recibe la invitación de la Selección de Paraguay para jugar el Mundial de Corea-Japón y la rechaza. “En este momento, no me va la vida en eso. Prefiero seguir en River, no quiero alejarme de mi familia”. No tiene una 4×4, se mueve en un Renault 21. No usa teléfono celular ni tiene televisión por cable.
Rojas será un protagonista fundamental de esta historia.
Ramón Díaz, que primero no lo tuvo en cuenta, ahora lo pone de titular. Rojas será el lateral izquierdo para jugar contra Boca por la fecha 6 del Clausura ’02. Cerrará la línea de tres con Garcé y Celso Ayala. Ariel Garcé es un marcador central a quien Gallego transformó en lateral. Y el paraguayo Ayala es uno de los dos únicos futbolistas que tienen una llegada fluida al técnico. El otro es Comizzo, que será el arquero.
Lo de la relación difícil de Ramón Díaz con el plantel no es nuevo. Ahora está viviendo su segunda etapa como entrenador de River. El Pelado ganó todo como técnico y, sin embargo, es discutido. Ahora también. River tiene un nuevo presidente, se llama José María Aguilar. Es un tipo joven, de ideas progresistas. Es raro hablar de progresismo en un club conservador como este. En otro tiempo, casi cuarenta años antes, hicieron un escándalo porque Gatti usaba bermudas y decía que era mejor que Amadeo. Pero Aguilar ganó las elecciones con comodidad en diciembre de 2001. Los tiempos cambiaron, esto está claro.
Y tanto cambiaron, que los triunfos no emborrachan. El trabajo de Ramón Díaz no le cierra en su totalidad al presidente. Se soportan, se respetan, pero hasta ahí. Es que el manejo del grupo es la parte débil del Pelado. En otras épocas, Ramón tuvo problemas con Berti, Hernán Díaz, Francescoli, Toresani, Ortega… Es más, en la semana anterior a este clásico con Boca, el delantero internacional uruguayo Daniel Fonseca se fue dando un portazo acusando a Ramón de no tener diálogo con los jugadores. Como quedó dicho, en la actualidad sólo lo quieren Ayala y Comizzo.
Tampoco Ramón ayudó demasiado a que lo quisieran. De Franco Costanzo –que ahora está lesionado—dijo que es “un arquero de handball” por su tendencia a salir a tapar volando. Y con Fernando Ezequiel Cavenaghi, un pibe de las inferiores que se acomodó en la Primera de la mano del Tolo Gallego, fue lapidario: “es un gordito culón”. Y no lo ponía. Acudió a Juan Esnaider, que irá al banco porque sólo hizo un gol desde que llegó, y a algún otro. Pero no a Cavenaghi. Cuando decidió ponerlo, casi por descarte, Cavenaghi lo mató. En este torneo, tiene ocho goles convertidos en cinco partidos. Y esos ocho goles representan la mitad de los que hizo River en el torneo. La metió en todos los partidos, salvo en el de la fecha pasada, cuando River empató 0-0 con Chicago en el Monumental. Después, le hizo uno a Talleres, dos a Huracán, dos a Unión y tres a Estudiantes. Aquella frase condenó a Ramón Díaz. El “gordito culón” le está sacando las papas del fuego, le está ganando los partidos. Y es en quien confía la gente para que le haga goles a Boca. El presidente Aguilar está pensando en la renovación del cuerpo técnico para mitad de año, sea cual fuere la posición de River en el Clausura. Y el “sea cual fuere” incluye el primer puesto.
Boca está en el post – Bianchi. Carlitos se fue a fines del 2001 y su reemplazante es Oscar Washington Tabárez. El Maestro tiene un palmarés interesante. Armó aquel equipo de Latorre y Batistuta en el 91, sacó campeón a Boca en 1992 y después de once años sin títulos. Dirigió en Italia, al Cagliari y al Milan, pero no tuvo demasiada suerte. Tabárez también tiene problemas para manejar el grupo. Distintos a los de Ramón Díaz, pero problemas al fin. En 1993, cuando el campeón del 92 tenía la oportunidad de proyectarse internacionalmente y se había reforzado con el Beto Acosta, el plantel se le fue de las manos, se seccionó en grupos antagónicos, repercutió en un pobre rendimiento en la cancha y debió renunciar.
El equipo que tiene ahora es muy bueno. Si bien Boca perdió la final de la Copa Intercontinental con el Bayern Munich (0-1, gol de Kuffour), es el actual Campeón de América y tiene un buen equipo.
De todos modos, es un año de transición. Hubo una sangría importante en el plantel. Ya no están los colombianos Córdoba y Bermúdez, Ibarra se fue a Portugal, Samuel está en Italia, Matellán en Alemania, Cagna, Arruabarrena y Palermo en España. Algunos se fueron cuando todavía estaba Bianchi, otros a fines del 2001. Boca trajo a Diego Sebastián Crosa, un defensor iniciado en Newell´s y que fuera dirigido por Tabárez en Vélez. La idea de la dirigencia de Boca es acudir a sus inferiores y desde allí salen Calvo, Burdisso y Clemente Rodríguez, que serán titulares en este clásico y Wilfredo Caballero, Pinto, Cristian Giménez y Carreño, que irán al banco. También alterna en la Primera División un chico llamado Juan Forchetti, que, frente a River, es reemplazado por Calvo. Pero las cosas no van bien el Clausura ’02. Es cierto que llega a este partido tan invicto como River, pero de cinco partidos, sólo ganó dos. Los otros tres los empató. Este partido con River se juega en la Bombonera, lo cual, en cualquier época implicaría una ventaja. Ahora no lo es. Boca no ganó en su cancha en lo que va del campeonato. Derrotó a Belgrano y Colón como visitante e igualó con San Lorenzo y Gimnasia de local. En la fecha anterior a esta, igualó contra Chacarita 1 a 1 en la cancha de San Lorenzo. Jugó mal y el Chicho Serna lo dijo claramente: “Fuimos una banda de pelotudos”.
La gente ya cuestiona a Tabárez, aún con sólo cinco fechas jugadas y un 4-0 sobre River en el verano. El problema de base que tiene el técnico uruguayo es que es el reemplazante de Carlos Bianchi, que es algo así como salir a cantar después de Freddy Mercury. Además, no le sale una.
Cuatro días antes del clásico, Tabárez guarda a Riquelme en el banco de suplentes en un partido con Montevideo Wanderers por la Copa Libertadores. Las cosas se complican en un momento y el técnico pone a Román en el segundo tiempo. A los dos minutos, un tal Andrés Aparicio le da un golpe que le provoca una torcedura de la rodilla derecha y, con esto, una lesión en el ligamento interno. Trece minutos dura Riquelme en la cancha. Pide el cambio y se va. Al otro día, con el partido contra River a la vuelta de la esquina, el médico de Boca dice que lo de Román es serio y que de ninguna manera puede estar el domingo. Aún reconociendo sus virtudes colectivas, Boca sin Riquelme no es igual. Y va a pagarlo caro.
Walter Gaitán, un fino zurdo que se inició en Rosario Central, reemplaza a Riquelme y es quien intenta tener la pelota en Boca, cuando el clásico tiene sólo tres minutos de juego. Pero se lo nota muy impreciso. Es como si le pesara esto de tener que cargarse el equipo al hombro y, mucho más, ser el que juega en el lugar de Román. Entonces, Boca tiene la pelota, pero la juega mal. Por eso, queda absolutamente dependiente de alguna pelota parada. Gaitán se pierde un par de goles, Comizzo está en una tardecita maravillosa y Boca no liga como en tiempos de Bianchi. Todo parece encaminarse hacia un partido liderado, del lado xeneize, por Serna y Traverso. Para alguna otra cosa, necesita a Riquelme, que no está y Gaitán, que sí está, pero no como Boca quiere.
River presenta un esquema cuidadoso. Los que dicen defender el fútbol ofensivo lo acusan de “no tener audacia”. Es que ellos no se juegan nada. River no gana en la Boca desde 1994, Ramón Díaz jamás se fue triunfador de la Bombonera en su vida de técnico y, como si todo esto no alcanzara, River va primero y sacarse a Boca de encima en la sexta fecha con un resultado positivo –que también podría ser un empate—lo pondrá en una carrera más aliviada hacia el título, sin tener que cruzarse con el escollo más alto.
Y si bien es cierto que River no sale a cara descubierta, es el que primero llega a fondo. Al minuto, Abbondanzieri le tapa el grito a Coudet. D’Alessandro la pisa, encara, le gana a Serna a veces, aunque River no lo aprovecha en lo inmediato. Ortega está con ganas, pero con un fútbol inferior al que le conocemos. De todos modos, River sacude la modorra en su segunda llegada. Hubo que esperar hasta los veintisiete minutos de juego. Hay un tiro libre a unos veinticinco metros de Abbondanzieri. Le da D’Alessandro, la pelota rebota en la barrera y le queda a Cambiasso en la puerta del área chica. El Cuchu no pierde tiempo y se las rebusca para colocarla de derecha al segundo palo, pese a que es muy zurdo. El alarido sagrado llega desde las bandejas media y alta de la cabecera del Riachuelo. River gana 1 a 0. Es una buena señal que el gol haya sido de Cambiasso. El titular iba a ser Guillermo Pereyra para hacer marca personal sobre Riquelme, pero al lesionarse el 10 de Boca, el Pelado optó por poner al Cuchu como volante por la izquierda.
Boca acusa el golpe. Va sobre Comizzo, pero sin convicción y chocando con el vallado de camisetas riverplatenses que arman defensores y volantes. El primer tiempo ya se va. Cuando se va, River detiene el tiempo a los cuarenta y dos. Es cuando la tiene Ortega. Se la da a Zapata y se la devuelve al Burrito. Ortega la pone profunda al área, allí donde está Cavenaghi. El pibe tiene la opción personal, es decir, girar y darle al arco. Pero no. Prefiere limpiar la jugada, tocarla hacia la derecha. Por allí, llega vacío Coudet. El Chacho resuelve de manera estupenda. La cruza al segundo palo cuando Abbondanzieri intenta el achique. Es un golazo por la velocidad y precisión de los cinco toques. Es un golazo por la trascendencia, el 2 a 0 cuando la primera mitad se acaba parece un certificado de defunción para Boca. Casi llega el tercero, pero Abbondanzieri se lo tapa al Cuchu Cambiasso.
Tabárez no se rinde. Piensa que sólo se puede dar vuelta si va masivamente sobre Comizzo. Entonces, hace cirugía mayor. Pone a dos delanteros y saca a dos volantes. Entran Cristian Giménez y Carreño y salen Battaglia y Gaitán. Todo se replantea. Carreño va de punta con Guillermo Barros Schelotto y Delgado, Giménez se acomoda de diez. Boca intenta arrollar a su rival y está en eso cuando, de contraataque, Cavenaghi lo vuelve a la realidad con un tiro en el palo. Después de que Traverso perdiera un gol solo frente al arco y el Chelo Delgado estrellara un tiro en el poste, el Pelado Díaz decide cerrar el partido con Martín Demichelis –defensor—y Guillermo Pereyra, volante central. Los que salen son Zapata y el Lobo Ledesma.
River grita en forma de bandera y revoleo de camisas allá en lo alto. El partido está definido. Es la primera vez que Ramón Díaz gana en esta cancha como técnico, es la primera vez que Celso Ayala está en el campo cuando River le gana a Boca por los puntos, es la primera vez que Comizzo puede estar en el arco de River en una victoria de su equipo en esta cancha (en el 88 ganó por penales, pero empataron 0 a 0 en los noventa minutos), Coudet sigue sin perder contra los xeneizes… Todo esto ya está.
De repente, el estadio entra en una especie de limbo.
Ricardo Ismael Rojas, hasta acá, es un correctísimo marcador de Barros Schelotto. No le dejó tocar la pelota, no le hizo fouls, no entró en las batallas dialécticas a las que es tan afecto el Mellizo. Cumplida su misión, recibe la pelota cuando al partido le queda un minuto de existencia. La recibe en su habitat natural, en la parte izquierda de la defensa. Con la misma anónima eficiencia que el Gorrión López. Pobre Gorrión, se pasó siete años cuidando que a River no le entren por su lado, lo hizo bien, se cansó de ganar campeonatos y los diarios hablaban de Alonso, del Negro López, de Luque. ¡Hasta del arquero hablaban! Pero no del Gorrión. Que encima se llamaba López, como otros cientos en la guía telefónica. Acá pasa lo mismo, nadie habla de Rojas. Todo es Ortega, D’Alessandro, Coudet… ahora este pibe nuevo, Cavenaghi. De Rojas, nadie. También hay muchos Rojas en la guía. Aunque este se llama Ricardo Rojas y ya es otra cosa. Ricardo Rojas fue el promotor de la ciencia y la cultura en la Argentina. Fue poeta, ensayista y profesor universitario, un referente ineludible de la historia de las letras en la Argentina.
El héroe riverplatense también se llama Ricardo Rojas. Y tiene la pelota en el sector izquierdo de su defensa. Desde allí decide arrancar hacia delante, en busca de la tapa de los diarios, de saber cómo es ese lugar dónde amaga Ortega y la pisa D’Alessandro. Y, si se puede, llegar hasta donde Cavenaghi está tan cómodo. Ahora está pasando la mitad de la cancha, siempre por el sector zurdo, por el lugar en el que el Cuchu Cambiasso jugó un excelente partido. Pasa a un par de jugadores de Boca que le salen al cruce. Barros Schelotto no lo corre. O está cansado o cree que Rojas no llegará.
D´Alessandro se la pide. Rojas se la da y sigue corriendo. Andrés se la pasa al Burrito. Ortega ve que Rojas va para adelante. Piensa un segundo y le hace una exquisita devolución. Clemente Rodríguez lo corre desde atrás, después de quedar desairado por el toque del Burrito. Rojas sigue. Le quedan Diego Crosa, Burdisso y Abbondanzieri.
Rojas ya está en la media luna. Pero en la media luna de Boca, la que queda lejos. Hizo un gol en toda su vida. Y fue hace mucho. Lo metió en su paso por Paraguay, jugando para Cerro Corá. La presencia de Crosa ya está muy cercana. Abbondanzieri da cuatro pasos que lo ponen fuera del área chica, tratando de empequeñecerle el arco ante el posible remate fuerte. Burdisso llega en auxilio de Crosa. Rojas vio a Ortega o a D’Alessandro definir por arriba del arquero alguna vez. Si la hacés bien, no falla nunca. Y hace lo mismo. Le pica la pelota al Pato por arriba de la cabeza. El tiro supera el cierre de Crosa, desalienta a Burdisso y anula a Abbondanzieri. La pelota cae exactamente dentro del arco. Es un golazo. Es un 3 a 0 que no deja dudas, más allá de alguna exageración en la diferencia numérica. El juego de River no fue para tanto.
El gol de Ricardo Ismael Rojas lo justificó. Una montaña de compañeros lo hunde en la felicidad. Rojas acaba de meter el gol de su vida. Desde su silencio, sus libros, su música y su familia, Ricardo Ismael Rojas acaba de entrar en la historia. Hoy y mañana habrá fotos, tapa de diarios, televisión, radio y todo lo que “los otros” conocen de memoria. Ahora le toca a él. Se somete, lo cumple y chau. Se acabó. Se va a casa. Allí, con lo que siempre están, las cosas son más claras.
A partir de este 10 de marzo de 2002 y en un mundo globalizado que nos quitó la palabra «emboquillada», este partido será “el del gol de vaselina de Rojas”.
Y Rojas será famoso. Muy a su pesar.
https://www.youtube.com/watch?v=OpixjkzAn8o
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