Diego Maradona no estaba bien en octubre de 1997 y era evidente, pese a los esfuerzos por cubrirlo que hacía su representante y amigo Guillermo Cóppola. A estas alturas, era tapar el sol con la mano. A comienzos del ’96, Diego confesó su adicción a la cocaína. Los medios de comunicación se ocuparon masivamente del tema, dando profusa información y, por supuesto, desinformación en la misma o mayor proporción. Diego estaba muy enfermo, al límite, pero lo mejor era carnearlo públicamente y tratarlo como un delincuente en vez de entender que lo que necesitaba era curarse. Al gobierno de Carlos Menem le vino bien. Mientras Diego estuviera así, los diarios, las radios y, sobre todo, la televisión se ocuparían de él y distraerían a la gente de los problemas que tenía el país. Crecían la desocupación y el desempleo, no había presupuesto para educación y salud y nos decían que estábamos en el primer mundo. Pero todos hablaban de Maradona. Menem le ofreció ayuda a Maradona y esto tuvo un gran replique en los medios. Obviamente.
El 24 de agosto, Boca jugó contra Argentinos Juniors en la Bombonera y ganó 4 a 2. Al físico de Diego no le sobraba nada y hasta es probable que le faltara mucho. Estaba en la cancha con lo justo. Boca lo necesitaba y por eso, Diego cobraba 50.000 dólares por partido jugado. El presidente de Boca, Mauricio Macri, no lo quería en el club. Pero el secretario, el inolvidable Luis Conde, sí. Conde convenció a Macri de que tener a Diego en Boca era darle a los hinchas el regalo de tener al ídolo en casa. Macri sabía que la situación de Diego con su adicción era muy compleja y no quería que todo ese conflicto entrara a Boca. En esa época, todos creían que podían salvar a Diego del infierno. Conde fue uno de ellos.
En esa primera fecha del Apertura 1997, el árbitro Daniel Giménez perjudicó claramente a Argentinos. Por indicación de Maradona, expulsó a Bennet por un golpe que no dio. Luego, amonestó a Maradona por una falta contra Markic, pero no lo echó cuando se trepó al alambrado en el festejo de un gol, según indicaba el reglamento. Giménez lo obvió. A nadie le convenía una expulsión del genio en la primera fecha. Después, le tocó el control antidóping. En la mañana de ese domingo, se hizo un control casero (Cóppola y Diego lo llamaban “el evatest”) y el resultado fue negativo. Tal vez sea por esto que a Diego se lo veía tranquilo en el camino al control. Lo hizo como quien hace un trámite y se fue a casa. Pero el jueves 28 de agosto, estalló la bomba. Desde Zurich, Julio Grondona llamó a Mauricio Macri y le dio la mala nueva: el control antidóping de Maradona había arrojado resultado positivo. Diego fue suspendido provisoriamente.
Todo este panorama puso en crisis a la salud de Don Diego, el papá de Maradona y sufrió un pico de presión. Diego se recluyó en un departamento de la calle Posadas 1414 (3º “C”) y no salió por un par de días. Ahora, con el paso del tiempo y ciertas cuestiones resueltas, sabemos que de esos largos e interminables encierros, Diego salía peor. En tanto, Boca empató con Platense 2 a 2 el sábado 30 de agosto y Maradona no estuvo. La gente lo recordó con gritos, cantos y banderas alusivas. En la semana, intervino un juez, el hoy famoso y ya fallecido Claudio Bonadío. Se expidió a través de una medida de no innovar y esto le permitió a Diego volver a jugar. Lo hizo contra Newell’s, Vélez (jugó un segundo tiempo extraordinario) y San Lorenzo. Antes de este último partido, Diego se reunió con su padre.
- Viejo, soy feliz jugando al fútbol y en Boca, pero si todo esto va a hacerte mal a vos, me retiro. Listo, no juego más.
- No quiero que dejes de jugar, pero todo esto ya me está perjudicando la salud. No se cuánto tiempo más voy a aguantar.
- Hagamos una cosa: Yo quiero jugar, pero la próxima vez que la televisión diga pelotudeces y te haga mal, me voy, no juego más. Te lo prometo.
Este diálogo ocurrió, palabras más, palabras menos, en una tarde de rondas de mate entre Chitoro y Diego. Diego dijo que “le pedí permiso” para seguir jugando y “él me lo dio”. Pero la situación estaba al límite. Lo único que sacaba a Diego de su infierno personal era el fútbol. Pero una lesión lo dejó fuera de las canchas durante 28 días. Se juramentó volver contra River, pero sólo se entrenó 4 veces en este lapso. Mientras tanto, algunas cosas cambiaron. Se hizo un tatuaje con la imagen del Che Guevara en su hombro derecho, apareció en uno de esos cuatro entrenamientos con un camión Scania 113 H y utilizó unos lentes Cartier que le daban un desconocido look intelectual. Otra cosa cambió, más importante aún: Diego anunció su presencia en el clásico contra River del sábado 25 de octubre de 1997.
El miércoles 22, Maradona sorprendió a Héctor Veira llegando al entrenamiento en el campo deportivo del Sindicato de Empleados de Comercio de Ezeiza. Sumó una hora de trabajo a los cuatro entrenamientos anteriores. La primera mitad, la dedicó a dar vueltas a la cancha. La segunda, a un picado, en el que integró el equipo titular contra los suplentes.
“Tengo muchas ganas de jugar”, le dijo Diego a los periodistas al salir del campo. Antes, se había quejado de una contractura. Lo que Maradona no sabía era que algunos dirigentes le pidieron a Macri (inquietud que el presidente trasladó al entrenador) que Veira no lo pusiera en el choque del Monumental. “Maradona viene y te dice ‘quiero jugar’ antes de un partido contra el eterno rival. ¿Le vas a decir que no? Macri no quería que jugara porque no estaba bien y, la verdad, tenía razón, no estaba bien. Pero era Maradona contra River. No había chance de negarse”, me dijo el Bambino muchos años más tarde. El jueves 23, todo estuvo más claro. Diego anunció su presencia en el clásico. Ningún dirigente y, mucho menos Veira, se atrevió a contradecirlo. A Diego le hubiese hecho falta, como mínimo, una semana más de entrenamiento. Pero “es Maradona contra River”, como dijo Veira.
El Bambino, además, tenía otra duda grande. ¿Estaría o no Caniggia? Veira optó por Palermo y Latorre como dupla de ataque. El peruano Solano iría por la izquierda, Toresani por la derecha, Cagna por el medio. Diego, por donde le convenga. Los xeneizes llegaron a este partido dos puntos por debajo de River. No jugaban muy bien, pero ganaban, aún sin Maradona o con Maradona y sus problemas.
River estaba mejor. Al igual que hoy, era considerado unánimemente el mejor equipo del país. Estaba jugando con éxito el campeonato local y la Supercopa y lo hacía muy bien, aún sin Francescoli, desgarrado. Y así como Boca tenía a Maradona listo (o, por lo menos, eso parecía), River no disponía de Enzo. El Pelado Díaz puso a Salas y Rambert arriba y a Monserrat, Astrada, Berti y Gallardo en el medio. Aún sin Francescoli, River tenía un equipazo.
Enseguida quedó claro que Diego no estaba bien. Apenas disparó un remate al arco y dio dos buenos pases a Latorre. Era muy poco para quien es el mejor futbolista de la historia. River jugaba mejor en ese tramo. Manejaba la pelota, Gallardo hacía lo que los de Boca le pedían a Maradona y condujo a su equipo. El árbitro Elizondo dejó sin sanción un claro penal de Bermúdez a Rambert. Y cuando se jugaban cuarenta minutos, pasó lo que debía pasar: Berti le puso el pie zurdo a un pase corto de cabeza de Salas y derrotó a Oscar Córdoba con un remate bajo. Ese 1 a 0 de River era absolutamente justo. A Diego se lo vio muy cansado, casi sin participar del juego. Claramente no estaba para jugar, aunque tampoco estaba para jugar en el Mundial 90 contra Brasil y le dio el pase a Caniggia. Con Maradona, cabía esperar lo inesperado. Llegó al vestuario y le dijo al Bambino que la cosa así no funcionaba, que prefería salir. Entonces, Veira dispuso el ingreso de un muy joven Juan Román Riquelme y de un Claudio Caniggia en recuperación. Además de Diego, se quedó en el vestuario Nelson Vivas. Tras una ducha rápida, Diego se acomodó en la boca del vestuario visitante para ver el segundo tiempo.
Sólo iban dos minutos del segundo tiempo y Latorre –ocupando la posición que tenía Maradona– puso un pase admirable para Toresani. El Huevo observó la salida de Burgos y se la tocó por debajo del cuerpo con gran categoría al segundo palo. 1 a 1. River se encegueció. Le costó entender que faltaba mucho, que era el mejor y que sólo tenía que repetir lo del primer tiempo. Hernán Díaz se convirtió en el jugador más expulsado de la historia del clásico cuando el árbitro lo echó a los diez minutos. Y, pese a una pelota que Arruabarrena sacó en la raya y a otro penal que Elizondo no le dio, Boca se presentó superior en este segundo tiempo. Tan superior, que ahora es Burgos el que le tapó una pelota infernal a Caniggia. Riquelme ejecutó un corner. Saltaron Palermo y Celso Ayala para la disputa aérea, pero logró cabecear el delantero xeneize. Bermúdez obstruyó la salida de Burgos adrede. Pareció infracción, pero Elizondo no lo advirtió. La pelota superó la línea del arquero de River, un último intento de Astrada y se metió en el arco. Boca pasó a ganar 2-1. Diego gritó como un poseído y se abrazó con Vivas. Las imágenes son inolvidables: el festejo de Palermo sacándose la camiseta y revoleándola delante de la tribuna xeneize, cuando este fútbol argentino era un poco más normal y los hinchas visitantes podían encarar la aventura de seguir a su equipo a estadios ajenos. Boca era una fiesta. No sólo le estaba ganando a River en el Monumental, sino que lo superaba en la tabla de posiciones y alcanzaba la punta. Maradona estaba feliz como un chico.
Los últimos veinte minutos pasaron entre ataques a fondo de River y la estoicidad de Córdoba y sus defensores para soportarlos y llevarse un resultado casi milagroso. El festejo fue enorme. La imagen de Diego introduciendo su dedo índice izquierdo entre un círculo formado por sus índice y pulgar derecho quedará por siempre en la memoria colectiva.
Al día siguiente, nada parecía indicar que Diego no iba a jugar más. Su vida transcurría con la alegría de leer los diarios en su casa de Villa Devoto, más los llamados telefónicos y la casa llena de gente amiga. Lo de siempre, en estos casos. El martes 30 de octubre, justo el día de su cumpleaños 37, un rumor decía que se levantaría la medida del juez y que Diego no jugaría por dos años. A Don Diego le dio otro pico de presión. En ese mismo instante, Maradona decidió no jugar más.
Los compañeros lo llamaron desesperados, especialmente Toresani, para intentar cambiar la decisión. El argumento principal es que lo necesitan para ganar el título. No hay caso. El Diez empeñó su palabra ante su Viejo.
Diego Armando Maradona no jugó más. Nunca más.
Y el campeón del Apertura 97 fue River.
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