La memoria suele traicionarnos porque tiene un filtro automático. O acaso no sea una traición y si una protección. Recordamos el pasado con dulzura, sin que aparezcan en ese recuerdo cosas incómodas o frustraciones con las que tuvimos que cargar. El paso por la escuela secundaria suele presentarse como un tramo maravilloso de nuestras vidas y posiblemente lo sea, pero si la memoria no tuviera ese filtro automático, seguramente nos permitiría meter en el recuerdo las horrendas mañanas de frío en las que mamá nos sacudía a las 6.45 para que nos levantáramos a esperar eternamente un colectivo, viajar mas de media hora y sentarse –con el mas alto nivel de sueño y desinterés– a escuchar cosas tan interesantes como química o matemática o hacer figuras con papel glacé. Por supuesto, la memoria no nos lleva por ahí. No se acuerda de «Actividades Prácticas», sino que nos lleva al boliche el sábado, a la chica que nos gustaba, a la mas linda –que generalmente era la que no nos daba ni cinco de pelota– a los partidos de futbol con amigos contra el barrio vecino o contra el otro club.
Con la Selección ocurre algo similar. Los del 78 y 86 son héroes para siempre y nada ni nadie va a quitarles eso. Pero el camino hacia la cima no fue cómodo. A los Campeones del Mundo de 1978 se los maltrató mucho en la previa. El titulo del 78, por ejemplo, le evitó a Menotti dar explicaciones incómodas sobre la exclusión de Maradona, la no convocatoria de Bochini y el forzado llamado a Alonso por presión del almirante Carlos Alberto Lacoste, presidente del Ente Autárquico Mundial 78 (EAM 78) y hombre vinculado a River y al entonces presidente de la FIFA, el brasileño João Havelange. En lugar de Maradona y Bochini, fue Daniel Valencia, un exquisito jugador de Talleres de Córdoba que era silbado por los hinchas en cada presentación porque «Menotti se encapricha en llevarlo», según decían los hinchas y cierto periodismo que podía saltar el espeso cerco informativo que la dictadura impuso alrededor del equipo argentino y, sobre todo, del entrenador. Otro cuestionado –hoy reconocido– fue Osvaldo Ardiles. Al igual que Alonso, Juan José López había elegido jugar la Copa con River en lugar de ir a una gira con la Seleccion. A diferencia de Fillol, Passarella y Luque, Jota Jota no estuvo en una charla conciliatoria con Menotti en el desaparecido bar Camerún (estaba sobre Udaondo, a una cuadra del Monumental) y el DT lo crucificó para siempre. En la ya inexistente revista Goles, el periodista Rolando Hanglin, todas las semanas, hacia editoriales a dos páginas pidiendo la convocatoria de Juan José Lopez y, por ende, la salida inmediata de Ardiles, entonces jugador de Huracán. Algo similar pasó con otro «capricho» de Menotti: el lateral derecho era un central de origen, Jorge Olguín. Además de tener unos ojos azules que levantaban suspiros femeninos como casi ningún otro jugador, Olguín era dueño de una técnica fabulosa. Adelantado a su tiempo, Menotti decía que con esa técnica el equipo iba a tener una salida mas clara por el lateral. Al futbolista no le gustaba mucho esta idea y, de hecho, terminó yéndose de Independiente porque el DT Nito Veiga eligió como centrales a Villaverde y Trossero y Olguín se negó a jugar «de 4». Los hinchas pedían a Pernía en reemplazo de Olguín. Menotti los escuchó y decidió probar a Vicente Pernía (lateral derecho de Boca) en la Serie Internacional de 1977.
Hoy parecerá un sueño, pero en 1977, con la mayoría de los futbolistas de la Selección en el país, más la engañosa paridad 1-1 peso dólar del plan económico de Martinez de Hoz, esto era posible. La AFA organizó partidos para el último fin de semana de mayo, todos los de junio y los primeros dos de julio. Por supuesto, se detuvo la competencia local. Menotti eligió como escenario la cancha de Boca por dos motivos muy poderosos. El primero, la cercanía del publico. El segundo, su rivalidad con Lorenzo. El némesis de Menotti, por esos días, era Lorenzo y no Bilardo. Al Flaco le costaba convocar jugadores de Boca. Vestir de celeste y blanco a jugadores de Boca era convalidar el estilo de Lorenzo –según el fundamentalismo del Flaco– y no era eso lo que mas le gustaba. Pero era tal el pedido por Pernía que lo llevó y lo puso de titular. Olguin paso a jugar como central y esto se repitió en los cuatro primeros partidos de la serie. En el cuarto de esos partidos (contra Escocia), Pernía le dio una trompada a Derek Johnstone, futbolista del Rangers. El golpe fue criminal y, lógicamente, Pernía fue expulsado. Ahí Menotti encontró la razón justa para no convocarlo más. «Si hace eso en el Mundial, nos deja con diez. No podemos arriesgar», decíamos todos. La realidad era que Menotti ya tenia a Olguín como lateral, a Luis Galván o Daniel Killer como primer central, a Passarella de segundo y capitán y a Carrascosa o Tarantini por la izquierda. Nunca estuvo Pernía en sus planes. El Tano era el símbolo de Boca, el grito de guerra xeneize y, sobre todo, de Lorenzo. Y Menotti no quería «Lorenzo» en la Seleccion Argentina.
Gatti era el único punto en común entre Menotti y Lorenzo. El Loco coqueteaba con los dos y el Flaco lo tenia pensado como titular en el Mundial. Fillol se le había plantado antes de una gira en marzo de 1976 reclamando titularidad y Menotti no lo convocó mas. Gatti se lesionó la rodilla jugando la Libertadores para Boca y no llegó bien a 1978. Recién ahí, Fillol fue el arquero de Argentina. EL 25 de junio, cuando Menotti llevó al equipo a la cima del mundo, todas estas dudas, discusiones y peleas cayeron en el olvido. Reconocieron a Ardiles, nadie se acordó de Jota Jota, Fillol fue el mejor arquero del mundo, nadie reclamó a Bochini ni a Maradona y a nadie le importó que Menotti le haya impedido el ingreso al Beto Alonso a una charla técnica de muy mal modo. «El que gana tiene razón» es una frase que el Flaco detesta, pero fue la que lo puso a cubierto de cualquier cuestionamiento.
Sin embargo, el crédito del equipo no duró demasiado. Tuvo dos años maravillosos –79 y 80– pero después del Mundialito de Uruguay (comienzos de 1981), el equipo empezó a caer. Esa caída no se detuvo y, acaso agravado porque los jugadores estuvieron concentrados durante 4 meses en 1982 –sumado a que jugaba mal y no ganaba– y porque estábamos en plena Guerra de Malvinas, los hinchas no le tuvieron paciencia. Argentina le ganó a Rumania en Rosario 1-0 el 12 de mayo (gol de Ramón Díaz), pero se fue silbado. Una semana mas tarde, el equipo se presentó en un semivacío Monumental para despedirse en un amistoso contra el Benfica. Argentina ganó otra vez 1-0 (ahora con gol de Kempes) y la reprobación fue total. O sea, esto derriba aquello de que «la Selección de Menotti llenaba estadios porque jugaba maravillosamente». En 1982, en la previa del Mundial, los vació porque jugaba pésimo. Y en el Mundial empezamos perdiendo con Bélgica.
Bilardo llegó después de Menotti. Su primera medida fue darle la capitanía a Maradona, tras ocho años en los que la cinta habitó el brazo izquierdo de Passarella. Y, obviamente, fue un escándalo. La patria futbolera fue un solo grito: «El gran capitán es Passarella, Maradona es un invento». Esa discusión llegó hasta el mismo Mundial de México. El proceso fue similar al del 78. Bilardo eligió jugadores para un determinado estilo, mas vinculado al de Estudiantes de La Plata que al del «ADN argentino». Todos discutían todo el tiempo. Hubo movimientos desde el gobierno alfonsinista para reemplazar a Bilardo por un trio formado por Menotti, Griguol (que nunca aceptó ser parte de semejante disparate) y Veira. La tapa de El Gráfico posterior a conocerse la lista de 22 fue de una crueldad pocas veces vista. Fue tal el ataque despiadado de la prensa mas poderosa –Diario Clarin a la cabeza– que Bilardo decidió irse de la Argentina antes de tiempo. Nuestra Selección fue la primera en llegar a México. Después, Argentina ganó el Mundial de punta a punta y todo esto quedó licuado entre recuerdos bellos. Pero pasó, como está pasando ahora.
«Pero no había Club de Amigos», me dijeron. Habría que preguntar por qué Bilardo nunca convocó a Ramón Díaz y, en cambio, llevó a Pasculli a México. O por qué apareció Bochini en la lista final, cuando Bilardo casi lo había descartado. Ahí podrían encontrar algo parecido a lo que dicen que sucede ahora.
Somos argentinos. Esta es otra generación, las cosas están mas a la vista por las redes sociales, pero siempre fuimos iguales. Siempre fuimos difíciles de conformar y, a veces, se habla con una sabiduría que no se tiene. Será cuestión de tragar veneno un tiempo y esperar que estos futbolistas, que jugaron 3 finales –una del Mundo, lugar al que nunca llegaron Batistuta, Redondo, Verón, Ortega, Aimar, Crespo, y la lista sigue– y están en los mas altos niveles desde hace un montón de años, puedan romper el hechizo. Y ahí tendrán razón como Menotti y Bilardo, y los mismos que hoy los critican, les dirán a sus nietos que «Mascherano era un jugadorazo, Messi era mejor que Maradona, Biglia era un cacique rubio, Caballero era Superman, Batistuta no le ataba los cordones a Higuaín». La memoria les meterá un filtro grande y les dejará ver solo lo bueno. Serán injustos con los de entonces y así seguirá la rueda. Los argentinos y la reflexión jamás serán amigos, nunca caminarán juntos.
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