Marcelo Alberto Bielsa es tan rosarino como Alberto Olmedo o Fito Páez. Siempre tiene a mano su origen. Se le nota cuando la «j» se le mete en el lugar de una «s». Se crió en una familia de abogados prestigiosos y, de ahí, tal vez venga esa gran capacidad de análisis que muestra una y otra vez en cada presentación, pública o privada. Primero, quería ser futbolista y lo intentó durante mucho tiempo en su amado Newell’s Old Boys. Era un defensor de los que él no prefiere para sus equipos. Era un futbolista duro, de modos rígidos, contrapuestos a una tendencia de defensores técnicos y de salida prolija a los que apuesta Marcelo hoy, a tantos y tantos años de su comienzo como entrenador.
¿Por qué se ama tanto a Bielsa? «La gran virtud de Marcelo es tomar un equipo regular, sin grandes figuras y convertirlo en una formación ultracompetitiva», dijo alguna vez Pep Guardiola. Esto es así. Lo que hizo con Athletic de Bilbao y Olympique de Marsella lo demuestra. Lo que hizo con Newell’s en el comienzo de su carrera como entrenador, también. Puso dos centrales debutantes en un equipo formado, en su mayoría, por gente experimentada y con mucha gloria en el club. En medio de Martino, Llop, Berizzo, Zamora y Scoponi, puso a Fernando Gamboa con 19 años y a Mauricio Pochettino con 18. Eran dos futbolistas excepcionales a quienes Bielsa conocía desde muy chicos. Inclusive, fue con Griffa una noche a buscar a Pochettino a Murphy, su pueblo natal, para hablarle a él y a sus padres y no perder al jugador. En su primera experiencia, armó un equipo que hizo historia. Ganó titulos en 1990, 91 y llegó a la final de la Copa Libertadores de 1992, perdiendo ante el gran Sāo Paulo de Telé Santana por penales. El ciclo de Bielsa en Newell’s terminaría por una característica que muchos de sus acólitos ven como una virtud y, sin embargo, es un defecto: la sobreexigencia. Un jugador muy importante de aquel equipo de Newell’s de inicio de los 90’s, me dijo una vez: «Bielsa es un fenómeno y lo será todavía más el día que entienda que si uno tensa demasiado la cuerda física o anímica, la cuerda se corta. Nosotros estábamos muy estresados, El nivel de presión de Marcelo fue muy alto y dio sus frutos. Llegó un momento, después de las finales con el São Paulo, que debíamos parar. La cabeza estaba explotada. Y no paramos, Bielsa intentó seguir igual. Ahí se cortó la cuerda y terminó yéndose».
Los años fueron dándole cierta madurez en cuanto a la mejora en la relación con los jugadores, aunque tuvo encontronazos muy duros con Chilavert, en privado, y con José Luis Calderón, en un aeropuerto, a la vista de todos. Con Chilavert, sin embargo, construyó una estupenda relación. El equipo de Velez del 98 que terminó en lo más alto jugaba realmente muy bien. Pero el apodo de Loco lo tiene muy bien ganado.
Suele ocurrir en el fútbol y en otros temas aún más serios, que se rechaza lo nuevo, con el único argumento del desconocimiento. En la Argentina se boicotearon un Censo Nacional, la tarjeta SUBE y un método de lucha contra una pandemia, así que imaginen que sucede con un entrenador de fútbol, cuyas decisiones lo único que pueden cambiar es el rumbo de un partido o, como mucho, el humor de los más fanáticos. Como Bielsa ya había establecido el esquema que aún mantiene –4-3-3, presión alta, juego directo, dos extremos bien abiertos con la doble función de atacar y defender– los periodistas que dicen conocer el gusto de la gente o que se enrolan en líneas estáticas de un juego que va en constante evolución, tomaban esta última parte del ideario bielsista –el del retroceso de los extremos– para establecer, en su concepto binario, que Bielsa era «defensivo». Si, defensivo. Defensivo, Bielsa. Entiendo que, aún hoy, a muchos que gustan del fútbol de posesiones largas puedan no comulgar con un juego más directo, con una búsqueda más frenética del arco rival, con presión alta y mucha dinámica. Pero, decirle «defensivo» a Bielsa es lo mismo que decirle a Barry White o a Tom Waits que tienen voz finita.
Vélez venía palo y palo peleando la punta, aunque sólo se habían jugado seis fechas. El 15 de marzo de ese 1998, el cuadro de Bielsa le había ganado 1-0 a Newell’s en Rosario un partido durísimo, en el que fueron expulsados Bassedas y Castromán. El Loco tenía que reemplazarlos para jugar el 20 de marzo contra Argentinos en la cancha de Ferro. Pero, aunque lo dijo tiempo después, también su cabeza estaba perturbada por un comentario en Clarín Deportes, que lo trataba de ¡defensivo! ¡A Bielsa!
Un Bielsa muchísimo más gentil con los medios que el actual, nos confirmó la formación a quienes estábamos en el viejo campo de entrenamiento de Vélez, a un costado de la autopista, al lado del Amalfitani. Esos once apellidos asombraron: Chilavert; el Gallego Méndez, Fede Domínguez, el Pacha Cardozo; Carlos Compagnucci, Claudio Husaín; Cordone, Pandolfi, Camps, Posse y Darío Husaín.
Tres defensores, dos volantes centrales con la recuperación como característica principal y ¡cinco! hombres de ataque. Seguramente, el Loco les habrá pedido que ayuden cuando el equipo perdiera la pelota, como hizo Zagalo con los cinco maravillosos de Brasil 70 o como Sabella con los «cuatro fantásticos» de las Eliminatorias para el Mundial 2014, pero a veces no alcanza con la voluntad. El partido no fue todo lo bueno que Bielsa dice en el video, al contrario. Hubo muy pocas llegadas y terminó 0-0. «Más delanteros no suman llegadas. Uno trabaja para generar la mayor cantidad de situaciones de gol y, si no las tenemos, es porque jugamos mal». Armó un equipo sabiendo que esa acumulación de atacantes no iba a darle mejores dividendos en ataque. Pero les demostró a quienes lo criticaban que él tenía razón, con lo relativa y corta que es la razón en este juego.
Alguna vez, Raúl Gamez, decisivo dirigente de Vélez en los 90, me dijo: «Yo traje a Bianchi desde Francia cuando nadie sabía siquiera si era buen DT. Ya sabemos lo que pasó con Carlos. Pero el mejor de todos es Bielsa. Inclusive, mejor que Bianchi. Es el mejor entrenador que tuvo Vélez en su historia. Su trabajo es incomparable con el de cualquiera». Este trabajo del que habla Gamez, llevó al Loco Bielsa a la Selección Argentina, recomendado fervientemente por José Pekerman.
Entiendo que se produjo un cambio en Bielsa, durante y después de su paso por la Selección Argentina. Hizo una gran continuidad del trabajo de Passarella, potenciando el desarrollo de futbolistas como Ayala, Zanetti, Ortega, Gallardo, Crespo, Verón, Burgos, Kily González y Claudio López –todos producto de un gran trabajo de base de su antecesor– y haciéndoles lugar a pibes como Aimar, Saviola, Placente, Gabriel Milito y Mascherano, que debutó en la Selección antes que en la Primera de River. Armó un equipo muy bueno y le dio una identidad que brilló aquí y en Europa. En medio de todo este círculo virtuoso, una noche de 1999 hizo lo que en la jerga periodística llamamos «off». O sea, una charla con periodistas sin grabadores ni cámaras. Es una conversación cordial, en la que se hablan temas que no pueden ser publicados en la voz del protagonista y que, en todo caso, van siendo dados a conocer por el periodista con sabiduría y de un modo en el que no se sospeche la fuente.
Al día siguiente, un periodista (me guardo el nombre) contó por radio la conversación, de punta a punta y diciendo que había sido Bielsa con quien había charlado. El Loco no perdonó al que contó ni al resto. Nunca más dio una nota individual a ningún profesional de los medios y comenzó una batalla contra los periodistas que aún perdura. Y sin pretender hacer corporativismo (no me gusta), también es ahí donde nace el personaje que dista mucho de aquel joven DT de Newell’s que me recibió una tarde en un bello departamento antiguo, decorado con excelente gusto, en la calle Laprida, en Rosario. Aquel Bielsa estaba ávido de comunicar, de expresarse, de contar, de dejar un mensaje. Este de hoy, que ni siquiera mira a los ojos, es una caricatura de aquel. Ni siquiera la traición de un joven periodista –que acaso haya ocurrido por inexperiencia, pero fue traición al fin– es excusa válida para entender esta lejanía y en las faltas de respeto en las que Bielsa cae muchas veces contra el periodismo, insólitamente avaladas por sus acólitos.
Hace poco, Roberto Ayala dijo en 90 Minutos de Fútbol (Fox Sports), programa en el que trabajo hace 11 años: «Llegamos mal al Mundial 2002. Las ligas europeas habían terminado hacia poco y nosotros fuimos citados por Bielsa en Italia. Veníamos muy baqueteados por la temporada, necesitábamos regenerativos, un buen descanso, refrescar conceptos que, por haberlos trabajado tantos años, teníamos muy claros. Sin embargo, todos los días fueron con físico y táctico muy riguroso. Eso nos mató. Yo me lesioné en el calentamiento del partido con Nigeria y no pude estar en ninguno de los otros dos». El hecho de haberse vuelto en primera ronda, de que el paso de la Selección Argentina en 2002 haya sido el mayor fracaso de equipo argentino alguno después de los mundiales 58 y 62 no disminuye ni un ápice la capacidad de Bielsa. En cambio, expuso, nuevamente y de manera brutal, su mayor defecto, aquel que marcamos cuando se fue de Newell’s, en 1992: la cuerda estaba tensa, siguió tirando de ella y terminó cortándose. Le faltó reacción en el peor momento, cuando no acudió a Batistuta y Crespo como dupla para aprovechar los centros desesperados del final. Le faltó criterio, cuando llevó al Mundial a Caniggia, con 38 años y una rodilla operada hacia poco. Tampoco el Cholo Simeone estaba en óptimas condiciones, después de romperse el ligamento cruzado de su rodilla derecha en 2001. Hubo infinidad de errores que Bielsa no supo o no pudo subsanar. A su defecto de no entender el momento físico y futbolístico de los jugadores, se sumó otro que es el que le impide, según mi criterio, acceder al Olimpo de los grandes: la rigidez de su sistema, la inmodificable idea de no cambiar ante nada ni ante nadie ni en ninguna circunstancia, ni siquiera en una situación extrema, como lo era la inminente eliminación ante Suecia. El fútbol exige tener un menú variado, perfectamente posible en una Selección porque los rivales y las situaciones son diferentes, cambian todo el tiempo. Para Bielsa, Batistuta y Crespo se anulan y no pueden jugar juntos y esto es entendible. El 4-3-3 necesita de un delantero central, no de dos. Pero Argentina estaba quedando fuera del Mundial y el tiempo corría. Era lógico que perdería la paciencia y llenaría de centros el área sueca. Ahí si podria haber recurrido al doble nueve. Pero no lo hizo, se mantuvo teórico en un momento que exigía practicidad, lógica. Ni siquiera en esa situación negoció el sistema. Tampoco lo hizo con Saviola porque «no es 9, sino extremo derecho y ahí está cubierto» y tampoco con Riquelme, «porque prefiero el juego directo, sin enlace». Muchas veces, le fue bien así. Pero el fracaso del Mundial 2002 lo expuso de manera brutal.
La vida de Bielsa continuaría y encontraría, en 2007, el sitio donde menos cuestionamientos recibiría y donde fue, sin dudas, el mejor entrenador de su historia: la Selección de Chile. El dirigente antofagastino Harold Mayne Nicholls marcó el celular de Bielsa y le ofreció algo más que un cargo de entrenador. Pensó en Bielsa como el hacedor de un cambio estructural en el fútbol trasandino. A Marcelo esta idea le fascinó. Era un desafío diferente al de la Selección Argentina. Como primera medida, lo había convocado un dirigente con los valores éticos pretendidos por Bielsa. El Loco venía de casi seis años bajo la égida de Julio Grondona y necesitaba un respiro en eso de trabajar con alguien con quien no tenía ni un solo punto de contacto. Mayne Nicholls presentaba un curriculum impresionante de acuerdo a sus 47 años (de hecho, pese a pertenecer a Conmebol durante el FIFA Gate, ni siquiera fue citado a declarar) y, después de hablar bastante, Bielsa se embarcó en la que, después sabríamos, acaso haya sido su obra cumbre.
Es cierto que le tocó la mejor generación de jugadores chilenos de la historia, pero aquí se habla de otra cosa. Si bien se critica la falta de matices en la propuesta de juego de Bielsa, es real que el objetivo de la selección trasandina era pretencioso de acuerdo a sus antecedentes históricos, pero mas modesto en comparación a la Selección Argentina. Si bien los resultados que obtuvo fueron excelentes, la principal modificación fue un cambio radical en la mentalidad de los futbolistas. Bielsa logró que, a partir de su ciclo, los jugadores fueran más profesionales y se plantaran en cualquier campo del mundo con la posibilidad cierta de ganar los partidos. Cuando se fue el Loco, llegó Borghi, de otra línea y no muy afín a Bielsa. Solamente un año estuvo y su reemplazo, Jorge Sampaoli, gran admirador de Bielsa, siguió los pasos del Loco. Mayne Nicholls, mentor absoluto de la llegada de Bielsa, dijo: «No me gusta hablar de revolución, sino de evolución. Creo que las Copas América y la actuación en el Mundial 2014 son parte de un mismo proceso, del Proceso Bielsa».
Bielsa se fue de Chile porque no quería trabajar con Jorge Segovia, un dirigente español de mala reputación que se escondió detrás de Sergio Jadue en la nueva comisión directiva de la ANFP (Asociación Nacional de Futbolistas Profesionales). Entonces comenzó otra carrera.
Esa carrera comprendió un paso histórico por Athletic de Bilbao, con un trabajo bastante parecido en lo conceptual al que hizo en Chile, otro por el Olympique de Marsella, una frustrada incorporación a la Lazio y una llegada extraña al Leeds, equipo de la Segunda División del fútbol inglés.
Tal vez no valga la pena aquí abundar en tantos detalles porque serán reiterativos algunos y profundizaciones de anteriores errores, los otros. En Inglaterra, por ejemplo, fue sorprendido espiando a un equipo rival, algo terminantemente prohibido por los reglamentos, y le pidió a su capitán que se dejara hacer un gol porque el árbitro se había equivocado en su favor, un episodio que generó largas discusiones sobre ética deportiva.
Honestamente, Bielsa no es un entrenador que me conmueva, especialmente en estos tiempos. Lo hizo cuando dirigía a Newell’s o a Vélez o cuando hacía un guiño cómplice para reírse de los detractores. Hoy está a años luz de eso. Los años quizá lo hayan convertido en un mejor entrenador, acaso en un gran entrenador. Pero el personaje es agotador. El personaje del huraño y el hermetismo le costó puestos de trabajo a dos tipos que no tienen la vida resuelta ni mucho menos, como Victor Marchesini y Gabriel Macaya. Este costado de Bielsa creció, en detrimento de aquel loco rosarino querible que quería contarle al mundo sus pensamientos y sus ganas de cambiar las cosas. Aquel primer Bielsa brillaba, miraba a los ojos, estaba ávido de conocer y de hacer. Era cordial, sonreía.
Este de hoy, el de la mirada fija en la mesa de una helada conferencia de prensa en Leeds, el que desprecia al periodismo y a los periodistas como si todos fuéramos una masa sin nombres y sin vidas, como si fuéramos los medios hegemónicos que critica y no trabajadores, este de hoy ya no conmueve, ya no genera siquiera una sonrisa.
El tiempo pasó. Todos fuimos sumando años, algunos dejamos de comprar todo lo que comprábamos, en nombre de la capacidad de un excelente entrenador. Bielsa dejará su huella y unos cuantos herederos de su idea y su escuela. Lo merece porque su trabajo ha sido honesto y fructífero, porque su mensaje llegó a sus jugadores fuerte y claro..
Prefiero quedarme con esto. Marcar defectos y resaltar virtudes. En libertad, como le gusta a Bielsa.
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